Reseña de El Pequeño Poni, obra de teatro en cartelera sobre el acoso escolar. Dirigida por Nelson Valente, con actuación de Melina Petriella y Alejandro Awada.
A comienzos de Septiembre una alumna platense intentó suicidarse en plena clase pegándose un tiro y cinco días después murió. Por esos días leí una entrevista a la madre de Lara Tolosa, la alumna, y un dato me impactó particularmente, un dato que me sirvió para pensar el grave problema del bullying: el quiebre emocional de la chica, que era sumamente alegre y social, se produjo cuando la expulsaron de su colegio de toda la vida por no estar capacitada para rendir un examen de nivelación. De ahí pasó al colegio en el que terminó con su vida, donde vivía un clima hostil y de maltrato generalizado. Su conducta y gustos cambiaron, se volvió negativa, enojada, desafiante y lo expresó en dibujos, opiniones y en las redes sociales. No eligió morir en cualquier lugar sino en el sitio del que se sentía excluida, el sitio que debió ser su lugar de pertenencia. La discriminación cala hondo.
El Pequeño Poni, es una obra sobre el acoso escolar, una reflexión acerca de la libertad, el miedo y el instinto de protección; un retrato de la ceguera, la ineptitud y los prejuicios sociales de los adultos.
La obra está inspirada en hechos reales. En el año 2014 en Estados Unidos, a un niño de nueve años, luego de sufrir varios ataques físicos y verbales, le fue prohibida la entrada al colegio por llevar una mochila de los personajes de la serie televisiva Mi pequeño poni. La dirección del colegio consideró que acudir a clase con ese objeto fue el detonante del acoso, basándose en que la prohibición fue una estrategia para frenar el acoso. Un mes antes, otro niño tuvo un problema parecido, y era seguidor del mismo dibujo animado.
El dramaturgo español Paco Bezerra tomó esta historia real para crear la obra, haciendo foco en la repercusión del problema dentro del ámbito familiar, como metáfora de la imposibilidad de la sociedad toda para abordar un tema tan delicado.
Melina Petriella y Alejandro Awada componen a un matrimonio que intenta lidiar con el acoso que sufre su hijo Miguel. Awada interpreta a Jaime, un taxista sensato que quiere que su hijo enfrente el problema, defienda sus particularidades y no desista, pero al mismo tiempo lo manipula en secreto. Mientras que el personaje de Irene, la madre, dice desear lo mejor para su hijo y lo empuja a desistir de sus gustos y a mezclarse con la multitud para parecer normal. Ninguno de los dos se pone en el lugar del chico ni logra comprender lo que realmente le sucede. Toda la obra es un debate de la pareja sobre cómo afrontar el acoso, el niño sólo está presente en un gran cuadro-holograma en el centro de la escena, cuyo rostro se va transformando y desapareciendo a medida que los padres deciden por él que es lo mejor.
Es moneda corriente escuchar casos locales de padres enojados por las notas que reciben sus hijos. La solución más efectiva es, en la mayoría de esos casos, ir al colegio a quejarse cuando no a pegarle a la maestra/directora. ¿Por qué le pedimos a la institución cosas que en casa no le damos a los chicos? En mi generación, era impensado que un niño pase todo el día mirando una pantalla, como sucede hoy con el celular, la tablet o la tv. Luego de hacer la tarea del colegio, tenía tiempo libre, un invaluable tesoro visto a la distancia. El tiempo libre servía para incentivar la imaginación —pasaba horas creando juegos, inventando personajes, modificando objetos— para crear, para probar, para reformular, para revisar, para aburrirse y también para lidiar con la frustración ante lo que no salía como lo había pensado. Esa tolerancia a la frustración es lo que actualmente no podemos practicar y, por ende, no podemos transmitir a nuestros hijos. En un mundo cada vez más apurado por rendir y producir, no tengo margen de error, debo hacer cosas productivas y palpables, cumplir con los requisitos de la sociedad: trabajar, estudiar, casarme, tener hijos, plantar un árbol y escribir un libro. El supuesto triunfo del capitalismo para automatizar la producción, reducir jornadas laborales, mejorar las condiciones de trabajo, no es más que una nueva sujeción. Tengo más tiempo libre que el que tuvo mi abuelo, pero “tengo que” hacer algo productivo con él y cuanto antes mejor. No me puedo aburrir porque en cuanto me aburro pienso, y eso es peligroso para el sistema actual.
Miguel se siente frustrado y lo expresa a través de dibujos y de cambios de ánimo y actitudes. Luego de la prohibición escolar, el padre va a quejarse y se pelea con el directivo, al niño le da tanta vergüenza la situación que se escapa a la calle. Frente a este exceso, la madre piensa una solución más tranquilizadora, para su conciencia y para el colegio: le tira en un contenedor de basura la mochila problemática, ante la mirada atónita del pequeño. Dos soluciones desmedidas que no van al origen del problema. Miguel es un ser único, particular y que no encaja con la medida de lo normal, se siente seguro con esa mochila y no deja de mirar la serie que, curiosamente, dedica sus capítulos a la magia de la amistad y los valores del compañerismo.
Así pasa el tiempo, y cada jornada escolar significa un nuevo obstáculo. Miguel es agredido físicamente por sus compañeros, Irene va al colegio, a espaldas de Jaime, para negociar con el director, el padre a su vez convence al niño de decir que no se quiere ir del colegio, cuando lo que más desea es salir de esa institución. Como la frustración e incapacidad de los padres es más grande que el conflicto del acoso, cada uno encuentra en las herramientas que le dio la sociedad, las excusas perfectas para sortearlo. Sus actitudes son expresión del rol que desempeñan los padres en la formación de los hijos, y la violencia infantil es expresión de un contexto social e institucional. ¿Qué sucede con la escuela? Que considera que el sujeto atacado es el responsable por expresar su particularidad. Hay también en la obra un análisis muy interesante que subyace al tema principal del bullying que es la complicidad institucional y su capacidad de mirar para otro lado.
Pensar o ser diferente es un problema para la sociedad actual. Petriella se luce en el papel de la madre que no puede aceptar la forma de ser y los gustos de su hijo. Niega hasta el último momento. Ama a su hijo, pero quiere moldearlo a lo que la mayoría espera de él. Es conmovedora la escena en la que sufre por no poder comprenderlo, ensaya un discurso en voz alta con las explicaciones de por qué es mejor mezclarse con la multitud, pasar desapercibido, ser como los demás quieren que sea. Cuando entiende que primero debe involucrarse en el mundo del niño, frente a la mirada derrotada de Jaime que fue descubierto en su plan para obligar al chico a seguir yendo a clase, se dispone a ver la serie de dibujos animados y a analizar los roles de cada personaje. Vislumbra que tienen mucho que ver la forma de ser del pequeño y con sus valores de paz y amistad. Pero ya es demasiado tarde.
El Pequeño Poni es un retrato necesario y conmovedor sobre el miedo, la sociedad, la inseguridad y la dictadura de la mayoría.
Ficha Técnica artística
ACTUAN: Melina Petriella – Alejandro Awada
AUTOR: Paco Bezerra
ADAPTACIÓN: Ignacio Gómez Bustamante
DIRECCIÓN: Nelson Valente
DIRECTORA ASISTENTE: Nayla Pose
DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA Y VIDEO: Maxi Vecco
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: Marcelo Cuervo
DISEÑO DE VESTUARIO: Daniela Dearti
OPERADOR DE VIDEO: Mariano Luna
DISEÑO GRÁFICO: Diego Heras
FOTOS: Alejandra López
PRENSA: SMW
PRODUCCIÓN EJECUTIVA: Luciano Greco
COORDINACIÓN TÉCNICA: Alberto López
COORDINACIÓN DE PRODUCCIÓN: Romina Chepe
PRODUCCIÓN GENERAL: Sebastián Blutrach
SALA: Teatro Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857, CABA). Sábados 22:15hs. Domingos 18hs