Gula o el metálico aullido de La Bestia

El escritor Balam Rodrigo reseña el libro Gula (Cafeína Editores) del poeta Noé Lima. En esta actualización de la sección Istmo, el ex-futbolista y biólogo, Balam, comenta: «Gula no son los migrantes, los desplazados, quienes hablan y dan su testimonio, sino el envés del espejo roto del sueño americano, es decir, la pesadilla centroamericana…» Ilustra Mariano Lucano. 

Conocí personalmente al escritor Noé Lima en la ciudad de Gracias, Departamento de Lempira, Honduras, durante las actividades poéticas y fraternales que compartimos en la celebración del III Festival Internacional de Poesía Los Confines, en julio de 2019. Sin embargo, había leído ya algunos de los potentes y filosos poemas de Noé en diversos medios, dispersos en la red, textos en los que encontré una poesía iconoclasta, lúdica, con imágenes y metáforas poderosas, una escritura sin tapujos, testimonial y documental, palabras que enuncian y denuncian sin detenerse a cumplir los estándares del académico e inútil canon, y a pesar de todo, con una riqueza lírica y verbal envidiable, prolífica y rizomática. Algunos de aquellos poemas que leí refieren a distintos temas existenciales, literarios, pero sobre todo vitales, y conforman una lectura de las pesadillas y los oscuros estados interiores de quienes vivimos en el vórtice del istmo de Centroamérica, en la llaga purulenta del continente americano, esa desgarradura de carne viva y expuesta que va desde las entrañas pestilentes del norte de México hasta el muñón centroamericano que se desangra en tierras de Nicaragua e incluso más allá, en el Darién panameño, donde las violaciones, secuestros, asesinatos y feminicidios han sido poetizados por el machete de tinta de Noé Lima y cifrados en el subsuelo lírico de las páginas, versos tallados con un clavo de sangre sobre el asfalto de las calles y tatuados en el rostro senil de la arrugada belleza literaria centroamericana, dejándole su marca indeleble pero precisa, brutal, sin concesiones ni miramientos, exhibiendo la miseria y la mezquindad humanas en toda su expresión, y antes que nada, con plena conciencia cívica y sabiduría poética. 

Desde que leí los primeros poemas de Noé, me pareció que el artista plástico y escritor nativo de Ahuachapán escribe su poesía no con pluma ni con lápiz, sino con un largo machete cariado por tanto uso pero aún con el filo inextinguible en ambos lados, machete de afilada sangre con que el poeta desmiembra líneas, versos y palabras, las cuales va apilando en cada poema como quien recoge los pedazos mutilados de la vida machetazo a machetazo, dispersos después de la brutal pelea contra la muerte y el olvido, para formar un nuevo y sanguinolento cuerpo al que se le notan las suturas, las heridas, los filazos, los tajos: tal es el cuerpo de Centroamérica. Porque los poemas de Lima son heridas abiertas, cuando no, extensas y profundas cicatrices, ojos de sangre que nos miran fijamente desde la página, todavía sangrantes, goteantes, con su laberíntico e infinito iris de baba negra. Al mismo tiempo, el poeta desgaja las ramas torcidas de la empolvada tradición poética castellana para afirmar, por otra parte, su inconfundible filiación a la mejor poesía testimonial de nuestro continente, la de Centroamérica, cuyos espíritus tutelares —Roque Dalton, Otto René Castillo, Leonel Rugama, Roberto Sosa, Ernesto Cardenal, Ana María Rodas, entre los más conspicuos— se hacen notar en la escritura de Gula, poema de largo desaliento, de intensa violencia lírica, de profusa migración verbal, insaciable marabunta de versos que retrata fielmente el desplazamiento forzado de aquellas centroamericanas y centroamericanos que huyen y se alejan de su matria en inhumano e interminable éxodo, del suelo y familia que los vio nacer, pero también del hambre, la miseria, la violencia, la extorsión, la infamia, en fin, de una vida que no es vida sino condena, sobrevida, dolorosa e inevitable agonía de un viacrucis que inicia incluso antes de nacer:

Me llaman La Bestia.

Me pusieron así los policías,

la judicial,

los migrantes descalzos,

los niños iluminados por el veneno de mi tacto,

los soldados de cera cuando velan con sus ojeras a la gente,

los maestros sin trabajo en Centroamérica,

los obreros de mirada amarga,

las mujeres de oficios domésticos, con sus anémonas de humo,

cada vez que mis dientes muerden lentamente

bajo la espiga larga como el aliento del sol

que va rodando por la espalda de todos los recién nacidos

con sus mejillas convertidas en cerrojos por mis caricias de esmog.

Me pregunto si todos están arriba

disfrutando de la estática de los cuerpos.

Me bautizaron así,

y me gusta,

el día en que no pudieron matarme a golpes

con ráfagas de metralla dejando ramilletes de gritos.

 

Pero en Gula no son los migrantes, los desplazados, quienes hablan y dan su testimonio, sino el envés del espejo roto del sueño americano, es decir, la pesadilla centroamericana, encarnada lírica y fielmente en animal, en ente sobrehumano, en maquinal sujeto lírico, uno que lanza al viento su aullido de niebla negra, su humo oscuro y asfixiante que Noé mezcla con lluvia, sudor, saliva, leche, semen, vómito y sangre para hacer la tinta de su libro y untarla en cada verso, en cada grito del “tren de la muerte”, en cada bramido de La Bestia, cuya glotonería desordenada y excesiva se ve reflejada en las violencias e infamias que comete instrumentalmente durante su recorrido geográfico y poético por los territorios de la desaparición, por el Xibalbá, el Inframundo y el Mictlán que son, a fin de cuentas, paisaje y escenario del éxodo centroamericano, migración por un México infernal para intentar llegar a Estados Unidos:

TODOS ME ODIAN.

TODOS ME VEN COMO UNA ROSA DE ALUMINIO POR LAS NOCHES,

COMO ESE BESO DE NÍQUEL DE TODAS LAS ROCKOLAS.

Mi espalda ancha está formada de larvas

y mato con el olor a níspero de los montes.

Mato con el sida colgado en la telaraña de mis huesos

que mana la enfermedad de las catedrales vacías

con sus velas encendidas,

la funeraria cuando ronca,

con sus vocales quemadas en nombre de Cristo,

como reflectores nocturnos para callarle el aliento a cada suicida.

Me alimentaré

de las iniciales que habitan en mi saliva,

ese combustible que lleva penachos de arándano,

y

me verás caminar al lado de las bestias,

y

me verás tocar tus pies de abeto,

y

me verás lanzar mis cascos en la copa de los álamos 

[…]

 y

soñarás con mi pulso de gozne turbio para doblar las extremidades,

y

buscarás la superficie blanca de los lagos entre tus uñas marchitas,

y

cada medianoche al entrar por tu ventana me amarrarás a tu cintura,

a mi lomo herido por tu saliva apagada por el tiempo.

No se sabe si aguantarán tus lamentos crucificados al ocaso

cuando saque de mis ojos esa luz migrante

que debe de esconderte de la migra,

del coyote, que escala el pico de los insectos en cada estación.

En Gula el mal toma forma de ferrocarril, de locomotora demoníaca transmutada en La Bestia que escupe cadáveres y huesos a lo largo de su invertebrado recorrido de más de 60 páginas y 4000 kilómetros de odio, escribiéndolos con violencia y brutalidad en cada cuerpo que mutila, en cada mano indocumentada que taja, en cada espalda nómada que hiere, en cada mujer desplazada que viola, en cada corazón migrante que despedaza, en cada sueño desarraigado que taja, en cada lengua en éxodo que transforma en muñón, hasta dejar en orfandad su largo y desgarrador gemido que solaza con inicuo placer a quienes idolatran a La Bestia y forman parte de su bestialidad: maras, narcotraficantes, policías, judiciales, zetas, caballeros templarios, coyotes, agentes de la migra, drogadictos e incluso Trump, antítesis todos ellos del sueño americano y agentes de la eterna maldad humana:

Me llaman La Bestia,

y me cargan con grifos azules

tan melancólicos como las tibias guirnaldas

con seres acróbatas que vienen desde la selva

con llantos verticales cuando el horizonte es una silueta

que degüella quetzales de vidrio, que abre la boca 

como el sepulcro de una toronja

con yemas apócrifas sobre los labios y la velocidad del fango 

[en cada pisada,

del que nos deja, del triturado, de ese eco metálico

al terminar de soñar con las estaciones venideras

y enfrentarse al muro 

que Trump trina desde su rubio destello,

que Trump firma en su página de lajas,

que Trump desliza un hormiguero con sus voces de neón a la frontera,

que Trump dejará caer su ojiva de cieno como un falso Lutero en el Petén,

que Trump es un tumor cosido a balazos en cada país seguro,

que Trump dibuja su delirio en el agua podrida de Nueva York

con su tosca plumilla de marfil,

su piel de gallina amarilla,

su numen de ganso en cada mueca para atacar a las sombras.

Noé Lima no sólo da vida a La Bestia en su descarnado poema Gula, sino que le otorga personalidad, animalidad y humano carácter más allá de la prosopopeya, de la mera humanización del objeto, puesto que al darle voz como sujeto lírico —sería mejor denominarlo bestia lírica— logra la negativa maquinización de lo humano y la positiva bestialización de la muerte, instrumentalizando poéticamente el horror, al grado de que La Bestia y su lengua de motor, su voz de humo y de diesel, no sólo hablan, sino que escriben y cantan, larga y oscuramente, abriéndose paso en su camino de gemelos machetes, decapitándolo todo, tajando, cortando, desmembrando, despedazando sueños, fragmentando ilusiones y guillotinando esperanzas, mutilando incluso hasta la muerte: La Bestia como hacedora y cómplice de la desaparición:

Soy La Bestia,

y destruyo los enjambres de las moscas

con mi aliento de abanico gris;

con mis dentados abrazos de color gris

destruyo la guadaña de niebla

y así te amaré.

LA NOCHE SIEMPRE DESVELA

EL HONDO ARPEGIO EN LA TAZA DEL CAFÉ.

EN EL RUBOR EN LA BOCA DEL MUSGO

QUE GUARDA LA HUMEDAD DEL ROCÍO.

Se hace la noche un digital unicornio en las redes sociales

cuando cantan las gallinas

y hablan de los tacos al pastor

en el hashtag del desaparecido […]

Cada poema y cada verso de Gula son los durmientes sobre los que corren los rieles, transformados en páginas, por los que camina La Bestia imparable, por los que avanza con circulares extremidades de acero, blandiendo sus machetes esféricos en los que se reflejan fielmente tanto la imagen de la barbarie como “los bovinos gritos de yeso en cada rostro”, tal como lo enuncia el poeta. En este libro La Bestia ocupa el lugar del hombre, en el sentido de género, pues la locomotora no es feminizada, por el contrario, ciertos símbolos constantes la masculinizan y la heteropatriarcalizan, encarnando la máquina no sólo en instrumento de muerte, sino deviniendo en el hombre y su violencia sistemática, su relación jerárquica de dominio sobre la mujer, sobre lo femenino, tomando la viva y poética imagen de un largo y metálico falo que viola y mancilla no sólo a las mujeres que viajan sobre su lomo o mutilando a todas aquellas que se atraviesan en su camino, sino también a “los niños pájaro, los ancianos pájaro, los indocumentados pájaro, los homosexuales pájaro, las lesbianas pájaro, los transexuales pájaro”, a los que se suman compas, cheros, patojos y cuates, amputando la vida, los sueños y la muerte de mujeres y hombres por igual, siempre en una relación jerárquica de dominio, de poder, de masculina ambición, tal como lo taja en el aire el verso “ya no sé si soy La Bestia o el hombre que te reclama”:

Te amaré así,

con la madrugada que se fuma en las pupilas.

Te amaré así,

llena de calendarios y nubes que rechinan sobre el vagón

antes de la caída de los pájaros de plomo,

los niños pájaro,

los ancianos pájaro,

los indocumentados pájaro,

los homosexuales pájaro,

las lesbianas pájaro,

los transexuales pájaro,

los atormentados con huecos de helechos en el

[estómago, también pájaro

con la lengua yerta de tanto morder a la brisa como alimento.

 

En este libro La Bestia descuartiza la condición humana, la machetea sin descanso arrancándole toda humanidad, toda conmiseración, todo Ágape: es el Hombre, el Anticristo, el poder, el dominio, el mal, pero ante todo, el miedo, el preciso y exacto terror: “Me llaman así para temerme, por mi geométrica forma de matar”. Metáfora del horror, la desolación y la muerte, Gula, ha sido escrito con enorme fuerza poética y conocimiento vital por Noé Lima y su “lengua de ortiga”, pues no se guarda nada, nos muestra las entrañas latientes que él mismo ha arrancado de La Bestia, pero no sólo sus vísceras, sino acaso los fragmentos vomitados y escupidos por el Poder, por el Estado, por el capitalismo, por el neoliberalismo, que han pauperizado y empobrecido hasta la médula a millones de seres humanos en Centroamérica, echándolos a los perros guardianes de las fronteras, a los rabiosos cancerberos del infierno teñido con el verde de los dólares, donde todas y todos somos mercancía, objetos vendibles y tasables, al tiempo que desechables, contemporáneos de La Bestia, la verdadera, en cualquiera de sus mutantes y sutiles formas, y cuyo apetito insaciable nunca termina:

Me llaman La Bestia,

tengo un corto nombre de esperanza rota,

una fermentada arpa de quienes cantan con sus sombreros

para tapar al viento todas sus heridas,

la narcobalada bajo las axilas,

el paraíso de bengala sorda entre la lengua,

la verga,

y la epidermis

que se tatuará entre los rieles con las extremidades

que ingiero lentamente.

De ahí que en Gula el camino del migrante en su viaje hacia el “norte” sea metáfora del éxodo bíblico, por ello este poderoso poema está plagado de símbolos del judeocristianismo, es una suerte de viacrucis o rosario formado con los fragmentos de los mutilados y la marcha se torna apocalíptica, llena de ángeles caídos desde los vagones de La Bestia, que los abraza dulce y dolorosamente hasta fragmentarlos en palabras, verso por verso, letra por letra: “sobre mi espalda van almas vacías”, reza Lima. Además de la iconografía y simbología judeocristiana animada por ángeles, crucifijos, rezos, querubines, plegarias, cristos, etc., Gula anticrea su propia y singular geografía, alterando y alternando latitudes, sitios, nomenclaturas y toponimias, porque la figura de La Bestia es omnipresente, y para los desplazados, los migrantes, lo mismo da que el principio del camino sobre su sucio lomo inicie en Tapachula o en Arriaga, en Coatzacoalcos o en Ciudad Juárez, en el Petén o en San Salvador, porque aún sobre el animal de hierro o lejos de él, todo es frontera, muros, alambradas, límites, bordes, y cada línea de Gula es apenas un metro hacia atrás en el camino infranqueable, y todo súbdito de La Bestia es piedra de tropiezo, instrumento de tortura, arma de muerte:

Sobre mi espalda van almas vacías

que habitan estanques de agua azulada,

aldeas guatemaltecas,

barrios salvadoreños,

hondureños,

sudor machacado por el agua podrida de cada año

bajo un cielo de amianto rumiando por el colmillo de los cerros ahumados,

que parecen una cuchara,

honda y amorosa como Tegucigalpa,

como el volcán de San Salvador,

el lago de lzabal,

ese pergamino dorado que tiembla ante las voces de los niños ahogados

por el latido del pan de las madres amantes,

la caricia que empuja la palabra amor en la garganta 

y que en la tráquea tiene hojas tullidas,

ángeles llenos de ataúdes en las manos,

perros vestidos con el plomo de la malaria

y el verde arroyo en la palabra amante

cuando se debe de levantar a los enfermos

mientras el viaje se hace cada vez más largo.

A la locomotora de las fragmentaciones sólo le interesa escuchar “la noticia de los muertos decapitados por la espiga del machete”, migrantes asesinados en los que florecen las ramas oscuras del anonimato, de la desaparición, de la incertidumbre, por eso las flores de varia poesía que crecen entre los versos de Gula son brotes de sangre, ramilletes de costras y plasma seco, ramas de pus y renuevos con pústulas, palabras hirientes, cortantes, guillotinas que tajan el aliento, machetes que cortan la lengua en pedazos cada vez más pequeños, insignificantes letras del alfabeto doliente de Centroamérica con los que el intelectual salvadoreño ha escrito el testamento de sangre de La Bestia sin ceder a la tentación de hacer de los migrantes una parvada de mártires, sino que entre los versos de su poema distópico él mismo se yergue como de entre las ruinas del mundo y se ofrece a las innumerables plagas del odio para horadar los oídos y el corazón de los sordos con su escupitajo de ácida luz, porque Noé Lima no es sino “un ruiseñor de plata que canta sobre los charcos de la orina”:

Me pregunto,

si tiene encadenados remos a la cintura de los días,

si tiene circulaciones azules en las arterias,

si tiene húsares de claveles bajo las axilas,

arpegios,

en cada nota de auxilio ante el secuestro,

dorados diálogos de bronce cuando en los ríos la sed aprieta

a los pliegues de la carne,

el estómago,

y su martilleo de trompetas secas

adivinando el olor de la comida rápida,

el olor del sueño americano en una casa de putas

con la saliva del alba anunciando nueva carne,

niñas con luces de paloma degolladas por el frío,

niños de arcilla mojada

con sus alas en el desvelo cuando te pagan unas monedas

en alguna calle,

en la huida del eco en que se convierten las balaceras,

las torturas.

Gula es un libro que está emparentado, como he mencionado antes, con la mejor poesía testimonial y documental de Centroamérica. Considero que este libro se relaciona con otros de temática similar publicados en la última década que tratan sobre la movilidad humana centroamericana, sobre la migración, el éxodo y el desplazamiento forzado de las personas en esta región del mundo, libros escritos específicamente por quienes son originarios de Centroamérica, más allá de otros escritores y artistas de distintas latitudes que han aprovechado la mercadotecnia y la estrategia neoliberal de las grandes editoriales trasnacionales para mercar literariamente con el dolor migrante, con la orfandad y el desarraigo de quienes deambulan entre sus propios restos tratando de alcanzar el sueño americano y piden únicamente les sea reconocido el fundamental derecho de migrar, vivir y morir en la tierra prometida, sea Estados Unidos o cualquier otro lugar en donde puedan tener una vida y una muerte dignas. Entre otros libros honestos como el presente Gula, quiero mencionar: Los migrantes que no importan de Óscar Martínez (Icaria Editorial, Barcelona, 2010) de crónica periodística y Déjennos pasar. Migraciones y trashumancias en Centroamérica (Amargord Ediciones, Madrid, 2019) de crónica literario-académica, así como los libros de poesía Mumure’ tä’ yäjtambä/Todos somos cimarrones de Mikeas Sánchez (Indómita Editores, Puerto Rico, 2012), Central América de Julio Echeverría (Magna Terra Editores, Guatemala, C.A., 2013), Otra versión de vos del ‘salvimexicano’ Antonio Cienfuegos (Public Pervert, Chiapas, México, 2013), También en el sur se matan palomas y Voy al norte con el viento sobre el rostro de Chary Gumeta (Coneculta-Chiapas, Chiapas, México, 2016), así como Despatriados (Metáfora Editores, Quetzaltenango, C.A., 2018) de la misma autora, a los que habrá que sumar Ropa americana de Dennis Ávila (Amargord Ediciones, Madrid, 2017), Guanaco —también de Antonio Cienfuegos— (Editorial Carajo, Santiago de Chile, 2017), Luz silenciosa bajando de las colinas de Chiapas de René Morales (Ministerio de Cultura y Deportes, Guatemala, C.A., 2019) y el reciente Vuelta del húngaro de Víctor García Vázquez (Coneculta-Chiapas, México, 2020).

Finalmente, quiero concluir estas líneas diciendo que Gula es poesía verdadera, lo mismo que documento histórico y literario de los pueblos en tránsito, de las gentes que migran, de las centroamericanas y centroamericanos que sufren todos los días y desde hace décadas, la inacabable noche del horror. Noé Lima ha escrito una obra fundamental de nuestro tiempo, un poema que representa la mejor literatura de Centroamérica, el inicio de un aullido imborrable tatuado profundamente en nuestra memoria colectiva, porque el poeta salvadoreño nos ha dado un certero machetazo de lucidez, decapitando la cabeza de barro de nuestra apatía y despertándonos de la infamia para solidarizarnos activa y poéticamente contra la miseria humana. Deseo —lectora, lector— que el afilado y certero machetazo poético de Gula también te despierte a vos:

Soy La Bestia, 

el principio de todas las cosas, 

el fin del sueño americano. 

Huitepec, Jovel, Altos de Chiapas, Centroamérica / mayo, 2021

Escribe Balam Rodrigo

Exfutbolista, biólogo y escritor nacido en Villa Comaltitlán, Soconusco, la región más centroamericana de Chiapas, México, en 1974. Autor de una treintena de libros de poesía, sus letras abrevan tanto de las ciencias biológicas y la relación espiritual con Dios, como del futbol. Obra reciente: Marabunta (Libros Invisibles, México, 2017; Praxis, México, 2018; Yaugurú, Uruguay, 2018; Los Perros Románticos, Chile, 2019), Libro centroamericano de los muertos (FCE, México, 2018), Antiícaro (La Chifurnia, El Salvador, 2019), Cantar del ángel con remos en la espalda (Puertabierta Editores, México, 2019), icarías (Ícaro Ediciones, México, 2020) y Marabunta (Ala Ediciones, 2021, edición bilingüe inglés-español, en proceso). Su obra ha merecido diversos reconocimientos, entre otros: Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2012, Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2014, Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco 2016, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017 y Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México en los periodos 2014-2016 y 2018-2020.

Para continuar...

Micropoemas V

Compartimos la quinta parte de esta selección de micropoemas del poeta hondureño Alex Darío Rivera, ilustrada por Javier Ranieri.

Un Comentario

  1. Siempre estaré agradecido contigo, mi querido hermano, Balam Rodrigo.

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