La revolución del poeta

Václav Havel fue director de cine, escritor y dramaturgo pero también portavoz de una generación de checos que intentaron uno de los experimentos más hermosos del siglo XX: la Primavera de Praga. Luego fue perseguido y encarcelado hasta que a finales de los ochenta derrumbó la cortina de hierro en su país liderando otro levantamiento poético, la Revolución de Terciopelo. Ilustración de José Bejarano.

Václav Havel fuma y las cenizas quedan atrapadas en su bigotito rubio y en su sweater bordó. La televisión devuelve la imagen de un anciano de mirada sabatiana que a pesar de tener cáncer por fumar sigue fumando y que no parece ser capaz de estar a la altura de las hazañas que le endilgan, pero en cuanto la entrevistadora termina la pregunta la lucidez del invitado asalta el estudio y despeja la bruma de dudas. Siempre hay algo sospechoso en un intelectual que está del lado del ganador, dice, repitiendo alguna cita de su obra, y el público en vivo estalla en el aplauso. Es una de las últimas entrevistas que le hicieron antes de su muerte en 2011 al hombre que despertó a Checoslovaquia del yugo soviético, que lo guió a una revolución pacífica que le dio su libertad y que luego como presidente aceptó la disgregación del país en dos nuevas naciones, todo ello sin la necesidad de tomar las armas.

Havel, como muchos de su generación, fue hijo de la Primavera de Praga, que fue en realidad un periodo de independencia de (escasos) ocho meses durante los cuales Checoslovaquia, bajo el gobierno de Alexander Dubcek, aflojó los resortes comunistas y vivió un verano de libertad persiguiendo un socialismo de rostro humano. La Glásnost checa, una iniciativa sin precedentes, fue sofocada por los tanques del Pacto de Varsovia, pero ese espíritu de lucha, heredero también de las revoluciones de 1968 coronadas en el Mayo francés, prendió en los estudiantes y obreros. Havel, que ya gozaba de cierta fama como dramaturgo, se distinguió como un férreo opositor al gobierno títere que ridiculizaba a los soviéticos en sus obras de teatro.

Así fue que durante los setenta Havel se convirtió en un referente de la disidencia, fue censurado, encarcelado, sus obras de poesía visual y concreta fueron prohibidas y se alzó como portavoz de Carta 77, una declaración que promovía el respeto por los derechos humanos del otro lado de la Cortina de Hierro y que logró una gran adhesión entre la población. El poeta que quería ser disidente y no presidente de a poco ganaba terreno en la consideración de los checos, incluso entre aquellos que elegían el exilio como el escritor Milan Kundera.

El aporte de Carta 77 fue determinante para la transición pacífica que ocurrió en 1989, cuando la caída del Muro de Berlín terminó de derrumbar esa matrioshka anacrónica que era la Unión Soviética. Los años de cárcel a Havel no le habían restado méritos para encabezar la liberación. Era una época de símbolos y de aspectos simbólicos, cada país iba a cargar con la cruz de su historia y vivir su propia aventura. Polonia, esencialmente obrera y católica, atravesó una tormenta perfecta llevando en el timón al sindicalista Lech Walesa, empoderado por el Papa Juan Pablo II. Rumania se hundió en una guerra civil que terminó en la ejecución pública de los sanguinarios Ceausescu y Checoslovaquia, desde la Praga de Kafka, eligió a un artista. Havel fue el general de la Revolución de Terciopelo, la apacible separación checa del gobierno central de Moscú que mantuvo su romanticismo hasta en el nombre.

Pero… ¿A dónde va un revolucionario cuando termina su revolución? Havel intentó volver a su arte, pero fue ungido líder de la oposición primero y luego presidente de Checoslovaquia. Tuvo un gobierno tranquilo y, aunque no estuvo de acuerdo, apoyó la decisión mayoritaria y facilitó la separación del país en dos naciones distintas: República Checa y Eslovaquia. Esa disección, que dio en llamarse Divorcio de Terciopelo, también tuvo una transición pacífica, resignificando los hechos de la Primavera de Praga y los esfuerzos de Carta 77, sobre todo en momentos en los que a pocos kilómetros de distancia Yugoslavia se derretía en guerras fratricidas. Havel continuó al mando de República Checa durante otros diez años, en los que hizo aportes interesantes a la literatura, como por ejemplo levantar la prohibición que pesaba sobre Kundera, que pudo publicar en checo su obra existencialista La insoportable levedad del ser, que es una de las radiografías más lúcidas de la vida cotidiana de los ciudadanos de a pie en Praga durante los meses de la Primavera que tardó en convertirse en Invierno. También levantó definitivamente todos los cargos contra Milada Horáková, la parlamentaria disidente que fue ejecutada por motivos políticos durante los procesos del cincuenta. Contrario a lo que podría creerse, el poeta que ansiaba el anonimato no disfrutó demasiado de sus años como presidente, aunque manifestó que de ninguna manera podía arrepentirse por los servicios prestados. Todo ello lo dijo en su biografía, que publicó ya enfermo de cáncer, y que llevó el título Sea breve, por favor. Pensamientos y recuerdos.

Escribe Matías Rodríguez

Matías Rodríguez nació en 1992 en La Plata. Es periodista y abogado y escribió en la revista El Gráfico y en el diario Infobae.

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Wilcock en el diario La Prensa (1950-1961)

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