Esta reseña fue originalmente publicada en La ventana: Arte y cultura. Se realizó una nueva lectura y edición para esta nueva publicación.
El que avisa no traiciona. El sistema del invierno de Yamila Bêgné es un libro de léxico geométrico y asociaciones progresivas. Su estilo exuda una aparente racionalidad analítica. Es un libro de cuentos y de contagios, entre un cuento y el otro, entre la forma y el contenido. En el primer cuento, crónicas sobre sueños son distorsionadas y uniformadas por un periodista, la inspiración en la realidad es sólo una excusa para una espiral de modificaciones íntimas y textuales. Cada cuento termina transformándose en un vagón de un tren soñado tan primigenio que aún no se sabe “tren”. No es que los cuentos estén vinculados entre sí desde sus tramas, sino en el carácter sucesivo que tiene la construcción de un saber. El segundo cuento, Monocromo, es una forma de vincular la naturaleza cromática de dos personas. Si el concepto utiliza al autor como medio, en Nudos, los medios se vuelven asesinos mientras el tiempo se vuelve una comprensión oblicua del presente. Inaudible explora el lenguaje calculado, vacío y aún así poético de una relación, Derrotero es una aproximación a un lunar gestáltico.
Estos pequeños cuentos previos nos aclimatan para el último y más largo cuento del libro: El sistema del invierno. En la nieve los pasos son crocantes y aislados, aunque el polo esté lejos algún viento polar comenta a la distancia. La luz es diferente y cuando comienza a nevar se produce un silencio literario: se vive y se muere en el misterio del frío. Refiriéndose a las piedras que el arquitecto no debe mutilar, en The Bible of Amiens, John Ruskin expresa:
En ellas está escrita una historia y en sus venas y sus zonas, en sus líneas quebradas, sus colores escriben las leyendas diversas siempre exactas de los antiguos regímenes políticos del reino de las montañas al que pertenecieron estos mármoles, de sus flaquezas y sus energías, de sus convulsiones y sus consolidaciones desde el principio de los tiempos.”
En un espacio íntimo, la cerámica con la que se forma una taza comprende también al escritor fenecido que hizo uso de la misma. Los ambientes contienen a los personajes, al estilo y a la realidad misma, todo se amalgama, se entreteje y un método heterodoxo le da cuerpo a una engañosa racionalidad. Podríamos decir que al escribir trabajamos con la materia prima del pensamiento: el lenguaje y al actualizar esta noción podríamos preguntarnos cuántas veces pensamos con palabras y cuántas con imágenes, como cuando no podemos definir el rechazo a una situación imaginada y las palabras llegan más tarde, atropelladas y expresando lo que pueden. Lamentablemente, entender no tiene nada que ver ni con una búsqueda ni con una apreciación estética. Por ejemplo, un artista contemporáneo plantea una dificultad y su público no entiende. Entonces el problema se diluye en la capacidad de quien «no entiende». El público queda reducido y su capacidad intelectual también. En lugar de apreciar la problemática planteada, simplemente “no entiende” y sigue adelante. Sigue con su vida porque piensa/entiende que el arte es sólo entretenimiento y que sólo aquellas ideas que le procuran alguna que otra satisfacción son aquellas que merecen atención.
No podemos juzgar a este público. Es casi inimputable, medios muy poderosos y absolutos se ocupan de propagar esta idea. Se le ha vendido a este público que el arte no debería hacerte pensar porque, de algún modo, te estará haciendo trabajar y este trabajo no es remunerado. Pensar es trabajar. Por eso el padre de familia que llega a su casa agotado le pide a sus hijos que busquen una pelí que no lo haga pensar. No podemos juzgar esta actitud. Lo que si podemos es ver al mismo padre enfureciendo y participando en alguna polémica circunstancial en una red social. Lo podemos ver encendido, escribiendo apasionadamente, argumentando y contra-argumentando.
La apreciación estética no tiene nada que ver con plantear un problema ni con ser entendida. Es más simple, fluye en una búsqueda determinada, el problema no queda sucinto a la inteligencia del lector de turno, fluye en él, en su capacidad asociativa y, simplemente, lo acompaña. Puede acompañarlo a un sueño hermoso y no hay juicio negativo alguno, del mismo modo que entender no tiene nada que ver con apreciar, entretener no tiene nada que ver con atormentar. Y no todo debe ser funcional: un libro no es un manual para la correcta utilización de una licuadora.
El lector moderno se acostumbra a estas simplificaciones. Entiende que un libro que promete mejorarle la vida tiene un valor mayor que otro que sólo promete entretenerlo. A su vez entiende que un libro complejo es un libro aburrido, el libro debe ser directo “menos es más”, “evitar los adverbios de modo y la sobre adjetivación” y, sin darse cuenta, va cayendo en una vida que le resulta a si mismo cada vez menos interesante. Y juzga su entorno del mismo modo. Los colores se reducen en la estandarización y aquí está el libro de Yamila Bêgné proponiendo un policial del estilo, una investigación de lo inimaginable y un cuento final que propone la re-lectura como una fuente de hallazgos.
Obviando todos aquellos lugares comunes míos como lector (también soy esa persona descripta que vuelve de su trabajo y sólo quiere “algo que no me haga pensar”), terminé el libro y volví a empezarlo. Volví a leer cada uno de los cuentos y el último cuento me resultó aún más interesante y creo que si lo hiciera un par de veces más, la sensación sería exponencial. Esa invitación sucinta a re-descubrir mediante la re-lectura es parte de un nervio literario poco explotado en un mercado sobreexplotado de propuestas. Bêgné se rebela, propone la re-lectura.
Una de las principales causas del carácter curiosamente vulgar de la mayor parte de la literatura de nuestra época es sin duda alguna la decadencia de la mentira como arte, ciencia y placer social. Los historiadores clásicos nos han legado deliciosas ficciones como si fueran hechos; el novelista moderno nos presenta hechos aburridos bajo el disfraz de la ficción (…) Es posible encontrar al novelista en la Biblioteca Nacional o en el Museo Británico documentándose sin rubor sobre un tema. Ni siquiera tiene el valor de apropiarse de las ideas ajenas, persiste en recurrir directamente a la vida para todo, y al final, sumando las enciclopedias a la experiencia personal se convierte en alguien pedestre, porque recrea a sus personajes a partir de círculos familiares o de la señora de la limpieza, y sólo consigue acumular una montaña de información útil de la que nunca, ni siquiera en sus momentos más reflexivos logrará librarse.”
La decadencia de la mentira , Oscar Wilde
El sistema del invierno no recurre a la vida sino al propio acto de escribir, incluso al acto de leer un cuento, se trata de un libro tan múltiple como el lector quiera hacerlo, un libro atento al carácter sucesivo de cada una de estas lecturas. Haciendo caso omiso de la degradación positivista y con el ímpetu de una letrada acérrima, Yamila Bêgné promueve una exploración, específica, delicada y sistemática de lo sucesivo y en lo sucesivo va incluyendo cuento a cuento diversas variables hasta incluir la vida, la muerte y el acto de escribir un cuento. Esta exploración intelectual es atenuada por aproximaciones sensibles que confluyen en amalgamas cercanas a lo onírico. Los escritores encuentran su estilo oscilando entre lo aprendido y lo intuitivo, el gusto, los criterios generales, el momento y lo vivido. Tantas cuestiones en el ambiente, tanto del escritor como del lector desembocan en satisfacciones estéticas personales e inexplicables. Me aventuro a decir que cuanto más reales menos racionales. La narración y su forma de indagar, oración a oración, palabra a palabra puede ir dejando la impresión de algo frío pero vivo al fin.