Károly Takács: el hombre de la lateralidad forzada.

Hasta el hartazgo Hollywood nos ha mostrado historias de superación personal, desde «En busca de la felicidad» de Gabriele Muccinooi y Fabricio Samaniego, pasando por «127 horas» de Danny Boyle, siguiendo por «el indomable Will Hunting» de Gus Van Sant hasta llegar así a «Precious» de Lee Daniels. Pero más allá de los esfuerzos hollywoodensespor mostrarnos la grandeza de los seres humanos, sin dudas, ninguna de sus historias es tan extraordinaria ni aleccionadora como la vida de Károly Takács, aquel sargento húngaro que en 1948 supo hacerse de la medalla de oro en los juegos olímpicos de Londres, en la disciplina de pistola rápida.

¿Y qué hay de aleccionador y de extraordinario, se preguntarán ustedes, en un húngaro (otro más) que gana un oro olímpico en la disciplina de tiro al blanco? Absolutamente nada. Ahora bien, si yo les dijera que Károly Takács ganó la medalla de oro y batió el record olímpico luego de haber estallado su mano hábil. Ahí, ¿podríamos comenzar a hablar?

Podríamos.

Károly Takács nació en 1910, en Budapest, la capital de Hungría. Poco se conoce de su infancia, lo que sí se sabe es que se enlistó en el ejército húngaro y que desde allí comenzó su carrera de pistolero veloz. Diestro de nacimiento, el sargento poseía una habilidad inigualable a la hora de desenfundar y disparar su arma. Con el tiempo Károly comenzó a cobrar cierta notoriedad dentro del circuito competitivo, ganando un par de competencias nacionales y en 1938, cuando todos lo daban como el representante numero uno indiscutido para competir en los juegos olímpicos de Tokio (competencia que finalmente se suspendió por el conflicto bélico chino-japonés), Takács sufre un accidente demoledor: en un ejercicio de entrenamiento del ejército, una granada defectuosa le explota en su mano derecha, dejando al habilidoso Sargento fuera de toda posibilidad competitiva.

Sin dudas, en aquellos días, Takács habrá sentido que su mundo se desmoronaba, pero lejos de quedarse tirado en la cama, viendo como la vida no sólo le arrancaba una mano sino que además amenazaba con arrebatarle la esperanza de llegar a conseguir algún día su medalla olímpica, Károly, renació. Tomó su pistola con la mano izquierda y, en lugar de llevársela a la sien en un gesto definitivo, comenzó a practicar día tras día, noche tras noche, hasta llegar a conseguir nuevamente la inefabilidad que tanto lo caracterizaba.

Y así fue como llegó a Londres en 1948, a disputar su primera competencia olímpica. Es posible imaginar a un Takács completamente emocionado detrás de su cara de jugador de póker. También es posible que el húngaro se haya sentido un poco intimidado frente a competidores que habían disparado toda su vida con una sola mano.

Cuenta la leyenda que cuando estaba a punto de comenzar la competición, uno de sus rivales, el argentino Carlos Díaz (el favorito), se acercó al húngaro y le dijo bajito: «¿A qué carajo viniste?» A lo que el buen Károly respondió al mejor estilo Harry el Sucio: «Vine a aprender».

A los que siempre están del lado de los débiles mas allá de cualquier nacionalidad, les gusta suponer que mientras Takács hacía fuego contra el blanco, era motivado por un profundo sentimiento de odio hacia el argentino. Ya se sabe, esa cosa visceral de machito alfa, ese Rambo saliendo del agua, matando (movido por el odio, obviamente) comunistas con una precisión de billarista; ese Diego dolido por Malvinas, atravesando media cancha con la zurda besando la pelota, humillando, derribando ingleses, para subsanar un orgullo que había sido herido, etc., etc. Pero la realidad siempre es un poco más compleja de lo que uno se la imagina.

Lo imaginario y lo real entran en conflicto al pensar en un Takács motivado por un sentimiento de odio o de venganza. Los que hemos disparado alguna vez, aunque sea con un aire comprimido, sabemos que para dar en el blanco se requiere de una cierta combinación de facultades psicomotrices. Una respiración regulada, un control extremo del pulso, la vista agudizada y (lo más difícil) la mente absolutamente en blanco. Nada debe pasar por la mente en esos segundos en los que se localiza el blanco, se contiene la respiración y se procede a la percusión del gatillo. Más si esto debe ser ejecutado con rapidez. Erran aquellos aficionados que aconsejan pensar en un hipotético enemigo, o aquellos otros (más apocalípticos) que aconsejan pensar en un único disparo y que de ello depende tu vida. No se trata de verse acorralado, ni de un instinto de supervivencia, ni de un arrebato de odio. Se trata más bien de una comunión entre blanco, arma y algo del sistema nervioso que se pone en juego. Hay que lograr que esas tres cosas funcionen en perfecta armonía, como Suárez, Neymar y Messi, si quieren un ejemplo futbolero, o como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, si quieren un ejemplo más católico. La cosa es que una vez que se consigue eso (la comunión), el disparo generalmente da en el blanco. Ahora bien, me cuesta imaginar en Takács pensando en todas estas cosas a la hora de disparar. Supongo que en su caso tuvo que haber sido algo más maquinal, un bang, bang, bang milimétrico, el brazo a una altura precisa, la mano amortiguando el impacto de los disparos, los ojos bien abiertos (como se puede ver en las fotos que circulan por internet) y una cara impasible, como la de un vendedor de coronas fúnebres.

Lo demás es Wikipedia.

Aquel día Károly Takács consigue una puntuación de 60 blancos y 580 puntos por encima del argentino que logró unos 60 blancos y unos 571 puntos. De esa manera, el sargento húngaro se alzaba en lo másalto del podio, batiendo el record mundial, demostrándole al mundo -y sobre todo demostrándose a sí mismo y de paso al argentino, supongo- que no hay más limitaciones que las que uno se pone en la cabeza.

No caben dudas de que a la historia la escriben los que ganan, como profesa el gran Litto Nebbia, pero en el caso de Takács, pienso que su historia comenzó a reescribirse desde el momento en que encontró en su mano izquierda una posibilidad de refugio, oportunidad y escape, como quien encuentra una puerta con la palabra «EXIT» en el medio del infierno.

Cuatro años más tarde, Takács, volvería a conseguir el primer puesto, esta vez venciendo a su compatriota Szilard Kun, 579 a 578, convirtiéndose en el primer competidor en ganar dos certámenes seguidos de disparo rápido.

 

Escribe Sebastián González

Hablar de uno nunca es fácil. Supongo que habría que empezar por el lugar de nacimiento, la fecha y esas cosas. O tal vez se podría obviar y simplemente mencionar el acontecimiento más importante de mi vida, que sería (se cae de maduro): nacer. O tal vez no. En todo caso nací en Gualeguaychú, la llamada “capital del carnaval” para los espíritus alegres, y la llamada “ciudad de los poetas” para los espíritus más melancólicos. ¿El año? Mil novecientos ochenta y cinco. Lo demás es un largo bostezo que intento suprimir con la escritura. A veces tengo suerte y consigo que algunos de mis escritos integren libros de antología, formen una novela o un libro de cuentos. A veces no.

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