La Pilarcita: tierna, sencilla y profunda

Frente a la oda por la razón
o a la mareada pretensión
aparece simple y pura
esta pieza de cordura.
En esta noche al son
he visto un corazón.
Y eso, en esta vece
mierda que se agradece.

Las sábanas y los calzones cuelgan de la soga, la manguera resiste enganchada a la canilla de la pared, el agua de la pelopincho espera calentita, y el juego de sillas de hierro, tiene unos almohadones que me llevan indefectiblemente al patio de mi abuela.

El caluroso verano litoraleño,
el criollo hablando del porteño.
Lo veo y celebro
que hoy volví a mi pueblo.
Pa hacerlo no viajé cinco horas o cuatro
tuve una en el teatro.

La obra transcurre en un pueblo correntino, que celebra el día de la santa popular «Pilarcita». Lugareños y visitantes devotos comparten el acontecimiento.

El campo y la ciudad se cruzan en un patio.
La magia del teatro.
Y así el espectador
compra ese absurdo arrojo
de construir con el despojo
de jugar a armar mundo
en un cuadrado negro y profundo.

Celina (Pilar Boyle) regentea la casa que funciona como hospedaje para los turistas. Su amiga Celeste (Mercedes Moltedo) cose su traje, y practica los pasos de baile para la presentación de la comparsa. Selva (Luz Palazón) es una huésped que viene de la ciudad en busca de un milagro para Horacio, quien permanece recostado en su habitación.
Hernán (Rodrigo del Cerro), hermano de Celina, se prepara para un concurso con su guitarra al son, y canta con un encanto de vozarrón.

Los personajes cuando se van de escena siguen hablando a los gritos en la distancia. Bien de pariente mío ese lío. Yo los oía y veía a mi mamá hablando con mis tíos, con esa especie de aullido, como si fuesen sordos o carecieran de la práctica de acercarse para hablar.

Están los que arman algo chiquito,
una canción o un trajecito,
y están los que esperan el milagro.
Están los que creen, los que pagan,
los que miran y los que se embriagan.

A este mundo nos invita María Marull, que dirige esta zambullida con tal precisión, que uno de golpe se siente arrojado como desde un trampolín en contundente clavado. Es que en La pilarcita el verano se huele, las calles vacías se oyen, el calor agobiante se transpira, y la ciudad prescinde en calma de los negocios cerrados en pleno culto a la siesta.

«¿Cómo vive la gente? Un milagro no es que vivan. Que respiren es el milagro» dice Celeste.

La noche llega
entre calor y grillo.
La Celeste se cose
la pluma y el brillo.
En un pueblo todo chivado
libres y encerrados.
Todo sucede a la vez
y más allá de la vista lo ves.

Las luces a cargo de Matías Sendón arman una noche de pueblo memorable. El personaje de Hernán (Rodrigo Del Cerro), a través de sus canciones, completa el relato mediante una especie de payada en verso. Un acierto de dramaturgia y dirección más que inmenso para completar este universo. La obra transcurre en la víspera, el durante, y el después de la celebración del pueblo a la Pilarcita.

¿Por qué la gente le pide milagros? ¿Qué sucede finalmente el día de la celebración?

Los dimes y dirán
en el pueblo vienen y van

Hay una vieja de rostro rara
a la quel milagro
emparejó la cara.

Hay una chamiga enamorada y obvia
y un gurí pavoneándose con novia.
Tan la suerte y la mala racha
dicen quiai una turista borracha.

Entre deseos fervientes, humor, rimas y muerte, se desarrolla el entramado de una dulce historiecita, tan honesta como la Pilarcita.
Algunos textos son dardos que se clavan con un humor que los destraba.

La tremenda voz de Rodrigo del Cerro retumba en las vísceras. Regala momentos en donde el llanto ahonda y posteriores chistes para respirar la ronda. La espontaneidad y verborragia del personaje de Celeste, llena de frescura el enredo, actuado y bailado por Mercedes Moltedo. “Cuánta responsabilidad servir un café con los tacos” le dice a Selva. Y algo entre la elección y el destino, cambiará para siempre sus caminos. Será este encuentro, el detonante de los acontecimientos.

El personaje de Selva (Luz Palazón) con sus costumbres de urbe, encarna la contracara urbana, y esta Selva crece, llegando a un momento actoral digno de vivenciar.

Un grito tras la pared
del suceso a merced.

La Selva entonces gime
un monólogo sublime.

Tres temporadas en cartel, cuatro funciones semanales y los inacabables espectadores, dan fé del milagro del laburo con autenticidad. La dramaturgia de relojería de María Marull, invita a disfrutar de una historia y descubrirla mediante el juego entre lo visto, lo aludido, lo dado y lo escondido.

Los sonidos se hacen bichos, la música se hace folklore, el trabajo actoral transpira al galope, y los vestuarios de Jam Monti recrean a la perfección, tierras de salame y de jamón.

En tiempos de posverdad, relato fragmentado, dónde quién importa más que qué, donde parece mejor lo complicado, donde mucho gana el sobreintelectualizado, recibir una sencilla y simple historia, me hace abrir las manos para alcanzar la ofrenda.Es esa auténtica grandeza, que tiene la simpleza.

Yo canto pa que las cosa
no se me pasen de largo
canto lo dulce y lo amargo.

Dice Hernán, guitarra mediante.

Y ahí entre este cúmulo de emociones encontradas, entre la vida, la muerte, la fe y la risa, pienso que hay una sola cosa que me gusta más que contar historias: que me las cuenten a mí, justo así.

Para el final de la obra, los personajes giran en este mismo lugar, dentro y fuera. Y ya nada será como era.
Algunos se irán, otros permanecerán. Como todo pueblo, que se contenta y se desierta.

La conjunción de elementos ( la jerga, la tonada, la ropa, el calor, la guitarra y el patio) arman un mundito tan potente como adorable.

 

Y al fin hoy hubo si,
un cuento para mí.
Sobre fe y muñecas dar,
sobre creer en crear.
Y así en pleno Almagro
fui testigo del milagro.
Se me llenó hasta la pancita
he visto a la Pilarcita.

 

Escribe Rocío Villegas

Es actriz, guionista y dramaturga. Es egresada de la Lic. en Actuación de la UNA (2013) y de la Escuela GUIONARTE como Guionista de TV (2015). Estudió Dramaturgia con Mauricio Kartun (2017). Realizó estudios en actuación con Martín Salazar (2007), Raúl Serrano (2010), Silvina Sabater (2011); Matias Feldman y Santiago Gobernori (2015). Escribió y protagonizó la obra “Metele que son Pastele” con dirección de Martín Orecchio (2016). En 2017 su monólogo “Guol Estrir Guor” fue seleccionado por Mauricio Kartun y Daniel Veronese como ganador en el concurso “Micromonólogos por la Identidad” haciéndose partícipe como autora en el espectáculo “Idénticos V” de Teatro X la Identidad. Participó como actriz en la obra “Orestes desencadenado” supervisada por Feldman/ Gobernori (2016); en la obra “Todo Hecho” de Santiago Gobernori (2014); en el unitario “Transmutación TV” emitido por CN23 (2016); en el cortometraje “Influencia” finalista del Jameson Notodofilm Festival (2016), entre otros. Actualmente participa como coprotagonista, en el rodaje del largometraje “El camino hacia mí” dirigido por Christian Castro. Ensaya la obra “Derribo” dirigida por Carolina Silva, y la performance “Fahrenheit” dirigida por Lorena Ballestrero para la Noche de los Museos. Es fundadora, guionista y actriz de la productora audiovisual “Mortadela Contenidos” y prepara su primer libro de poesía.

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