Después te cuento: si voy contra la corriente, si soy como soy

 

Desde el principio de los tiempos, las preguntas que han estado dando vueltas por las mentes de las personas han sido siempre las mismas. Es el juego que propone la propia existencia. Quizás pueden ir mutando su contenido, pero nunca su esencia. Y el sentido, a pesar de las repreguntas, no aparece.

Cuando entro en la sala, lo primero que veo es una ventana que da a la calle. Inmediatamente siento preocupación: la gente que pasa caminando puede generar distracción en los espectadores o, en el peor de los casos, en las actrices. Últimamente me preocupo por todo, pienso mientras me preocupo porque soy muy alta y quizás tape al de atrás. Además, ayer vomité en la parada del colectivo, entonces me pregunto ¿y si me dan ganas de vomitar mientras veo la obra?, ¿por qué elegí un asiento tan lejos de la salida?, ¿por qué no puedo dejar de preocuparme?

Las actrices ya están en el escenario cuando entramos en la sala, es la forma que encontraron para resolver la cuestión del poco espacio y funciona. Mientras el resto de los espectadores se va acomodando, la actriz que está frente a la ventana saluda a quienes pasan por la calle levantando su copa de vino. Así, la interacción con la gente que pasa permite que la ventana no sea un problema, menos mal, está todo calculado.

La escena se inaugura con música que es en vivo. La voz dulce de Sonia Kovalivker, la cantante y pianista que está en escena ahí a un costadito, ya me tranquiliza las preocupaciones y me ayuda a abandonarlas por un rato. Estoy lista para entrar en una nueva historia, la historia de Ana (Cecilia Pertusi), una chica que, en el día de cumpleaños de su madre muerta (Cristina Dramisino), cocina tortilla española en su honor. Mientras, le escribe una carta, le habla. Su madre, que vive dentro de un cuadro, mágicamente acota y quiere intervenir sobre lo comentado por su hija, sin lograr que ella la escuche. Ana le dice a su madre que pasan cosas en la vida y uno ve cómo las va llevando. Coincido.

Los olores comienzan a tener protagonismo en la sala porque Ana cocina y luego come esa tortilla. Interactúa con la comida y los ingredientes son utilizados como elementos dramáticos. Y es en esa sencillez de la papa y la cebolla que la protagonista me interpela. Me pregunto, entonces, ¿por qué nos preocupamos por todo, tanto, desde siempre? Más que cuál es el sentido de la vida, siento que es mejor preguntarnos eso. Es decir, por qué insistir en la preocupación constante si se trata de un simple transcurrir temporal de una vida finita. Según Ana, la cosa es tener un plan. Sí, puede ser.

En un principio, Después te cuento se presenta como una historia sencilla sobre una relación complicada: la de las madres y las hijas. Sin embargo, poco a poco se va delineando el verdadero motivo que es la reflexión respecto a esos temas tan humanos que abarcan desde el amor, las relaciones y el futuro, hasta la simple cotidianeidad transcurriendo. Toda esta reflexión está elaborada desde un guion bien trabajado que me lleva por todos los estados, la risa y la angustia en una misma proporción. Lo destacable es que ninguno de los estados dura demasiado tiempo, el guion permite esa especie de círculo en que una sensación supera a la otra de manera continuada.

La luminosidad es la de una cocina de noche, por lo que no hay juego de luces. La escena transcurre en tiempo real. Es tan solo una chica hablándole a su madre muerta. Y a sí misma. Y a mí. Todo está en el guion y en la interpretación de las actrices. La escenografía, sencilla, logra transmitir y la música en vivo refuerza las emociones que provoca ver y sentir a Ana y a su madre, quien se siente “condenada” a escuchar las conversaciones eternamente y, como quien no quiere la cosa, le dice a su hija que ella es una turista de las cosas que le pasan. ¿Acaso no lo somos la mayoría de nosotros?

A medida que la historia avanza, poco a poco, la conversación entre Ana y su madre se va volviendo cada vez más dinámica y se abandona el inicial monólogo que parecía iba a dominar la representación. De esa forma logran crear lo que decía siempre el padre: cuando contás algo bien, ese algo aparece. Es cierto, todo lo que cuentan, se me aparece, lo veo, lo siento.

Después te cuento es la segunda obra teatral de la trilogía iniciada por Te quiero poco, y todo lo demás. La dramaturgia es de Adriana Gómez Piperno y la adaptación y dirección es de Juan Arena, quien logra una puesta en escena cuidada y llenadora, como esa tortilla. A ello se suman las actuaciones de Cecilia Pertusi y Cristina Dramisino que se desenvuelven con una economía y precisión que me llevan a quedarme atenta a todo lo que sucede en esa historia que no es más que la charla entre una hija y su madre. Todo en conjunto genera una representación tan favorable que incluso resulta verosímil que un cuadro hable.

Cuando termino de ver la obra, camino por Córdoba y entiendo que me llevó a las preguntas que siempre me hago pero de una forma menos dramática. Pero fundamentalmente comprendo que Ana, Tita Merello, yo y muchas más sufrimos de la misma forma. Entonces la vida se vuelve más llevadera y siento el alivio de compartir las preocupaciones con todas las que vivimos de contramano.

 

 

Ficha técnica

Actúan: Cecilia Pertusi, Cristina Dramisino, Sonia Kovalivker

Vestuario: Nury Bertone

Asistencia de dirección: Oscar Duarte

Escenografía e iluminación: Eduardo Pérez Winter

Gráfica: Florencia Huerga

Prensa y difusión: Carolina Alfonso

Producción publicitaria: Saigón Buenos Aires

Dramaturgia: Adriana Gómez Piperno

Adaptación y dirección: Juan Arena

Días y Horarios: Viernes 23:00 hs. El Camarín de las Musas.

Escribe Mercedes Roch

A veces soy historiadora, a veces ilustradora, a veces docente, a veces escritora pero siempre soy hincha de Independiente.

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