Vivo en una ciudad en la que nunca pasa nada. Aquí, lo más destacado de la semana pasada fue un pequeño incendio cerca de una sala de conciertos, no hubo heridos y apenas daños materiales; eso sí, todo el mundo aprovechó el momento para alertar vía Twitter, aunque no hiciese falta.
Son las siete de la mañana, por la radio acaban de decir que Donald Trump ha ganado las elecciones y es capaz de llevar al mundo a la destrucción. Es miércoles y llevo media hora buscando el paraguas, en la calle está diluviando. Por un instante pienso en las consecuencias que puede tener en mi vida la proclamación de ese tipo como presidente, lo descarto en seguida, casi no me afecta, igual espero a la próxima temporada de la serie, cuando se incorpore Francia como nueva sorpresa al gobierno de los necios.
Acaba de pasar el camión de la basura, durante más de quince minutos mi casa ha temblado del ruido y el sonido que produce ese vehículo del diablo. Cambio camión de basura por un Donald Trump, razón aquí.
Ya en la calle, me imagino las típicas bolas del Oeste de las películas, no hay nadie por la calle y no es por el tema de las elecciones, ya te digo que esta ciudad es así.
Domingo y lunes la mayor parte de los bares están cerrados, hasta ponerse borracho tiene la categoría de reto dependiendo del día.
A veces, en días concretos y contados, se concentra toda la población en el centro y es un sin vivir, sí, yo vivo en el centro de la ciudad. Creo que esos detalles no les interesarán a los guionistas de la serie de TV que comentaba antes, pero para mí son importantes.
En mi cabeza Trump está a la altura de cualquier otro personaje que tenga cierta notoriedad en los medios, Tom Cruise, Mickey Mouse, King Africa o el Capitán América… Depende de ti fijarte más o menos en cada uno.
Hace días que saqué la manta y aún así muchos días me levanto con los pies fríos, la temperatura y mi posición no se modifican en ningún momento, tal vez sea algún problema de circulación.
Durante la mañana no paro de pensar en la cerveza que me tomaré por la tarde con mis amigos y por la tarde me siento tan agotado y hundido que decido quedarme en casa, ponerme música e intentar inventarme una coreografía en el salón.
Me veo de refilón en el espejo del salón y decido parar, a este paso no seré ni presidente de mi escalera. Vuelvo a observarme, me aparto y regreso, como un malo de película, trato de mejorar mis gestos para impresionar a la sociedad.
Si Donald Trump ha podido, quizá todo el mundo puede, ¿no? Tal vez ese sea el mensaje. ¿Dónde narices habré dejado el paraguas? Si la semana sigue así voy a tener que comprarme otro.
Miro mi teléfono móvil y está lleno de montajes y chistes de las elecciones en EEUU, vuelvo a dejarlo en el sofá, en silencio y bocabajo para no ver la maldita lucecita de las notificaciones. Me pongo en cuclillas un par de veces, buscando una posición de flor de loto y acto seguido me arranco a bailar con mucho más ritmo que antes.
En esta casa no manda nadie, ni siquiera yo.
Yo creía que con el invención de Internet las posibilidades iban a ser inmensas y resulta que todo el mundo entra en las mismas páginas y sigue a las mismas personas, qué pereza.
Me quedan dos latas de atún y unos doce libros pendientes.
Ya son las nueve de la noche y debería cenar algo, no quiero despertarme en mitad de la noche con el estómago agujereado.
Mañana jueves, viernes… estoy deseando que llegue el sábado para encerrame todo el fin de semana en casa. Creo que haré una ceremonia de auto proclamación de presidente de mi escalera, no, de mi calle, de toda la calle Sancho Abarca. Pero eso será el sábado.
Tengo un par de días para buscar en algún rastro ropa adecuada para la ocasión y mejorar mi coreografía, creo que una vez aceptado el cargo y a modo de celebración debo demostrar parte de mi poderío.
Ceno una de las dos latas de atún y, a pesar del hartazgo, decido encender la radio para escuchar las noticias, siguen hablando de Trump, dicen que es un loco peligroso, yo sonrío, menos mal que nadie me ha visto bailar mi extraña coreografía como futuro presidente/emperador de Sancho Abarca, hay que cosas que solo los grandes estadistas entendemos, como por ejemplo la soledad.
Voy a leer un poco para olvidarme de tanta actualidad.
Mañana me espera un largo día preparando la ceremonia.