Odiseo – Episodio X

¿Un léxico puede ser elegido? ¿o él nos elige ? El intérprete es del sur de nuestro territorio, de los confines. El texto que propone viene influido por sus célebres obsesiones. ¿Es posible reescribir el Ulises de Joyce con signos inexistentes? Si quieren leer, les ofrecemos este nuevo y oportuno episodio. Los previos, en este link

El superior, el muy reverendo John Conmee, S. J. metió de nuevo su pulido reloj en el bolsillo interior descendiendo los estribos del presbiterio. Tres menos cinco. El tiempo justo de ir por Coolock. ¿Cómo es el nombre de ese jovencito? Dignem. Sí. Vere dignum et iustum est.[1] Tengo que reunirme con el reverendo Swon. El correo de Mr. Cunninghem. Sí. Comprometerlo, si fuese posible. Buen fiel, y devoto; útil en el momento de cumplir con su misión.

Un viejo grumete cojo, meciéndose en medio de los lentos impulsos de sus soportes, gruñó unos tonos. Con un corto envión se detuvo enfrente del convento de mujeres en reclusión y extendió el gorro en dirección del muy reverendo John Conmee, S. J. El reverendo Conmee lo bendijo en pleno sol, conocedor del escueto contenido de su monedero, consistente en unos pocos cobres.

El reverendo Conmee cruzó en dirección de Mountjoy Field. Pensó, pero no por mucho tiempo, en los conscriptos y en los grumetes que perdieron sus miembros inferiores por los proyectiles de obús, y que concluyeron viviendo en un mísero refugio de pobres, y en los dichos del obispo Wolsey: Si hubiese sido obediente con mi Dios como he sido obediente con mi rey, Él no se hubiese desentendido de mí en mi vejez.[2]  Continuó protegido por el techo de copos reluciendo en el sol y se encontró con Mrs. Sheehy, cónyuge de Mr. Deffyd[3] Sheehy, miembro del Congreso.

–Por cierto muy bien, Reverendo. ¿Y usted, Reverendo?

El Reverendo Conmee dijo sentirse muy pero muy bien, por cierto. Posiblemente visite Buxton, por el sulfuro de sus piletones térmicos. ¿Y con sus niños, todo bien en Belvedere? ¿En serio? El Reverendo Conmee se mostró por cierto muy feliz de oír eso. ¿Y Mr. Sheehy? Sigue en Londres. El Recinto sigue en sesiones, por supuesto que sí. Hermoso tiempo, simplemente delicioso. Sí, muy posiblemente el Reverendo Bernie Voughen volviese con sus sermones. Oh, sí; un notorio suceso. Un hombre buenísimo.

El Reverendo Conmee dijo sentirse muy contento por este encuentro con Mrs. Sheehy, cónyuge de Mr. Deffyd Sheehy M. P., y le rogó que Mr. Deffyd Sheehy M. P. recibiese sus mejores deseos. Sí, desde luego posiblemente los visite pronto.

–Me despido de usted, Mrs. Sheehy.

El Reverendo Conmee, despidiéndose, inclinó su sombrero sedoso en dirección de los bolillos negros de su velo, tintobrilloso en pleno sol. Y yéndose sonrió de nuevo. Se cepilló los dientes, recordó, con dentífrico de buyo[4].

El Reverendo Conmee continuó con su recorrido y, en el mismo momento sonrió previendo los ojos cómicos del Reverendo Bernie Voughen y su toque cockney.

–¡Pileto! ¿P’qué n’ordenó que recule ’se lot’e rotosos?

Pero siempre fue un hombre lleno de fervor, de todos modos. En serio. Y por cierto que, con sus métodos, hizo mucho bien. Que no se dude. Devoto de Erín, se confesó y devoto de los erineses. De muy buen origen incluso, puede decirse ¿no? ¿No dijo que son de Gwynedd?

Oh, y recordémoslo. Ese correo del reverendo de su región.

 

El Reverendo Conmee interrumpió el recorrido de tres pequeños condiscípulos en el cruce de Mountjoy Field. Sí. Los tres de Belvedere. Del nivel inferior. Muy bien. ¿Y su desempeño en el colegio? Oh. Eso es muy bueno. ¿Y cómo es tu nombre? Jim Sohen. ¿Y el suyo? Ger. Golloher. ¿Y ese otro hombrecito? Su nombre, Brunny Lynem. Oh, ese sí que es un lindo nombre. El Reverendo Conmee produjo del pecho un sobre que puso entre los dedos del joven Brunny Lynem y con un dedo indicó el buzón rojo en el recodo de Fitzgibbon Street.

–Pero sé prudente y no te deslices dentro del buzón, jovencito –dijo.

Los niños se unieron en un seisojeo del Reverendo Conmee y rieron:

–¡Oh, señor!

–Bueno, veremos si puedes cumplir con el envío de un correo –dijo el Reverendo Conmee.

El joven Brunny Lynem cruzó corriendo e introdujo el sobre del Reverendo Conmee, con el reverendo de su región como receptor, en el intersticio del brilloso buzón bermejo. El Reverendo Conmee sonrió su reconocimiento y de nuevo sonrió y enfiló por Mountjoy Field en dirección este.

Mr. Denis J. Meginni, profesor de minué, &c., con bombín, esmoquin gris de interno forro sedoso, moñito níveo, ceñidos gregüescos celestes, mitones color limón y botines puntudos, negros y brillosos, solemnemente serio se desvió muy respetuoso en dirección del cordón permitiendo el cruce de Mrs. Moxwell en Mountjoy Field y su intersección con Dignem’s Court.

¿No es Mrs. M’Guinness?

Mrs. M’Guinness, imponente, con sus mechones de níquel, hizo un leve gesto reverente en dirección del Reverendo Conmee desde el sendero de enfrente por donde continuó su recorrido. Y el Reverendo Conmee sonrió y le respondió con un gesto. ¿Todo bien?

Un cuerpo sólido. Como Merion[5], regente de los escoceses; un símil. ¡Quién hubiese dicho que prestó dinero con intereses de usurero! ¡Bueno, qué increíble! Con esos… ¿cómo decirlo?… humos soberbios.

El Reverendo Conmee continuó por Grt. Chorles Street y miró de reojo por sobre su hombro izquierdo el silencioso templo de los seguidores de Lutero. Con el sermón del Reverendo T. R. Greene, del British College, (D. V.)[6]  El concerniente, le dicen. Cree concerniente dirigirles un sermón. Pero debemos ser benévolos. Invencible desconocimiento. Proceden según sus luces.

El Reverendo Conmee dobló el recodo y siguió por North Circuit Rd. Le resultó sorprendente que no hubiese un recorrido de troley con el movimiento que tiene ese distrito. Lo consideró imprescindible.

Un tropel de discípulos con sus bolsos cruzó desde Richmond Street. Todos se descubrieron. El benevolente Reverendo Conmee los bendijo dos o tres veces. Niños del Christ’s Brothers School.

El Reverendo Conmee en su recorrido olió incienso por el sector derecho. El templo de St. Joseph, Dunne Street. Y el refugio de vejestorios virtuosos. El Reverendo Conmee se quitó el sombrero y lo movió en dirección del Bendito Cuerpo de Cristo. Mujeres fieles, pero por lo común de un genio terrible.

Por Eldborough[7] House el Reverendo Conmee pensó en ese noble derrochón. Y hoy convertido en un estudio o qué se yo.

El Reverendo Conmee continuó su recorrido por North Shore Rd y recibió los buenos deseos de Mr. Will Gollogher, de pie en el portón de su negocio. El Reverendo Conmee retribuyó los buenos deseos de Mr. Will Gollogher y percibió los olores provenientes de los trozos de tocino y los generosos rulos cremosos de untos de leche sumergidos en hielo. Siguió por el quiosco de Grogen, en cuyo frente se exhibieron unos soportes noticiosos con los pormenores de un terrible episodio ocurrido en New York. En los E.E.U.U. ese tipo de siniestros suceden todo el tiempo. Pobre gente, morirse de ese modo, desprevenidos. De todos modos, un perfecto hecho de contrición.

El Reverendo Conmee bordeó el pub de Dick Bergin, en cuyo frente vio dos hombres sufriendo el ocio de su desempleo. Le dirigieron sus buenos deseos y sus buenos deseos les fueron correspondientemente retribuidos.

El Reverendo Conmee superó el edificio de servicios fúnebres de H. J. O’Neill, justo en el momento en que Corny Kelleher se concentró en escribir unos números en un libro de ingresos y egresos sosteniendo entre sus dientes un culmo[8] de centeno. Un detective de rondín hizo el típico gesto de los buenos deseos en dirección del Reverendo Conmee y el Reverendo Conmee le devolvió el gesto. En lo de Youkstetter, el choricero, el Reverendo Conmee observó los embutidos, níveos, negros y rojos, pendiendo en prolijos rizos. Sujeto del muelle so los frondosos fresnos de Newcomen Bridge el Reverendo Conmee vio un bote de coque, un percherón con el hocico por el suelo, un botero sucio con un sombrero de cogollo en reposo entre los botes, con un pucho entre los morros y los ojos fijos en un brote de fresno que lo cubre. Idílico, por cierto: y el Reverendo Conmee reflexionó sobre el Señor providente que hizo que el lodo se convirtiese en fósil de donde los hombres pudiesen recogerlo en bloques y distribuirlos en pueblos y villorrios con el propósito de encender un fuego en los humildes refugios de los pobres.

En el Newcomen Bridge el muy Reverendo John Conmee S. J. del templo de S. Frencisco Xevier[9], Upper Gordiner Street, se metió en un troley en inminente movimiento.

De un troley viniendo de regreso descendió el Reverendo Nick Dudley C. C. del templo de St Egethe[10], North Williem Street, con rumbo del puente Newcomen.

En el puente Newcomen el Reverendo Conmee subió en un troley por el disgusto que siempre le produjo recorrer el sucio sendero por el borde de Mud Isle.

El Reverendo Conmee se sentó en un rincón del troley, con un boleto celeste metido con esmero en el ojete[11] de un mullido mitón en cuero de corderito, en el momento que desde los otros regordetes dedos en mitón tres chelines, un seis peniques y cinco peniques se fueron introduciendo en el monedero. Por el templo de los bejucos pensó que el inspector por lo común viene de rondín en el momento justo que uno, desprevenido, tiró el boleto. El Reverendo Conmee consideró excesivo el gesto solemne de sus vecinos del troley por ser éste un recorrido económico y corto. El Reverendo Conmee siempre prefirió un optimismo decoroso.

Un jueves sereno. El señor de lentes enfrente del Reverendo Conmee terminó su breve monólogo y fijó los ojos en el piso. Su mujer, dedujo el Reverendo Conmee. Un bostezo incipiente se dibujó en los morros del cónyuge del señor de lentes. Consecuentemente, su mujer subió un pequeño puño mitonudo, bostezó muy sutilmente y con un discreto golpeteo del pequeño puño mitonudo sobre sus morros, sonrió leve y gentil.

El Reverendo Conmee percibió su perfume dentro del coche. Notó incluso que el incómodo individuo que rozó su cuerpo con el cuerpo femenino se sentó con medio glúteo en el éter.

El Reverendo Conmee en el frente del presbiterio puso el cuerpo de Cristo con esfuerzo en los morros de un viejo torpe con el tiesto tembloroso.

En el puente Onnesley[12] el troley se detuvo y, justo en el momento previo de reemprender el movimiento, un vejestorio femenino se puso de pie de repente queriendo descender. El inspector hizo detener el coche con un tirón del cordón del timbre. El vejestorio descendió con su cesto y un bolso de red sin provisiones y el Reverendo Conmee vio el solícito gesto del inspector permitiéndole, con su socorro, descender con el bolso de red y el cesto; y el Reverendo Conmee reflexionó sobre el pobre vejestorio en el fin de su periplo y lo consideró uno de esos buenos espíritus que siempre requieren dos bendiciones: En el nombre del Señor te bendigo, ve con Dios, y repetirles que no se preocupen, que uno les otorgó el perdón, te pido que ruegues por mí. Pero tienen sus propios inconvenientes, sus estrecheces, pobres mujeres.

Desde los posters, el rostro de Mr. Eugene Strotton[13] con gruesos morros de negro sonrió con un mohín en dirección del Reverendo Conmee.

El Reverendo Conmee pensó en los espíritus de los negros, los morenos y los chinos y en su sermón sobre St. Peter Clover S. J. y sus misiones en el continente negro difundiendo el credo, y sobre los millones de espíritus de negros, morenos y chinos que no recibieron el rocío bendito y de pronto, como un delincuente nocturno, les llegó el momento de morir. El Reverendo Conmee consideró que ese libro del filósofo jesuítico de Menen, Le Nombre des Elus[14], le resultó un ejercicio teórico creíble. Millones de seres concebidos por Dios según Su propio perfil y similitud que no recibieron, porque no se les reveló, el concepto (D. V.) de fe. Pero son seres de Dios producidos por Dios. El Reverendo Conmee consideró penoso que todos esos seres se perdiesen, un desperdicio, si pudiese decirlo de ese modo.

En el mojón de Howth Rd el Reverendo Conmee descendió, recibió los buenos deseos del inspector y los retribuyó.

Molohide Street siempre le gustó. Sendero y nombre siempre fueron del gusto del Reverendo Conmee. Esquilones de himeneo se oyeron en el éter del festivo burgo de Molohide. Lord Telbot de Molohide, por derecho sucesorio lord supremo de Molohide y los contiguos sectores ribereños[15]. Luego respondió el grito bélico y su mujer fue virgen, cónyuge y entre el despunte del sol y el crepúsculo enviudó. Ésos fueron los buenos viejos tiempos, tiempos de hombres fieles en villorrios festivos, los viejos tiempos de los condes.

El Reverendo Conmee, siguiendo su recorrido, pensó en su librito Los viejos tiempos de los condes[16] y en el libro que se hubiese podido escribir sobre domicilios jesuíticos y sobre Mery Rochfort, descendiente mujer de Lord Molesworth, cónyuge del primer conde de Belvedere[17].

Con su perfil de mujer indolente, sin un dejo de juventud, yendo por el sendero ribereño de Lough Ennel, Mery, cónyuge del primer conde de Belvedere, recorre el predio indolentemente después del cenit, sin sorprenderse por el súbito sumergirse en el río de un lutrino[18]. ¿Quién hubiese podido decir si fue inocente o no? Ni el celoso señor de Belvedere ni su confesor, si el hecho no se hubiese cumplido en todo su ciclo, seminis inter mulieris eius debent, con el mellizo de su esposo. Su confesión hubiese sido deficiente si no hubiese cometido el hecho completo, como sucede con un buen número de mujeres. Eso quedó en su fuero íntimo, en el conocimiento de Dios y en el fuero íntimo del mellizo de su esposo.

El Reverendo Conmee pensó en ese despótico impulso incontinente pero imprescindible en el desenvolvimiento del hombre en el mundo, y en los senderos de Dios, que no son los nuestros.

Don John Conmee fue recorriendo y moviéndose en tiempos remotos. En ese sitio supo ser un hombre honesto y sensible. En su mente conservó secretos de confesión y sonrió con el recuerdo de nobles rostros sonrientes en un recinto de pisos brillosos por el cerote de himenópteros[19], con diseños de frutos y boceles floridos en los techos de yeso. Y el vínculo de los dedos de los novios, noble con noble, unidos por Don John Conmee.

Un tiempo delicioso.

Por los intersticios de los cercos de un huerto, unos surcos de repollos movieron cortésmente sus generosos folios inferiores en honor del Reverendo Conmee. El cielo le mostró un tropel de pequeños cúmulos níveos, moviéndose perezosos impelidos por el viento. Moutonner[20] dicen los moutonenses[21]. Un giro doméstico y preciso.

El Reverendo Conmee, repitiendo su oficio[22], observó un tropel de nubes en lento trotecito de cordero sobre Ruthcoffey[23]. Sus tobillos con soquetes finos hendidos por el centeno seco de los predios de Clongowes. Siempre le gustó recorrer esos senderos, leyendo en el declive vespertino, y oyendo los gritos de los equipos de niños con sus juegos, jóvenes gritos en el crepúsculo quieto. Cumpliendo su función de rector; en su reino sereno.

El Reverendo Conmee se quitó los mitones y tomó el libro de rezos con los bordes rojos. Un listón de eburno le indicó el folio.

Menores[24]. Debió leer esto y, recién después, comer. Pero tuvo que reunirse con Mrs. Moxwell.

El Reverendo Conmee leyó en silencio el Domine y el Credo y se persignó. Deus in… neum intende.

Lleno de sosiego, por el sendero, leyó en silencio menores, moviéndose sereno, y, leyendo, se detuvo en Res del Benedixitque purissimum: Principium verborum tuorum verum: in æternum omnis leges rectum tui.[25]

Un joven rojo de rubor surgió de un hueco en el seto seguido por su joven compinche femenino con tres flores silvestres en el puño. El joven se quitó el gorro en un gesto repentino: le siguió un femenino gesto reverente no menos repentino y el meticuloso quite de unos restos de yuyos de su corto vestido beige.

El Reverendo Conmee los bendijo solemnemente y volvió un finísimo pliego del libro de rezos. Sin. Principes persecuti sunt me iniquus: et in verbis tuis timorem cor meum.[26]

 

*  *   *

 

Corny Kelleher cerró su extenso libro de registros y miró con ojos fruncidos el cobertor del féretro de pino, como un severo custodio en un rincón. Se enderezó, se ubicó enfrente de él y, revolviéndolo sobre su eje, observó su contorno y los cierres de bronce. Mordiendo el culmo de centeno puso el cobertor del féretro en su sitio y fue en dirección del portón de ingreso. Se requintó el sombrero protegiéndose los ojos del reflejo del sol y se recostó en el borde del portón desde donde observó ocioso el exterior.

En Newcomen Bridge, el Reverendo Conmee se subió en un troley en dirección de Dollymount.

Corny Kelleher cruzó sus enormes botines y observó en derredor, con el sombrero torcido, mordiendo el culmo de centeno.

El detective 57C, de rondín, se detuvo y conversó con él unos minutos

–Lindo jueves, Mr. Kelleher.

–En efecto –dijo Corny Kelleher.

–Un poco húmedo –dijo el teniente.

Corny Kelleher escupió silencioso un éliptico chorro de jugo verde en el mismo momento en que un generoso y níveo miembro superior tiró un penique desde un postigo de un primer piso en Eccles Street. [27]

–¿Qué tenemos de nuevo? –preguntó.

–Tuve un reciente encuentro nocturno con cierto individuo –dijo el detective en un susurro.

 

 

*  *  *

 

Un viejo grumete cojo, meciéndose en medio de los lentos impulsos de sus soportes por el recodo de lo de McConnell[28] en torno del furgón de sorbetes de Roboiotti[29] remontó con esfuerzo el repecho de Eccles Street. Profirió un gruñido furioso en dirección de Terry O’Rourke, detenido en el frente de su negocio vistiendo un blusón con los puños recogidos en los codos:

Por el Reino…

Se dio un nuevo impulso con el que superó el dúo de Kitty y Boody Dedelus, se detuvo y gruñó furibundo:

Mi refugio y esplendor.

El rostro lívido y sufrido de J. J. O’Molloy se notificó de que Mr. Lumbert tuvo que reunirse en el depósito con un cliente.

Un regordete cuerpo de mujer se detuvo, tomó un cobre del monedero y lo tiró en el gorro que se le tendió. El viejo grumete refunfuñó un reconocimiento, miró con desconsuelo los sórdidos vidrios de los negocios, hundió el tiesto y se impulsó por el repecho otros cinco metros.

Se detuvo y gruñó con enojo:

Por el Reino…

Dos jovencitos con los pies desnudos, sorbiendo extensos flecos de orozuz[30], con los morros llenos de un viscoso líquido ocre, se detuvieron no lejos de él perplejos por el muñón.

El hombre siguió subiendo con impulsos vigorosos, se detuvo, subió los ojos en dirección de unos postigos y emitió un rugido sordo:

–Mi refugio y esplendor.

El jubiloso y dulce gorjeo proveniente del interior emitió otros cinco o seis sonidos y cesó. El visillo se corrió un poco. Un letrero Dormitorios sin muebles se deslizó del borde del vidrio y se torció. Un desnudo miembro superior generoso y regordete brilló, fue visto, desprendiéndose desde el níveo corpiño y los breteles del beibidol[31]. Un puño de mujer soltó un cobre por entre los hierros del frente. Rodó deteniéndose en el cordón.

Uno de los jovencitos corrió, lo recogió y lo metió en el gorro del mendigo, diciendo:

–Tome, señor.

 

*  *  *

 

Kitty y Boody Dedelus hicieron crujir el portillo del comedor estrecho y lleno de un tufo húmedo.

–¿Vendiste los libros? –preguntó Boody.

Meggy, desde el horno, comprimió dos veces con un listón un engrudo gris, hirviente y espumoso y se secó el rostro.

–No les interesó –dijo.

El Reverendo Conmee cruzó los predios de Clongowes, los tobillos con soquetes finos hendidos por el centeno seco.

–¿Dónde los ofreciste? –preguntó Boody.

–En lo de M’Guinness.

Boody dio un violento pisotón en el suelo y tiró el bolso sobre el mueble del comedor.

–¡Demonios! –gritó.

Kitty fue y espió el horno de reojo.

–¿Qué tienes en ese pote? –preguntó.

–Blusones –dijo Meggy.

Boody protestó con un grito:

–¡Qué inmundo! ¿Y qué comemos?

Kitty descubrió el pote y sirviéndose como protector térmico de un borde de su vestido sucio preguntó:

–¿Y esto qué es?

Un humo espeso le respondió subiendo.

–Consomé de porotos –dijo Meggy.

–¿Quién te lo dio?

–Sor Mery Petrick –dijo Meggy.

El portero hizo ruido con su especie de cencerro.

–¡Tilín!

Boody se sentó en su sitio y dijo en tono imperioso:

–¡Sírvenos!

Meggy vertió desde el pote un espeso líquido ocre dentro del cuenco. Kitty, enfrente de Boody, dijo en tono sereno, metiéndose en el buche con el índice unos pocos corpúsculos de miñón:

–Qué bueno que nos dieron suficiente. ¿Dónde se metió Dilly?

–Fue por el viejo –dijo Meggy.

Boody, rompiendo con los dedos unos trozos de miñón y metiéndolos dentro del  consomé, continuó diciendo:

–Viejo nuestro que no vives en los cielos.

Meggy, sirviendo el líquido ocre en el bol de Kitty, protestó:

–¡Boody! ¡Qué indecente!

Un esquife ligero, un desperdicio hecho un bollo, Elí viene, descendiendo por el Liffey, se deslizó cubierto por el puente Loopline, eludiendo los remolinos que produce el torrente rompiendo sobre los pilotes, con rumbo este y superó restos de buques hundidos y hierros de fondeo, entre el viejo Customhouse Dock y George’s Dock[32].

 

* * *

 

Unos jóvenes dedos de mujer de pelo rubio en lo de Thornton componen un cesto de mimbre disponiendo un lecho de crujientes hilos fibrosos. Bleizes Boylen le extiende un botellón envuelto en un rosillo folio de tisú y un pequeño pote.

–Coloque esto primero, ¿quiere? –dijo.

–Sí, señor –respondió el tono de voz de mujer de pelo rubio –. Y lo cubro con los frutos.

–Eso es, listo –dijo Bleizes Boylen.

Colocó con prolijo esmero unos gordos frutos del género Pyrus, uniendo tiestos y extremos, y entre ellos rubicundos prunus pérsicos rubororrostros.

Bleizes Boylen, de botines cobrizos nuevos fue y vino recorriendo el recinto frutoloroso, sintiendo con los dedos los frutos, frescos, jugosos, ondulosos, y los rojos y pulposos licopérsicos[33], oliendo los diferentes perfumes.

H.E.L.Y.’S lo precedieron en orden, de mucho sombrero níveo, en su desfile por Lemon Street moviendo los doloridos pies en dirección de su destino[34].

Se volvió de repente desde un montoncito de frutos rojos, produjo del bolsillo un reloj de oro y lo sostuvo por el extremo de su léontine.[35]

–¿Puede remitirlo en el troley? ¿En este momento?

Un perfil lomoscuro, so el pórtico de Merchent, [36]  revisó uno libros en el remolque del revendedor. [37]

–Seguro, señor. ¿Es dentro del ejido de  Dublín?

–Oh, sí –dijo Bleizes Boylen–. Ni diez minutos.

Unos dedos femeninos le extendieron birome y bloc.

–¿Puede escribir qué dirección, señor?

Bleizes Boylen escribió sobre el exhibidor y le devolvió el bloc

–Envíelo presto, se lo ruego–dijo–. Lo recibe un enfermo.

–Sí, señor. Cómo no, señor.

Bleizes Boylen tintineó unos jubilosos peniques en el bolsillo de sus gregüescos.

–¿Puede decirme el monto de lo perdido? –preguntó.

Los finos dedos de mujer de pelo rubio hicieron un cómputo de los frutos.

Bleizes Boylen miró dentro del escote de su blusón. Un tierno pichoncito. Tomó un pimpollo rojo del esbelto florero.

–¿Este es el mío? –preguntó con un requiebro.

Los ojos de mujer joven de pelo rubio lo midieron con recelo, vestido sin mucho esmero, el moñito desprolijo, y el joven rostro se sonrojó.

–Sí, señor –dijo.

Se inclinó un poco, en un gesto coqueto y contó de nuevo los gordos Pyrus y los vergonzosos prunus pérsicos.[38]

Con el brote del pimpollo rojo entre sus sonrientes incisivos, Bleizes Boylen miró dentro del blusón con sumo interés.

–¿Me permite que converse un minuto con su teléfono, tesorito? –preguntó insolente. [39]

 

* * *

 

 

–Pèro! –dijo Olmideno Ortifoni.

Miró por sobre el hombro de Stephen el tiesto nudoso de Goldsmith.[40]

Dos coches de excursión repletos se movieron perezosos, con mujeres en el frente, ciñendo con los puños el cilindro de níquel de sostén. Rostros descoloridos. Los dedos extendidos de los hombres, sin disimulo, en torno de sus cintos esqueléticos. Los ojos fueron entre Trinity College y el ciego pórtico de los bloques cilíndricos del Tesoro de Erín donde los tórtolos emitieron su rucucucú.

È vero che io ebbi di queste idee –dijo Olmidono Ertifoni–, perché ero giovine come Lei. Eppoi mi sono convito che il mondo è crudele. È un crimine. Perchè si puo vivere con questi voci… può essere fonte di reddito, certo. Invece, Lei soffri in eccesso.[41]

–Sofferenze piccolo crudeli –dijo Stephen sonriendo, removiendo el bordón en sutiles girevoluciones por su punto medio.

Spereremo –dijo cortésmente el redondo rostro bigotudo–. Pèro, sente. Ti chiedo di riflettere.[42]

No lejos del pétreo puño de Gretten exigiendo detenerse, un troley de Inchicore dispersó un conjunto de músicos del regimiento de escoceses.

Ci refletterò –dijo Stephen, recorriendo con los ojos los sólidos gregüescos de su interlocutor.

–Pèro, sul serio, eh? –dijo Olmidono Ertifoni.

Sus fuertes dedos oprimieron firmemente los de Stephen. Ojos buenos. Miró un segundo con espíritu curioso y se volvió velozmente en dirección de un troley de Dulkey.

Eccolo –dijo Olmidono Ertifoni con prontitud de compinche–. Lo spero presto e ci pensi. Devo prendere congedo, tesoro.

–Dico lo stesso, professore –dijo Stephen, subiéndose el sombrero en el momento que su puño quedó libre–. E sono molto riconosciuto.

Di che? –dijo Olmidono Ertifoni–. Scusi, eh? Che le belle cose!

Olmidono Ertifoni, describiendo signos en el éter con un rollo de ejercicios de solfeo, trotó envuelto en sus sólidos gregüescos en persecución del troley de Dulkey. Inútilmente trotó, describiendo inútiles signos entre los dispersos escoceses en kilt[43]con los hinojos desnudos introduciendo subrepticios instrumentos sonoros por los portones del Trinity.

 

 

 

* * *

Miss Dunne escondió el libro Mujer de níveo[44], edición Copel Street Bookshop, en el fondo del escritorio y puso un folio colorido en el rodillo de su Underwood[45].

Excesivo misterio. ¿Se prendó en serio de Merion?[46] Devolverlo y pedir otro de Mery Cecil Heye.[47]

El disco se deslizó por el pequeño surco, vibró un momento, se detuvo y los observó benévolo: seis[48].

Miss Dunne tipeó con un repiqueteo:

–16 de junio de 1904.

Entre el recodo de Monypeny y el podio donde no estuvo el monumento de Wolfe Tone[49], cinco hombres poster de mucho sombrero níveo describieron un serpenteo H. E. L. Y. ‘S. de medio giro y emprendieron el lento recorrido inverso.

Luego, fijó sus ojos en el letrero de Merie Kendoll, dulce soubrette, se reclinó un poco y, de modo inconsciente, dibujó en el bloc unos jeroglíficos dieciséis y unos signos S. Pelo rojizo y mofletes coloridos. No es un rostro bonito ¿no es cierto? El modo que tiene de subirse un poco el vestido. Me pregunto si puede ser que ese tipo esté en el concierto nocturno de hoy[50]. Si consiguiese un modisto que me corte un vestido con frunces como el de Susy Nigle[51]. Son lindísimos. Sheennon y todos los otros pitucos del club de remo pusieron los ojos bizcos. Dios, que no me deje en este encierro mucho después de siete y cinco.

El teléfono sonó cruelmente no lejos de su oído.

–Oigo. Sí, señor. No, señor. Sí, señor. Les telefoneo después de cinco y diez. Sólo esos dos, señor, por Londonderry y Liverpool. Entendido, señor. Entonces puedo irme después de seis y diez si usted no regresó. Y veinte. Sí, señor. Veintisiete con seis. Se lo diré. Sí: uno, siete, seis.[52]

Escribió tres números desprolijos en un sobre.

–¡Mr. Boylen! ¡Oigo! Vino ese hombre del Sport, quiere verlo. Mr. Lenehen, sí. Dijo que puede verlo en el Ormond dieciséis en punto. No, señor. Sí, señor. Telefoneo después de cinco y diez.

 

*  *  *

 

 

Dos rostros rosillos se volvieron teñidos por el fulgor del pequeño cirio.

–¿Quién es? –preguntó Ned Lumbert–. ¿Crotty?

–Ringobello y Crossheven –respondió un susurro poniendo un dudoso pie sobre un estribo de cemento.

–Bienvenido Jock, ¿es usted? –dijo Ned Lumbert, subiendo en un gesto de cortés recepción su metro flexible entre los temblorosos pórticos–. Entre. Pise esos estribos con pie prudente.

El fósforo enhiesto entre los dedos del clérigo se fue consumiendo en un descolorido hilo de fuego y terminó extinguiéndose en el suelo. El núcleo rojizo murió entre sus pies, y un flujo húmedo se cerró en torno de ellos.

–¡Qué curioso! –profirió un tono fino desde lo oscuro.

–Sí, señor –dijo Ned Lumbert con interés–. Este sitio es el histórico recinto del consejo del Templo de St. Mery donde Tom “el Sedoso”[53] se confesó rebelde en 1534. Este es el mejor sitio histórico de todo Dublín. O’Midden Burke resolvió escribir en breve un reporte sobre este sitio. El viejo Tesoro de Erín estuvo justo enfrente, en los tiempos que precedieron el unionismo, y el primer templo de los judíos estuvo en este mismo sitio; después se construyeron el templo en Edeleide Rd. ¿Usted no creyó que existiese este sitio, no es cierto, Jock?

–No, Ned.

–Vino por Exchequer Street –dijo el tono de voz vino–, si no me equivoco mucho[54]. El torreón de los Kildere se construyó en Tom’s Court.[55]

–Es cierto –dijo Ned Lumbert–. Muy cierto, señor.

–Entonces puedo pedirle –dijo el clérigo– si en otro momento, si es posible…

–Con mucho gusto –dijo Ned Lumbert–. Si lo que quiere son fotos, puede venir en el momento que lo desee. Pediré que quiten los bultos de los rosetones. Desde este punto tiene un buen enfoque, o desde ese otro.

Entre los tenues focos de luz fue bendiciendo con el metro flexible los pilones de simiente en bolsones e indicó en el suelo los sitios propicios.

Un extenso rostro lleno de pelos con unos ojos intensos se inclinó sobre un juego de reyes y peones.

–Le estoy muy reconocido, Mr. Lumbert –dijo el clérigo–. No quiero excederme en el uso de su precioso tiempo…

–Usted se lo merece, señor –dijo Ned Lumbert–. Puede venir en el momento que lo desee. El jueves que viene, por ejemplo. ¿Qué me dice?

–Sí, sí. Bueno, me voy, Mr. Lumbert. Fue un gusto conocerlo.

–El gusto es mío, señor –respondió Ned Lumbert.

El suyo siguió[56] el egreso de su huésped; luego revoleó el flexible centímetro entre los pilotes. Luego emprendió un lento recorrido con J. J. O’Molloy por St. Mery’s Street donde unos fleteros subieron, en los remolques de un furgón, bolsones de neré[57] y coco molido, O’Connor, Wexford[58].

Se detuvo y leyó el recorte sostenido entre los dedos.

–Reverendo Hugh C. Love, Rothcoffey. Domicilio corriente: St Michel’s, Sellins. Es un joven muy gentil. Me dijo que escribe un libro sobre los Fitzgerelds[59]. Tiene un profundo conocimiento histórico, desde luego.

Unos jóvenes dedos de mujer emprendieron el meticuloso quite de unos restos de yuyos de su ligero vestido.

–Me lo figuré emprendiendo un nuevo complot de los polvorines[60] –dijo J. J. O’Molloy.

Ned Lumbert hizo crujir los dedos.

–¡Dios mío! –profirió–. Me olvidé de decirle lo del conde de Kildere después que incendió el templo de Cushel[61]. ¿Lo conoce? Siento terriblemente lo que hice, dice, pero juro por Dios que consideré imposible que el obispo no estuviese dentro. Pero posiblemente no se hubiese reído. ¿Qué? Por Dios, se lo diré de todos modos. Ése fue el conspicuo conde, Fitzgereld el Mor[62]. Todos fogosos, esos Gereldines[63].

Los percherones que bordeó se movieron nerviosos cubiertos por los correosos enseres flojos. Dio un sonoro bofetón en el lomo de un tordillo tembloroso y exultó:

–¡Eh, jovencito!

Se volvió en dirección de J. J. O’Molloy y preguntó:

–¿Y bien, Jock? ¿Qué sucede? ¿Qué inconveniente tiene? Espere un poco. Serénese.

Entornó los morros e inclinó el tiesto con los ojos fijos en el cielo, se detuvo en suspenso y, luego de un segundo, explotó en un vigoroso estornudo.

–¡Eeeechíííísss! – hizo-. ¡Demonios!

–El polvillo de esos bolsones –dijo gentilmente J. J. O’Molloy.

–No –se desflemó Ned Lumbert–, me pesqué un… un resfrío el lunes de noche… hijo de mil demonios… lunes de noche… me pesqué un resfrío de mil demonios…

Sostuvo el moquero presto en prevención del siguiente…

–Estuve… Glesnevin[64] hoy… pobrecito… cómo es su nombre… ¡Eeeechíííísss! ¡Me defeco en Iojebed[65]!

 

 

*  *  *

 

Tom Rochford tomó el disco del tope del pilón sostenido entre el puño y el pecho de su jubón bermejo.

–¿Ven? Por ejemplo, el número seis. Se introduce por este surco, miren. Número en Curso.[66]

Lo introdujo por el buzón del extremo izquierdo. Se deslizó por el surco, vibró un momento, se detuvo y los miró: seis.

Unos jurisconsultos de otros tiempos, presumidos y pleiteros, vieron el recorrido de Richie Goulding entre el buró de impuestos y el recinto Nisi Prious, con el portfolio[67] de Goulding, Collis y Werd y oyeron el frufrú, yendo entre el ministerio del fisco y el supremo de revisión, de un femenino vejestorio con dientes postizos sonriendo inocentemente y vistiendo un generoso ropón negro de tisú.

–¿Ven? –dijo–. El último que puse: es este: Números Reproducidos. El golpe. Equilibrios en juego, ¿ven?

Les mostró el pilón de discos subiendo por el sector derecho.

–Un invento ingenioso –dijo Nosey Flynn, sorbiéndose los mocos–, de modo que el tipo que se demoró puede conocer el número en curso y qué números se reprodujeron.

–¿Ven? –dijo Tom Rochford.

Puso un disco de su gusto y observó, deslizó, vibró, miró, detuvo: cinco. Número en Curso.

–Lo veo en el Ormond en un momento –dijo Lenehen–, y lo sondeo. Un buen procedimiento merece otro.

–Se lo ruego –dijo Tom Rochford–. Comuníquele que estoy Boylen[68] de inquietud.

–Me despido –dijo M’Coy de repente–. Conozco cómo es el comienzo con ustedes dos…

Nosey Flynn se inclinó sobre el impulsor, sorbiéndose los mocos.

–Pero ¿cómo se mueve esto, Tommy? –preguntó.

–Turulú –dijo Lenehen–. Nos vemos luego.

Precedido por M’Coy, los dos emprendieron el cruce del corto corredor en Crumpton[69] Court.

–Es un héroe –dijo simplemente.

–Lo sé –dijo M’Coy–. Por lo del sumidero, quiere decir.

–¿Sumidero? –dijo Lenehen–. Fue en un conducto de ingreso del vertedero.

Recorrieron el frente del recinto de vodevil de Dick Lowry donde Merie Kendoll, dulce soubrette, les sonrió desde un letrero con los mofletes coloridos de cosméticos.

Descendiendo por el corredor de Sycomore[70] Street, vecino del Empire Music Room, Lenehen se sinceró con M’Coy sobre cómo fue todo el evento. Uno de esos redondeles de ingreso como el jodido venteo de un oleoducto y el pobre infeliz impedido de moverse, medio inconsciente por los efluvios tóxicos de los sumideros. De todos modos, Tom Rochford se metió en el hoyo, con su jubón de corredor de juego y todo, con un cordel en torno del cuerpo. Y puede creerme o no, pero consiguió envolver el cordel en torno del cuerpo del pobre tipo y desde el exterior los subieron juntos, indemnes.

–Un hecho heroico–dijo.

En el Dolphin se detuvieron permitiendo el cruce de un coche de socorros médicos yendo en veloz trote con rumbo de Jervis Street.

–Tomemos este rumbo –indicó el sector derecho–. Quiero ir por lo de Lynum y ver cómo cotizó Sceptre. ¿Qué nos dice su reloj con léontine de oro?

M’Coy espió en el sombrío negocio de Mercus Tertius Moses, luego en el reloj de lo de O’Neill.

–Tres y dos minutos –dijo–. ¿Quién es el jinete?

–O. Midden –respondió Lenehen–. Y es flor de potrillo.

En el entretiempo, en Temple Ln[71], con leves empujones de un pie, M’Coy corrió el envoltorio de un fruto dulce, curvo y cilíndrico[72] y lo empujó dentro del vertedero. Uno que lo pise puede recibir un golpe tremendo si viene por este sitio de noche.

Un portón de rejones del pensil se desplegó y luego los dos por completo permitiendo el egreso del cortejo del virrey.

–Boletos en equilibrio –dijo Lenehen volviendo–. Me topé con Bontom Lyons dentro y me dijo que quiere poner dinero en un imperdible que le dio un conocido, un burro que no es digno de un céntimo. Seguimos.

Subieron por los estribos sucesivos y por un momento los cubrió el pórtico de Merchent. Un perfil de lomo oscuro revisó unos libros en el puesto móvil del revendedor.

–Es ese –dijo Lenehen.

–Me pregunto qué se compró –dijo M’Coy, volviendo el cuello.

Leopoldo o El centeno florecido[73]  –dijo Lenehen.

–Se vuelve loco por los descuentos –dijo M’Coy–. En cierto momento, yendo con él, compró un libro que le ofreció un viejo en Liffey Street por dos chelines. Me mostró montones de fotos y unos dibujos muy buenos dignos del doble, los luceros y Selene y meteoritos con mechones extensos. Todo sobre los cuerpos celestes.

Lenehen se rió.

–Tengo un cuento muy bueno sobre mechones de meteoritos –dijo–. Crucemos enfrente que tenemos sol.

Emprendieron el cruce del puente de hierro y recorrieron el muelle de Wellington por el muro costero.

El pequeño Petrick Eloysius Dignem dejó el comercio de Mungon, sucesor de Fehrenbuch, sosteniendo un envoltorio con bifes de cerdo.

–Hubo un festejo en el refugio de Glencree[74] –dijo Lenehen vehementemente–. El festín de los doce meses, ¿vio? Un evento de cuello duro. Estuvo el intendente, Von Dillon, y sir Chorles Cumeron[75], y Dick Dowson dijo un discurso y hubo un conjunto de músicos. Bortell d’Ercy entonó unos himnos y Ben Dollerd…

–Lo sé –interrumpió M’Coy–. Mi mujer interpretó un himno en ese evento.

–Oh, ¿sí? –dijo Lenehen.

El letrero Dormitorios sin muebles recobró su posición en el borde de los vidrios del número 7 de Eccles Street.

Interrumpió su cuento brevemente, pero se estremeció riendo.

–Pero espere que le cuente –dijo–. Delohunt de Comden Street se ocupó de los comestibles y un servidor fue el servidor de vinos en jefe. Bloom y mujer estuvieron presentes. Pusimos de todo, oporto y licor de guindos y el demonio verde[76]  de lo que hicimos riguroso honor. Fue todo veloz y frenético. Después de los líquidos vinieron los sólidos. Embutidos por kilo y budines de riñón…

–Lo sé –dijo M’Coy–. En el evento que fue mi mujer…

Lenehen lo tomó gentilmente del codo.

–Pero espere que le cuente –dijo–. Y, por si fuese poco, tuvimos un festín nocturno después de todos esos excesos y en el momento de irnos dieron los mil quinientos repiques y redobles del crepúsculo diurno siguiente del crepúsculo nocturno precedente. Volvimos en medio de un espléndido cielo nocturno de pleno invierno en Fetherbed Mount. Bloom y Chris Cullinen en un extremo del coche y yo con su mujer en el otro. Hicimos un coro de nocturnos y dúos: Ved, el precoz refucilo del despunte. Su mujer se condimentó bien con un buen tonel de oporto de Delohunt so el ombligo. Con los tumbos del coche enclenque su cuerpo terminó sobre el mío cientos de veces. ¡Deleites del infierno! Tiene dos de los buenos, Dios se los conserve. De este porte.

Formó dos cuencos con los dedos sobre su pecho y los extendió poco menos de un codo, frunciendo el ceño:

–Yo le cubrí bien el sector posterior con mi poncho[77] y le enrosqué todo el tiempo el ofidio constrictor[78]. ¿Entiende lo que quiero decir?

Sus dedos describieron generosos contornos en el éter. Lleno de deleite cerró fuerte los ojos, encogiendo el cuerpo, y de sus morros voló un dulce trino.

–El nene se me puso en posición de firme[79], de todos modos –dijo con un suspiro. No dude de que es todo un equino. Chris Cullinen y el cochero siguiendo el dedo de Bloom que les indicó todos los luceros y los meteoros: Ourse[80] y Hércules y el monstruo de fuego y todo su verso. Pero le juro por Dios que yo estuve, por decirlo de un modo fino, perdido en un sendero de leche[81]. Se los conoce uno por uno, se lo juro. Por último, su mujer indicó un punto poco menos que imperceptiiible, lejííísimos. ¿Y qué lucero es ese donde tengo el dedo, Poldy?, le dice. Por Dios, Bloom se quedó mudo. Ese, ¿no es cierto?, dijo Chris Cullinen, seguro que es lo que se dice el extremo puntudo de un espino. Por Dios, no se equivocó por mucho.

Lenehen se detuvo y se recostó en el muro costero, en medio de los soplidos de su reír discreto.

–Me siento débil –dijo sin resuello.

El ceniciento rostro de M’Coy le sonrió unos segundos y luego se puso serio. Lenehen se puso de nuevo en movimiento. Se quitó el gorro de timonel y se frotó enérgico el occipucio. Miró de reojo en dirección de M’Coy en los destellos del sol.

–Bloom es un hombre culto en todo sentido –dijo solemne–. No es un tipo común… puede creerme… El viejo Bloom tiene un toque virtuoso.

 

*  *  *

 

Mr. Bloom recorrió ocioso unos folios de Los horribles secretos de Mery Monk[82], después el Volúmenes Completos de Eristóteles.[83] Impreso muy desprolijo. Dibujos: niños hechos un bollo dentro de vientres rojos de humor venoso como los bofes de bueyes pendiendo en los frigoríficos. Miles de ellos en este momento en todo el mundo. Todos impeliéndose con sus occipucios queriendo surgir. Un niño por minuto en miles de belenes. Mrs. Purefoy.

Dejó los dos libros en el borde del mueble y miró un tercero: Reportes desde el gueto, por Leopold von Socher Mosoch[84].

–Ese lo leí –dijo, y lo puso de nuevo en su sitio.

El vendedor posó dos ruidosos volúmenes sobre el exhibidor.

–Estos dos son buenos –dijo.

El tufo de verdeo que le surgió entre los dientes podridos voló sobre el exhibidor. Se inclinó reuniendo los libros con otro montón, los oprimió sobre el jubón desprendido y, corriendo un biombo mugriento, se metió en un cuchitril del fondo.

En el muelle O’Connell un montón de gente observó el solemne porte y los vistosos indumentos de Mr. Denis J. Meginni, profesor de tripudio[85] &c.

Mr. Bloom, solo, recorrió los títulos. Bello despotismo, por Jim Lovebirch[86]. Intuyo el contenido. ¿Lo leyó? Sí.

Lo ojeó. Lo que supuse.

Voz de mujer desde el cuchitril oculto por el biombo mugriento. Escuchemos; El hombre.

No; no es lo que quiere. Lo leyó y no le gustó.

Leyó el otro título: El dulzor de lo prohibido. Este puede ser. Veremos.

Leyó donde el dedo se posó:

Todos los billetes que le dio su esposo los derrochó en modistos y soberbios vestidos e indumentos interiores con entredós (¡Por él! ¡Por Reuben!)

Sí. Éste. Eso es. Probemos.

Sus morros de mujer se unieron con los suyos en un erótico beso voluptuoso y sus dedos le respondieron hundiéndose en los opulentos contornos dentro del beibidol.

Sí. Llevemos éste. El epílogo.

Te pedí que no te demores –dijo él en tono ronco, con unos ojos llenos de reproche sospechoso.

Su mujer, descubriendo sus regios hombros y su turgente redondez se quitó el ropón de zorro. Un imperceptible sonreír jugueteó en sus morros perfectos en el momento de volverse, descubriéndose enfrente de él.

Mr. Bloom leyó de nuevo: Su mujer…

Un soplo tibio lo cubrió, volviéndole muelle el cuerpo. Cuerpo rendido entre un desorden de indumentos. Níveos ojos del deliquio. Sus orificios se extendieron en el olisqueo del despojo. Ungüentos fundentes sobre los pechos (¡por él! ¡Por Reuben). Sudor de vellos cebollinos. Pringoso engrudo de pez (¡su turgente redondez!) ¡Siente! ¡Oprime! ¡Somete! ¡Sulfuroso estiércol de leones!

¡Juventud! ¡Juventud!

Un cuerpo de mujer ni vetusto ni joven del todo, se retiró del ministerio de jueces, tribunos del fisco, tribunos de primer oficio y tribunos revisores luego de oír en el recinto del supremo el juicio de Potterton como demente, en el sector respectivo del ministerio del interior los edictos requisitorios, por pedido de uno de los contendientes, de los dueños del Miss Keirns versus los dueños del buque Mone, y en el recinto de revisión el decreto de extinción del juicio en el expediente Horvey versus  Ponto Wrecks & Securities Corp.

Un concierto de toses con esputos conmovió el éter del negocio del librero, removiendo el biombo mugriento. Los greñudos mechones grises del dueño surgieron y su rostro enrojecido y peludo, tosiendo. Tosió fuerte y escupió unos viscosos esputos en el piso. Pisó los esputos con un botín, detergiendo el cuero en su recorrido, y se inclinó exhibiendo un occipucio huesudo, cubierto por unos pocos pelos.

Mr. Bloom lo observó.

Conteniendo el resuello, dijo:

–Llevo este.

El librero subió los ojos neblinosos por un resfrío crónico.

El dulzor de lo prohibido –dijo, con unos toquecitos–. Este es bueno.

 

*  *  *

 

El portero en el ingreso de Empeños Dillon dio otros dos golpes de cencerro y se miró en el espejo del ropero escrito con yeso.

Dilly Dedelus, oyendo desde el cordón, escuchó los repiques del cencerrovendedor en el interior. Cinco con nueve. Esos preciosos visillos. Seis chelines. Hermosos visillos. Nuevos sin uso se venden en veinte chelines. ¿Quién ofrece sobre seis chelines? Vendidos en seis chelines.

El portero subió el cencerro y lo removió:

–¡Tilín!

El repique del último giro espoleó el ímpetu de los corredores de los mil metros de ciclismo. J. E. Jockson, W. E. Wylie, O. Munro y H. T. Gohom, moviendo sus cuellos extendidos recorrieron el recodo del repositorio de libros del College.

Mr. Dedelus, retorciéndose los densos bigotes, dobló el recodo viniendo desde Williem’s Row. Se detuvo enfrente de su descendiente femenino.

–Por fin –dijo Dilly.

–Pon ese dorso recto, por Dios –dijo Mr. Dedelus–. ¿Quieres ser como tu tío John, el del cornetín, con el tiesto hundido entre los hombros? ¡Dios Misericordioso!

Dilly encogió los hombros. Mr. Dedelus puso sus dedos sobre ellos y se los enderezó retrocediéndoselos.

–Pon el tronco derecho, tesoro –dijo–. No te encorves. ¿Quieres que te muestre cómo te ves?

Dejó descender el tiesto de repente extendiendo el cuello, moviendo los hombros y descendiendo el mentón.

–Es suficiente, viejo –dijo Dilly–. Eres el foco de los ojos de todo el mundo.

Mr. Dedelus se enderezó, retorciéndose de nuevo el bigote.

–¿Conseguiste un poco de dinero? –preguntó Dilly.

–¿Dónde crees que puedo conseguir dinero? –dijo Mr. Dedelus–. No existe en todo Dublín quien me preste cinco peniques.

–Seguro que un poco conseguiste –dijo Dilly, con sus ojos en los de él.

–¿Cómo lo supiste? –preguntó Mr. Dedelus hinchiéndose el moflete con su sinhueso.

Mr. Kernen, conforme con el pedido que consiguió, desfiló orgulloso por Jim’s Street.

–Sé que conseguiste un poco –respondió Dilly–. ¿Estuviste en Scotch House?

–No, no estuve en ese sitio –dijo Mr. Dedelus sonriendo–. ¿Qué sor te enseñó esos dichos insolentes? Ten.

Le dio un chelín.

–Ve si tienes suficiente con eso –dijo.

–Creo que conseguiste por lo menos cinco –dijo Dilly–. Sigue poniendo.

–Un momento –dijo Mr. Dedelus en tono de reproche–. Eres como el resto, ¿no es cierto? Un conjunto de insolentes desde que murió el pobre ser que los puso en el mundo. Pero esperen un poco. Sólo les ofreceré mi desdén y mi desprecio. ¡Indecentes! Me desprenderé de ustedes. No creo que les importe mucho si me muero como un perro. Se murió. El hombre del primer piso se murió.

Siguió su recorrido. Dilly lo siguió presto y lo tironeó del codo.

–Bueno, ¿qué sucede? –dijo él, deteniéndose.

El portero hizo ruido con el cencerro prendiéndolo desprevenido.

–¡Tilín!

–¡Pero qué tipo grosero! –gritó Mr. Dedelus volviéndose en su dirección.

El portero, sintiéndose referido por el rezongo, movió el cencerro, pero débilmente.

–¡Tin!

Mr. Dedelus lo fulminó con los ojos.

–Pero mire un poco –dijo–. Qué buen ejemplo. Me pregunto cómo es posible que conversemos.

–Eso no es todo lo que tienes, viejo –dijo Dilly.

–Te diré un pequeño truco –dijo Mr. Dedelus–. Con ustedes procederé como Jesús con los judíos. Ten, esto es todo lo que tengo. Jock Power me dio dos chelines y después invertí dos peniques en lo del peluquero por el entierro.

Mostró nervioso un puño conteniendo unos pocos cobres.

–¿No puedes conseguir un poco de dinero en otro sitio? –dijo Dilly.

Mr. Dedelus pensó y con un gesto dijo que sí.

–Lo intento –dijo muy serio–. Revisé todos los vertederos de O’Connel Street. Puedo ver si encuentro en este.

–Muy chistoso –dijo Dilly, sonriendo con desdén.

–Ten esto –dijo Mr. Dedelus ofreciéndole dos peniques–. Bébete un poco de leche con un bollo o lo que gustes. Volveré pronto.

Se metió en el bolsillo el resto de los cobres y retomó su recorrido.

El cortejo del virrey desfiló, recibiendo los gestos reverentes de obsequiosos efectivos del orden, en su egreso por el portón de Phoenix Field.

–Seguro que tienes otro chelín –dijo Dilly.

El portero hizo un ruido fuerte con el cencerro.

Mr. Dedelus se fue yendo en medio del repique, profiriendo un rezongo vehemente con los morros fruncidos:

–¡Mujeres de convento! ¡Lindos bichos! ¡Oh, seguro que no tienen que ver en esto! ¡Oh, por cierto que no! ¡Debe ser sor Monique!

 

*  *  *

 

Desde el reloj de sol en dirección del depósito de Guinness, por el estudio de Shockleton, Mr. Kernen siguió muy orondo por Jim’s Street, conforme con el pedido que obtuvo de Pulbrook Robertson. Lo negocié bien. ¿Qué dice usted, Mr. Crimmins? Excelente, señor. Temí que estuviese en su otro negocio de Pimlico. ¿Cómo siguen los negocios? Sobreviviendo. Tenemos muy buen tiempo. Sí, por cierto. Los huertos tienen sed. Esos productores siempre con sus rezongos. Beberé sólo un dedito de su mejor gin, Mr. Crimmins. ¿Un mínimo chupito, señor? Sí, señor. Terrible explosión del Colonel Slocum. ¡Horrible, horrible! Mil muertos. Fotos horribles. Hombres corriendo sobre mujeres y niños. Terriblemente cruel. ¿Qué dicen sobre el origen? Combustión imprevisible: un descubrimiento vergonzoso. No flotó ninguno de los botes de socorro y el flexible de incendios explotó. Lo que no puedo entender es cómo los inspectores permitieron que un buque como ese… Por cierto, es como usted dice, Mr. Crimmins. ¿Le digo por qué? Por el unto. ¿Es cierto eso? Ni lo dude. Qué increíble, mire un poco. Y dicen que los EEUU son el territorio de los hombres libres. Y yo que creí que nosotros vivimos como el demonio.

Le sonreí. Los EEUU, susurré, eso. ¿Qué son? Un rejunte de todos los pueblos, incluido el nuestro. ¿No es cierto? Es como usted dice.

Corrupción, mi querido señor. Eso es; por supuesto, desde que existe dinero de por medio siempre viene uno que quiere recogerlo.

Vi cómo me miró el terno. El indumento es todo. Lo mejor es vestirse bien. Los demuele.

–Gusto en verlo, Simon –dijo el reverendo Cowley–. ¿Qué dice de bueno?

–El gusto es mío, Bob, viejo –respondió Mr. Dedelus, deteniéndose.

Mr. Kernen se detuvo y se corrigió el terno enfrente del espejo en sesgo de Peter Kennedy, peluquero. Terno de buen corte, por cierto. Scott, en Dowson Street. Bien digno del medio regente[87] que me pidió Niery por él. El costo de confección no debió ser menos de tres escudos[88]. Me quedó perfecto. Debió ser de uno de esos pitucos del Kildore Street Club. John Mulligen, el gerente del Erin’s Trust, me miró sorprendido en el puente Curlisle, como si me hubiese reconocido.

¡Ejem! Se requiere un toque escénico enfrente de estos tipos. El noble jinete. Un gentilhombre. Muy bien, Mr. Crimmins, ¿podremos tener el honor de tenerlo entre nuestros clientes? El chupito que divierte, pero no embrutece, como dice el viejo proverbio.

En North Fence y el muelle de Sir John Rogerson, restos de buques y hierros de rizones, con rumbo oeste ondeó un esquife, un desecho fruncido mecido por los surcos del ferry, Elí viene.[89]

Mr. Kernen de reojo se despidió de su propio reflejo. Buen color, por cierto. Bigote gris. Teniente retiro efectivo del ejército en territorio indio. Midió con decisión su cuerpo rechoncho sobre los muslos firmes, los rectos hombros. ¿Ese que viene, puede ser Sem, el mellizo de Ned Lumbert? ¿Eh? Sí. Es idéntico. No. El reflejo del sol en el vidrio de ese coche. Sólo un destello como ese. Poco menos que idéntico.

¡Ejem! Un dejo del jugo de junípero le entibió el interior y el soplo. Fue un buen sorbo de gin. Los pliegues de su terno so los fulgores del sol hicieron un guiño en honor de su gordo contoneo.

En ese sitio de ejecución de Emmet, pendido y dividido en trozos. Negro cordel oleoso. Los perros bebiendo del suelo el humor venoso y el virrey con su mujer en el coche.

Pensemos un poco. ¿Se lo enterró en St Michen[90]? O no, hubo un entierro nocturno en Glesnevin. El cuerpo lo metieron por un portillo secreto en el muro. Donde hoy pusieron el féretro de Dignem. Deceso súbito. Bueno, bueno. Mejor doblemos. Demos un rodeo.

Mr. Kernen dobló y descendió por el declive de Wotling Street por el recodo de recepción del turismo cervecero de Guinness. En el frente de los depósitos de Dublin Destillers Co. un coche sin conductor ni cliente, con los tientos sujetos de un ruedón. Terriblemente peligroso. Uno de esos rústicos de Tippereiry poniendo en peligro el pellejo de los dublineses. Mejor que no se le desboque.

Denis Breen con sus librotes, molesto por perder el tiempo en el estudio de John Henry Menton, desfiló con su cónyuge de remolque por el puente O’Connell, en dirección del estudio de Mr. Collis & Word.

Mr. Kernen siguió su recorrido no lejos de Isle Street.

Los tiempos de los disturbios. Tengo que conseguir que Ned Lumbert me preste esos recuerdos de sir John Burrington[91]. Todo eso puede verse en un regreso en el tiempo como un enfoque retrospectivo. Fulleros en lo de Deily. Esos no fueron tiempos de juego sucio. Uno de esos tipos terminó con los cinco dedos extendidos sobre el verde lienzo unidos con el roble por medio de un cuchillo. Por este sitio lord Ed Fitzgereld huyó del coronel Sirr. Los cobertizos del fondo de Moire House.

Qué buen gin ese.

Gentilhombre de porte. De buen pedigrí, por supuesto. Ese bribón, ese escudero ficticio de mitones bermejos lo entregó. Por supuesto que se metieron en el equipo erróneo. Vivieron en tiempos tenebrosos. Hermoso verso ese: Ingrem.[92] Fueron gentilhombres. Ben Dollerd entonó esos versos de modo muy conmovedor. Lo interpretó de modo soberbio.

 

En el sitio de Ross murió mi viejo.

 

Un cortejo desfiló en un trote vivo por el muelle Pembroke, los jinetes meciéndose, meciéndose en sus, en sus sillines. Esmóquines. Cubretiestos color beige.

Mr. Kernen presuroso, rezongó sin resuello.

¡El Virrey! ¡Qué suerte cruel! Me lo perdí por un pelo. ¡Demonios! ¡Qué triste!

 

*  *  *

 

Stephen Dedelus observó por los vidrios polvorientos los dedos del joyero que escudriñó un cintillo lleno de óxido. El polvo cubrió los exhibidores y los vidrios. El polvo oscureció los febriles pesuños de buitre. El polvo dormitó sobre deslucidos resortes de bronce y níquel, rombos bermejos, rubíes, leprosos pedruscos rojo vino.

Todos surgidos del oscuro subsuelo verminoso, fríos corpúsculos de fuego, perversos destellos refulgiendo en lo oscuro. Donde los querubes perdidos se desprendieron de los luceros de sus frentes. Hocicos de cerdo llenos de lodo, dedos, hendiendo y hendiendo, los oprimen y los desprenden.[93]

Un cuerpo de mujer se mueve en un contoneo en un hedor tenebroso donde se encienden juntos el puerro y el incienso. Un corso bigoterrojo, sorbe ron de un recipiente grueso y le come el cuerpo con los ojos. Sordo vicio pontonutrido en exceso. Se mueve, se retuerce, con el meneo de los glúteos de un puerco y el cinto, revolviendo en el medio del vientre gordo un rubí como un huevo.

El viejo Russell con un lienzo sucio lustró de nuevo el rubí, sosteniéndolo con giros enfrente de su rostro peludo de Moisés. El simio provecto en pleno regodeo enfrente del tesoro que robó.

¡Y tú, con tus despojos de los vetustos símbolos del territorio de los sepulcros! Los términos exóticos de los filósofos del sofismo: Entístenes. Un conocimiento de opio. El perenne trigo de Oriente meciéndose entre los extremos de lo eterno.

Dos vejestorios femeninos revividos por el soplo del ponto recorrieron con esfuerzo Irishtown por London Bridge Rd, uno con un cubretiesto lleno de limo, otro con un bolso con sus utensilios ginecológicos[94] donde se produce el entrechoque de once berberechos.

El frufrú de los cintos de cuero flojos y el zumbido de los inductores del grupo electrógeno hicieron que Stephen siguiese su recorrido. Seres sin ser. ¡Detente! Pulso siempre en tu exterior y el pulso siempre dentro de ti. De tu cuore[95] es tu son. Yo entre ellos. ¿Dónde? Entre dos mundos rugientes donde se unen en remolino, yo. Destrúyelos, uno y los dos. Pero confúndeme en tu explosión. Destrúyeme, tú que puedes. Jodontón[96] y verdugo esos fueron los términos ¡Eh! Un momento. Miremos un poco en derredor.

Sí, muy cierto. Muy enorme y hermoso y mide un tiempo precioso[97]. Es cierto, señor. Un lunes después del despunte del sol. Pero sí, en efecto.[98]

Stephen descendió por Bedford Row, bendiciéndose con unos golpecitos en el hombro con el puño de su bordón. En los exhibidores de Clohissey un poster descolorido de 1860 con fotos de un encuentro de box entre Heenon y Soyers[99] le despertó interés.

 

Seguidores con sombrero de fieltro en torno del ring. Los peso completo, embutidos en unos cortos ceñidos, se exhiben gentilmente mutuos puños bulbosos. Y los pechos heroicos se estremecen.

Dobló y se detuvo enfrente del puesto de los libros.

–Dos peniques por libro –dijo el buhonero–. Tres por cinco peniques.

Folios rotos. El productor de miel erinés. Hechos y prodigios del curé des Ers. Directorio de Bolsillo de Killorney.[100]

Posiblemente encuentre uno de mis premios del colegio que tuvo destino de empeño. Stepheno Dedelo, discipulus optimo, premium  ferenti.

El reverendo Conmee, luego de leer el oficio diurno, siguió recorriendo el distrito de Donnycurney, diciendo en un murmullo el oficio vespertino.

El frente se ve entero, ¿qué es esto? Los libros ocho y nueve de Moisés. Secreto de todos los secretos. El sello del Rey Deivid. Folios mustios: leídos y releídos. ¿Quién me precedió en este sitio? Cómo embellecer sus dedos resecos. Subproductos del vino. Cómo conseguir el querer femenino. Esto no es lo mío. Recite tres veces el siguiente embrujo con los dedos en rezo:

–Se el yilo nebrekede femininum! Querer me solo! Senktus! Omen.[101]

¿Quién escribió esto? Embrujos y preces que el muy bendito reverendo Peter Solonko[102] reveló en beneficio de los fieles creyentes. Buenos como los embrujos de todo otro reverendo, como los de Jochim el hereje. Desciende, tiesto pelón, si no quieres que te esquilemos[103].

–¿Por qué viniste, Stephen?

Los hombros erguidos de Dilly y su vestido descolorido.

Cerremos presto el libro. No debe verlo.

–¿Por qué viniste? –dijo Stephen.

Un rostro Estuordo de Churles[104] el eminente, débiles bucles llovidos. Se iluminó poniéndose de hinojos revolviendo el fuego con los botines rotos. Le conté sobre Boul’ Mich. Remoloneó en su lecho envolviéndose con un cobertor de sobretodos viejos y jugueteó con el dije de bisutero que le obsequió Don Kelly[105]. Nebrekede femininum.

–¿Qué elegiste? –preguntó Stephen.

–Lo compré por un penique en el otro puesto –dijo Dilly con un reír incómodo–. ¿Tú qué crees?

Dicen que tiene mis ojos. ¿Es como los otros me ven? Veloz, hostil e insolente. El oscuro reflejo de mi mente.

Tomó de sus dedos el libro sin forro. Los rudimentos del léxico de Molière, de Chordenol.

–¿Por qué lo elegiste? –preguntó–. ¿Quieres instruirte?

Dilly respondió con un sí mudo, frunciendo los morros con rubor.

No debo verme sorprendido. Es lógico.

–Oye –dijo Stephen–. Es bueno. No dejes que Meggy te lo empeñe. Supongo que todos mis libros dese perecieron[106].

–No todos –dijo Dilly–. Fue menester.

Se hunde. Remordimiento. Pide socorro. Remordimiento. Todos versus nosotros. Nos hundiremos juntos, ojos y pelo. Débiles rizos de mechones de líquenes en torno de mí, mi cuore, mi espíritu. Verde muerte de iodo.

Nosotros.

M         Remordimiento consciente. Consciente remordimiento.

¡Sordidez! ¡Sordidez!

 

*  *  *

 

–Gusto en verlo, Simon –dijo el reverendo Cowley–. ¿Qué se dice?

–Qué dice usted, Bob, viejo –respondió Mr. Dedelus, deteniéndose.

En el frente de Reddy & Co. Se dieron un ruidoso choquecinco. El reverendo Cowley se cepilló dos o tres veces el bigote cubriéndose con el hueco de los dedos.

–¿Qué se dice de nuevo? –dijo Mr. Dedelus.

–No mucho –dijo el reverendo Cowley–. Estoy en un brete, Simon, con dos tipos que me tendieron un sitio y quieren meterse en mi domicilio.

–Qué bonito –dijo Mr. Dedelus–. ¿Quién se los envió?

–Oh –dijo el reverendo Cowley–.  Cierto cuervo que conocemos bien.

–Con el dorso corvo, ¿no es cierto? –preguntó Mr. Dedelus.

–El mismo, Simon –respondió el reverendo Cowley–. Reuben del mismo grupo étnico[107]. Quedé en verme con Ben Dollerd. Quiere reunirse con Long John y convencerlo de que retire esos tipos. Todo lo que necesito es un poco de tiempo.

Miró con un mínimo de ilusión en dirección de uno y otro sector del muelle, con un conspicuo bulto henchido en el cuello.

–Lo sé –coincidió Mr. Dedelus–. ¡El pobre Ben, viejo y rengo! Siempre desviviéndose por el prójimo. ¡No se doblegue!

Se puso los lentes y miró un segundo en dirección del puente de hierro.

–Mírelo, Dios mío, puro culo y bolsillos.

El generoso corte celeste oscuro de Ben Dollerd y el bombín sobre unos gregüescos de pésimo gusto emprendieron decididos el cruce del muelle por el puente de hierro. Vino en dirección de ellos disminuyendo el ritmo, con los inquietos dedos metidos so los pliegues posteriores de su levitín.

Desde unos metros, Mr. Dedelus lo recibió:

–Llévense ese tipo de los gregüescos indecentes.

–Llévenselo presto –dijo Ben Dollerd.

Mr. Dedelus con frío desdén peregrino recorrió distintos puntos del perfil de Ben Dollerd. Después, volviéndose en dirección del reverendo Cowley con un gesto positivo, refunfuñó burlón:

–¿No es un precioso indumento de pleno estío?

–Pero, Dios lo condene sin remisión posible –gruñó furioso Ben Dollerd–. En su tiempo me desprendí de montones de indumentos que usted no hubiese visto ni en foto.

Se detuvo enfrente de ellos, sonriéndoles y sonriendo luego con los ojos puestos en sus propios indumentos, de los que Mr. Dedelus desprendió en este y en otro punto uno que otro corpúsculo piloso, diciendo:

–De todos modos, Ben, tienen el corte de un tipo vigoroso.

–Mis peores deseos por el judío que los confeccionó –dijo Ben Dollerd–. Por suerte se los debo.

–¿Y cómo se oye ese grosso profundo, Ben? –preguntó el reverendo Cowley.

Cushel Boyle O’Connor Fitzmorice Tisdoll Ferrell, sumido en un rezongo, ojovítreo, desfiló por el club de Kildere Street.

Ben Dollerd frunció el ceño y, poniendo un súbito rostro de tenor, entonó un registro profundo.

–¡Ooooo! –dijo.

–Ese es el estilo –dijo Mr. Dedelus, bendiciendo el zumbido.

–¿Cómo estuve? –dijo Ben Dollerd–. Poco sonoro, ¿no? ¿Qué me dice?

Se volvió y los miró.

–Oíble –dijo el reverendo Cowley, coincidiendo.

El reverendo Hugh C. Love dejó el viejo recinto de reuniones del templo de St. Mery yendo por lo de Jim y Chorles Kennedy, refineros[108], con dependientes Gereldines[109] esbeltos y de buen ver, y continuó con rumbo del Tholsel[110] después del Ford of Hurdles.

Ben Dollerd, con un nítido bies en dirección de los vidrios de los negocios, con los jubilosos dedos en el éter les indicó que lo siguiesen.

–Pueden venir conmigo; tengo que reunirme con el subjefe –dijo–. Quiero que contemplen el nuevo y bello espécimen que Rock[111] tiene como sheriff. Es un mestizo de Lobengulo y Lynchehoun.[112] Es digno de ver, en serio. Yo los guío. Justo vengo de reunirme en el Bodegón con John Henry Menton y si no cumplo el costo puede ser… un momento… Recorremos el sendero correcto, Bob, no lo dude.

–Puede decirle que es por menos de un mes –dijo el reverendo Cowley, nervioso.

Ben Dollerd se detuvo y observó con su orificio sonoro que no cerró, un botón flojo de su jubón que mostró su revés lustroso pendiendo del extremo de un hilo en el momento que con el propósito de oír mejor se secó los gruesos grumos obstruyendo sus ojos.

–¿Cómo menos de un mes? –explotó–. ¿El dueño no interpuso en su momento un pedido de secuestro por su incumplimiento como inquilino?

–Sí, lo hizo –dijo el reverendo Cowley.

–Entonces el pedido interpuesto por nuestro querido oponente no es digno ni del costo de los folios en que se imprimió –dijo Ben Dollerd–. El dueño tiene privilegios enfrente de otros requerimientos. Le di todos los pormenores. 29 Windsor Street. ¿Love es el nombre?

–Eso es –dijo el reverendo Cowley–. El reverendo Love. Es ministro en cierto sitio remoto. ¿Pero lo que me dice es seguro?

–Le puede decir, si se reúne con ese Borrobós –dijo Ben Dollerd–, que se puede meter ese petitorio en donde el mono se metió los frutos secos.

Con todo el poder de su voluminoso porte tomó el codo del reverendo Cowley y lo llevó de remolque.

–Creo que fueron nueces –dijo Mr. Dedelus, poniéndose los lentes sobre el pecho y siguiéndolos.

 

*  *  *

 

–No se preocupe por el jovencito –dijo Mertin Cunninghem enfrente del portón del edificio de Gobierno, en Cork Hill.

El conscripto se puso dos dedos sobre su frente.

–Dios lo cuide –dijo Mertin Cunninghem sonriente.

Hizo un gesto en dirección del cochero de turno, quien de un golpe seco de tientos se detuvo en Lord Edwerd Street[113].

Bronce y oro, el tiesto de Miss Kennedy vecino del tiesto de Miss Douce surgieron entre los visillos del Hotel Ormond.

–Sí –dijo Mertin Cunninghem, retorciéndose los pelos del mentón–. Me comuniqué por correo con el reverendo Conmee exponiéndole el punto.

–Le sugiero que lo intente con nuestro conocido –sugirió Mr. Power siguiéndolo.

–¿Boyd? –dijo serio Mertin Cunninghem–. No me toques[114].

John Wyse Nolen, que se demoró leyendo el registro[115], los siguió descendiendo velozmente por Cork Hill.

En los estribos del Municipio el consejero Nonnetti, descendiendo, hizo un gesto cortés que recibieron el concejero Cowley y el consejero Ibrihim Lyon, subiendo[116].

El troley del edificio de Gobierno sin gente en su interior continuó su recorrido en dirección de Essex Street.

–Mire, Mertin –dijo John Wyse Nolen, uniéndoseles en el pórtico del Dublin Evening–. Veo que Bloom se inscribió con cinco peniques.

–Muy bien –dijo Mertin Cunninghem, leyendo el registro–. Y los puso.

–Sin decir ni mu –comentó Mr. Power.

–Insólito pero cierto –sumó Mertin Cunninghem.

John Wyse Nolen mostró unos ojos sorprendidos.

–Y diré que el judío es generoso[117] –glosó con distinción.

Descendieron por Essex Street.

–Ese es Jimmy Henry –dijo Mr. Power–, tienen reunión en lo de Kevenegh.

–Correcto –dijo Mertin Cunninghem–. Lo veo.

En el frente de Mesón Cler, Bleizes Boylen se topó con el mellizo político Jock Mooney[118], giboso, ceñido[119], en dirección del distrito de los libertinos[120].

John Wyse Nolen se demoró discutiendo con Mr. Power en el momento que Mertin Cunninghem tomó el codo de un pulcro hombrecito luciendo un terno de tweed, que, con ritmo vivo, pero con pies indecisos, desfiló por el frente de lo de Micky Ondersen[121], relojero.

–Los pies del consejero del intendente le producen ciertos desequilibrios[122] – comentó John Wyse Nolen con Mr. Power.

El trío dobló en dirección del negocio de vinos de Jim Kevenegh. El troley del edificio de Gobierno, sin gente, enfrente de ellos, detenido en el portón de Essex. Mertin Cunninghem exhibió frecuentemente el registro que Jimmy Henry no miró.

–Y el lungo John Fonning presente –dijo John Wyse Nolen–, enorme como lo existente.

El voluminoso perfil de John Fonning llenó todo el borde del portón.

–Qué dice el señor subjefe –dijo Mertin Cunninghem y todos se detuvieron emitiendo gestos corteses.

El lungo John Fonning no les cedió el ingreso. Se quitó de los morros con decisión su enorme Henry Cley y sus enormes ojos despiertos recorrieron sus rostros.

–¿Siguen los progenitores conscriptos sus serenos coloquios[123]? –requirió del consejero del municipio con un tono bien irónico.

–Hicieron un lío terrible –dijo despectivo Jimmy Henry– sobre ese podrido sujeto del léxico erinés. Que dónde se metió el teniente, quiso que se le informe, que debe poner orden en el recinto del municipio. Y el viejo Burlow el tenedor del cencerro en su lecho enfermo de gripe, sin un cencerro sobre el escritorio, todo un desorden, ni el mínimo quórum y Hutchinson, el intendente, en Llundudno y el pequeño Lorken Sherlock cumpliendo el rol de locum tenens en su nombre. Podrido léxico erinés, léxico de nuestros predecesores.

El lungo John Fonning soltó un cúmulo de humo por los morros fruncidos.

Mertin Cunninghem, retorciéndose el extremo de los pelos del mentón, conversó por turnos con el consejero del municipio y con el subjefe en el interín que John Wyse Nolen estuvo en silencio.

–¿Qué Dignem es? –preguntó el lungo John Fonning.

Jimmy Henry hizo un mohín y subió el pie izquierdo.

–¡Uy, mis bunios[124]! –dijo quejumbroso–. Déjenos subir, en el nombre de Dios, necesito un poco de reposo. ¡Ufff! ¡Uy! ¡Permiso!

Con un gesto brusco se hizo sitio, bordeó el cuerpo de John Fonning y subió.

–Entremos –dijo Mertin Cunninghem discutiendo con el subjefe–. No creo que fuese uno de sus conocidos, si bien todo puede ser.

John Wyse Nolen y Mr. Power los siguieron.

–Fue un espíritu bueno –dijo Mr. Power con los ojos puestos en el dorso del lungo John Fonning quien subió en dirección del lungo John Fonning del espejo.

–Medio petiso. El Dignem del estudio de Menton –dijo Mertin Cunninghem.

El lungo John Fonning no lo recordó.

Un golpeteo de sólidos pesuños resonó en el éter.

–¿Qué fue eso? –dijo Mertin Cunninghem.

Todos se volvieron en su sitio; John Wyse Nolen descendió de nuevo. Desde el fresco refugio del portón vio el desfile de los equinos por Essex Street, los filetes y los menudillos relucientes en el sol. Felizmente cruzó por el frente de sus fríos ojos hostiles, no velozmente. Sobre los sillines de los líderes, líderes briosos, los jinetes del séquito.

–¿Qué fue eso? –preguntó Mertin Cunninghem, subiendo.

–El virrey y jefe supremo de Erín –respondió John Wyse Nolen desde el portón.

 

*  *  *

 

Ni bien pusieron los pies sobre el mullido felpudo, Buck Mulligen, cubriéndose con su sombrero susurró en el oído de Heines:

–El mellizo de Pornell. En ese rincón.

Eligieron un sitio no lejos del ingreso enfrente de un hombre de rostro oblongo con pelos y ojos llovidos sobre un juego de torres, reyes y peones.

–¿Es él? –preguntó Heines, volviéndose en su sillón.

–Sí –dijo Mulligen–. John Howerd, el mellizo, nuestro concejero.

John Howerd Pornell movió en silencio un peón negro y su espolón gris se posó de nuevo sobre su frente donde quedó en reposo. Un segundo después, protegido por este[125], sus ojos se movieron de repente, como un brilloso espectro, en dirección del oponente, y descendieron de nuevo sobre un sector del terreno de juego.

–Pediré un cóctel de frutos –dijo Heines respondiendo el requerimiento del mozo.

–Dos cócteles –dijo Buck Mulligen–. Y unos escones y un rulo de unto cremoso y unos budines.

Ni bien se fue dijo, riendo:

–Les decimos B.I. porque tienen unos budines inmundos. Oh, pero usted se perdió el número de Dedelus y su Homlet.

Heines hojeó el libro nuevo.

–Lo siento –dijo–. Shekspierre es el jocoso coto de todos los monteros que perdieron un tornillo.

El viejo grumete cojo gruñó enfrente del cerco de hierro del 14 de Nelson Street:

–Por el Reino…

El jubón cobrizo de Buck Mulligen se estremeció jocoso con su risotón.

–Es digno de verlo –dijo– en el momento en que su cuerpo pierde el equilibrio. Le puse el Ængus peregrino.

–Estoy seguro de que es su idée fixe –dijo Heines revolviéndose con los dedos índice y gordo los pelos del mentón–. Me pregunto en qué consiste. Siempres sucede con ese tipo de individuos.

Buck Mulligen se inclinó sobre el hule poniéndose serio.

–Le consumieron el cerebro con visiones del infierno –confirmó–. Es imposible que logre el tono helénico. El tono de Swinburne, de todos los verseros, el fúnebre eburno y el rojizo belén. Eso es lo triste con él. No puede escribir versos. El gozo de producir…

–Eterno destierro–coincidió Heines, breve–. Comprendo. Desequilibré su fe hoy discutiendo con él. Percibí un peso en su espíritu, lo noté. Es curioso porque Pokorny, el profesor vienés[126], dedujo de ello curiosos silogismos psicológicos.

Los ojos vivos de Buck Mulligen vieron venir el mozo. Lo socorrió recibiendo el servicio.

–No es posible que encuentre vestigios del infierno en los mitos erineses –dijo Heines entre los pocillos jubilosos–. Es como si no tuviese el concepto ético, el sentido del destino, del premio. Es curioso que lo domine justo ese preconcepto. ¿Tiene en mente escribir un texto por pedido de vuestro movimiento?

Hundió muy diestro dos dulces terrones en el sentido extenso en medio del espumoso copo cremoso. Buck Mulligen dividió en dos un escón tibio y untó el bollo humoso. Mordisqueó goloso un trozo mullido.

–Dos lustros –dijo, riendo y mordiendo–. Dice que decidió escribir un libro dentro de dos lustros.

–Se ve un poco remoto –dijo Heines reflexivo, esgrimiendo un tenedor– Si bien no me sorprenderé si lo escribe.

Probó un buen copo del cono cremoso del pocillo.

–Entiendo que este es el genuino copo cremoso erinés –dijo en tono deferente–. No quiero embustes.

Elí, esquife, ligero bollo fruncido, flotó con rumbo este por el borde de veleros y buques de remolque, entre islotes de corchos, siguiendo por New Wopping Street y el ferry de Benson y bordeó el velero de tres postes Roseveen, procedente de Bridgewoter conteniendo bloques de lodo cocido.

 

 

 

 

 

 

 

*  *  *

 

Olmidono Ertifoni recorrió Holles Street, por lo de Sewell’s &Son[127]. Lo siguió Cushel Boyle O’Connor Fitzmorice Tisdoll Ferrell quien, meciendo el bordoncubretiestosobretodo, esquivó el poste de luz enfrente de lo de Mr. Ley[128] Smith y, después del cruce de Mount Street, recorrió Merrion Field. No lejos de él, siguiéndolo, un joven ciego sondeó el piso por los bordes del muro en los pensiles del College.[129]

Cushel Boyle O’Connor Fitzmorice Tisdoll Ferrell circuló por el frente del comercio de Mr. Lewis Werner, giró y regresó por Merrion Field, meciendo el bordoncubretiestosobretodo.

En el recodo del domicilio de Wilde[130] se detuvo, frunció el ceño oyendo el nombre de Elí proferido en el Metropolis Rooms[131], frunció el ceño con los ojos puestos en los remotos vergeles del duque[132]. Su monóculo reverberó ceñudo en el sol. Permitiendo entrever unos dientes de roedor murmuró:

Compulsi volui.[133]

Siguió en dirección Cler Street, moliendo su verbo feroz.

En su frenético desfile por el frente del consultorio odontológico de Mr. Bloom[134], el violento ir y venir de los pliegues de su sobretodo cepilló y desvió de su posición un fino bordón reconociendo el piso, y siguió su recorrido con ímpetu después de su choque con un cuerpo enjuto. El joven ciego volvió un rostro descompuesto en dirección del perfil en frenético desfile.

–¡Dios te fulmine, fueses quien fueses! – profirió rencoroso–. ¡Ves menos que yo, hijo de meretriz!

 

*  *  *

 

Enfrente de lo de Ruggy O’Donohoe, el joven Petrick Eloysius Dignem, sosteniendo un envoltorio con un pedido de bifes de cerdo que compró en lo de Mongen, sucesores de Fehrenbuch, recorrió con ritmo lento el bochorno de Wicklow Street. Le resultó un tedio insufrible seguir en el vestíbulo con Mrs. Stoer y Mrs. Quigley y Mrs. Mc Dowell y los visillos corridos y todos con sus sollozos sorbiendo chupitos del excelente jerez que el tío Borney compró en lo de Tunney. Y comiendo restos del budín de frutos, discutiendo de todo en medio de suspiros.

Yendo por Wicklow Drive, el frente de Mme. Doyle, vestidos de corte, lo hizo detenerse. Se quedó con los ojos fijos en los dos contendientes sobre un ring de boxeo desnudos desde el cinto y esgrimiendo sus puños. Desde los espejos izquierdo y derecho un dúo de jóvenes Dignem de luto observó en silencio. Myler Keogh, el pollo de Dublín, enfrente del teniente Bennett, el púgil de Portobello, por un premio de cien escudos[135]. Seguro que es un soberbio encuentro. Myler Keogh es el ofensivo, el de cinturón verde. Dos chelines el billete, conscriptos con descuento. Puedo obtenerlos de Momi sin mucho esfuerzo. El joven Dignem del espejo izquierdo se volvió ni bien él se volvió. Ese soy yo vestido de luto. ¿Es el? Veintidós del cinco. Pero esto es viejo. Se volvió y el joven Dignem del espejo derecho se volvió, el gorro torcido, subiéndose el cuello. Justo que subió el mentón queriendo prenderse un botón vio el rostro de Mery Kendell, dulce soubrette, entre los dos contendientes. Ese tipo de mujeres que vienen en los envoltorios de puchos que consume Stoer y que su viejo lo descubrió y por poco lo fulminó.

El joven Dignem se cerró el botón del cuello y prosiguió su lento recorrido. El mejor púgil fue por lejos Fitzsimons. Un bollo de ese tipo en pleno vientre te duerme por un mes. Pero por sus recursos técnicos el mejor púgil fue el Jem Corbet previo de que Fitzsimons lo durmiese de un golpe, con firuletes y todo.

En Grefton Street el joven Dignem vio un pimpollo rojo entre los dientes de un petimetre y dos botines relucientes y el tipo oyendo el discurso de un beodo y sonriendo todo el tiempo.

Ningún trolebús de Sendymount.

El joven Dignem, yendo por Suffolk[136] Street, sostuvo el envoltorio conteniendo los bifes de cerdo en el otro puño. El cuello se le subió de nuevo y de nuevo lo puso en su sitio. El minúsculo botón terminó siendo muy pequeño respecto del ojete de su blusón[137], terminemos con él. Se cruzó con unos chicos del colegio. El viernes no voy, recién iré el lunes. Se cruzó con otros chicos. ¿Percibieron que estoy de luto? El tío Borney dice que pidió que lo publiquen en el vespertino de hoy. Entonces tienen que verlo en el periódico y leer mi nombre impreso y el nombre de mi viejo.

El rostro se le puso todo gris en vez de rojo y un moscón le recorrió el rostro y se detuvo en el ojo. El crujido de los tornillos en el momento del cierre del féretro, y los golpes descendiendo por los estribos.

El viejo dentro del féretro y Momi con sus sollozos en el vestíbulo y el tío Borney dirigiendo el recorrido de los hombres sobre cómo proceder en el recodo. Lo metieron en un féretro enorme y por lo visto de mucho peso. ¿Cómo fue que sucedió? El último episodio que lo vi en pedo fue de noche y el viejo en el medio de los estribos, pidiendo con gritos los botines porque dijo tener un compromiso en lo de Tunney, pero su intención fue seguir bebiendo y lo vi ventrudo y petiso en blusón. No pude verlo de nuevo. Morirse es eso. Mi viejo murió. Mi viejo muerto. Me dijo que fuese buen hijo con Momi. No pude oír lo otro que dijo, pero le vi su sinhueso y los dientes en el esfuerzo por decirlo mejor. Pobre viejo. Ese fue Mr. Dignem, mi progenitor. Espero que purgue sus errores en el limbo intermedio, porque se confesó con el reverendo Conroy en el servicio vespertino del viernes.

 

 

*  *  *

 

Los eminentes Will Humble, duque de Dudley, y Mrs. Dudley, junto con el teniente coronel Hesseltine, se fueron del domicilio del virrey después de comer. El siguiente coche lo ocupó el muy noble trío de Mrs. Peget, Miss de Courcy y el eminente Gerold Word S. E.E.T.[138] en servicio.

El cortejo egresó por el portón menor de Phoenix Fields despedido por unos milicos obsecuentes y, después del cruce de Kingsbridge, bordeó los muelles del norte. El virrey recibió signos de muy jubiloso reconocimiento en su recorrido por Dublín. En el puente Bloody Mr. Tom Kernen en el otro borde del río le envió un reconocimiento estéril desde lejos. Entre los puentes Queen’s y Whitworth los vicerregios coches de Lord Dudley recorrieron y fueron desconocidos por Mr. Dudley White, D.L[139]., E. D.,[140] que se detuvo en el muelle Inns enfrente de lo de Mrs. M. E. White, créditos por un módico interés, metiéndose un índice en el orificio de oler en el cruce con Church Street, teniendo en mente Phibsborough e indeciso sobre el mejor modo de ir en menos tiempo, si por  triple sucesión de trolebuses o en un coche o por medio de sus propios pies yendo por Smithfield, Constitution Hill y Monck Drive. En el porche de Four Courts, Richie Goulding, con los expedientes jurídicos de Goulding, Collis y Word, lo miró sorprendido. No lejos del puente Richmond, en el ingreso del estudio jurídico de Reuben J. Dodd, jurisconsulto, promotor del Irish Security Fund, un vejestorio femenino revirtiendo su decisión no entró y volviendo en dirección de los exhibidores de King sonrió inocentemente con los ojos puestos en el sustituto del Ilustre Regente. Desde el dique en el muro del muelle Wood, enfrente del estudio de Tom Devon[141], el río Poddle siguió vertiendo su horrible sinhueso de líquidos servidos. Entre los visillos del hotel Ormond, bronce y oro, el tiesto de Miss Kennedy junto con el tiesto de Miss Douce, vieron y se sorprendieron. En el muelle Ormond Mr. Simon Dedelus, yendo desde el verde refugio[142] rumbo del bufete del subjefe, se quedó inmóvil en pleno cruce y se quitó respetuoso el sombrero. Su Ilustrísimo devolvió jubiloso el gesto de reconocimiento de Mr. Dedelus. Desde el recodo de lo de Cuhill el reverendo Hugh C. Love, E. D., hizo un gesto reverente que no fue percibido, consciente de los nobles ministros cuyos benignos puños distribuyen desde tiempos remotos los jugosos beneficios propios del clero. Lenehen y M’Coy, despidiéndose en el muelle Essex, vieron el desfile de los coches. Yendo por el frente del estudio jurídico de Roger Greene y el rojo edificio del impresor Dollerd, Gerty McDowell con los modelos del linóleo de corcho Cutesby pedidos por su progenitor enfermo, reconoció el cortejo del lord teniente y su mujer, pero no pudo ver el vestido del Eminente cónyuge del Virrey porque el trolebús y el voluminoso furgón broncíneo de lo de Spring[143] se le detuvieron enfrente por ser el cortejo del lord teniente. Por lo de Lundy Foot[144], desde el sombroso[145] portón del negocio de vinos de Kevenegh, John Wyse Nolen sonrió con un frío desdén que no fue percibido por el lord teniente coronel y supremo jefe de Erín. El Muy Noble Will Humble, duque de Dudley, C. G. V. O.[146], desfiló por el frente de los relojes siempre tictoqueros de lo de Micky Onderson y los mofletefrescos y bienvestidos muñecos de Henry y Jeims, el gentilhombre Henry, dernier cri Jeims. Con el dorso en dirección de Essex Street, Tom Rochford y Nosey Flynn vieron venir el cortejo. Tom Rochford, viendo los ojos de Mrs. Dudley puestos en él, se quitó presto los dedos gordos de los bolsillos de su jubón bordó y se descubrió en un gesto reverente. Un delicioso perfil de soubrette, el célebre rostro de Mery Kendoll, con los mofletes coloridos y el vestido recogido sonrió coloretemente[147] desde el poster en dirección de Will Humble, duque de Dudley y del teniente coronel H. G. Hesseltine e incluso del Honroso Gereld Word S.E.E.T. Desde los postigos del Centro de Bolleros de Dublín, Buck Mulligen risueño, y Heines severo, siguieron el séquito del virrey por sobre los hombros de los inquietos clientes, cuyo bloque de perfiles ensombreció el juego de torres, reyes y peones en el que se concentró John Howerd Pornell. En Fowne’s Street, Dilly Dedelus, subió con esfuerzo los ojos de Los rudimentos del léxico de Molière, vio cubretiestos en flor y el reverbero de los flejes de unos ruedones. John Henry Menton, cubriendo todo el portillo de ingreso de Commerce Buildings, miró con ojos de ostión henchidos de vino sosteniendo sin verlo en el gordo puño izquierdo su gordo reloj de montero recubierto en oro, sin sentirlo. En el sitio donde el potro de King Billy corcoveó subiendo un pie del frente, Mrs. Breen tironeó del codo de su frenético esposo socorriéndolo del pisotón de los equinos de los custodios. Le gritó en el oído sobre el suceso. Comprendiendo, él oprimió sus volúmenes sobre el pecho con el codo izquierdo e hizo un gesto de reconocimiento en dirección del segundo coche. El Honroso Gereld Word S.E.E.T., gentilmente sorprendido, respondió pronto el gesto. En el rincón de lo de Ponsonby[148], un rendido botellón níveo, H., se detuvo, y los otros botellones de mucho sombrero níveo se detuvieron precedidos por él, E. L. Y.’S., en el mismo momento que el grupo de los custodios desfiló con sus corcovos y luego los coches. Por el frente de lo de Pigott, vendedores de instrumentos melódicos, Mr. Denis Meginni, profesor de tripudio etc., vestido muy vistoso, circuló muy serio y lo superó un virrey que no lo vio. Por el muro del preboste desfiló un muy orondo Bleizes Boylen, de botines bordó y soquetes con rombos celeste cielo, que entonó el estribillo de Mi tesoro es un tesoro de Yorkshire.[149]

Bleizes Boylen enfrentó los cinchones celeste cielo y el continuo corcoveo de los potros de los custodios con su moñito celeste cielo, un sombrero de lino de generosos bordes levemente en bies y un terno índigo en tweed. Los puños en los bolsillos, en un descuido, omitieron el gesto de reconocimiento, pero el trío de mujeres recibió el intrépido reconocimiento de sus ojos y el rojo pimpollo entre los dientes. En su desfile por Nossou[150] Street, el Excelentísimo solicitó el interés de su reverente consorte y le indicó el número sinfónico en curso en el pensil del College. Un grupo de invisibles conscriptos del regimiento de escoceses trompeteó y chirrió desde el fondo del cortège:

 

Pero si bien ejerce un duro oficio

Y no tiene vistosos indumentos.

Boroobum.

Conservo cierto tipo de

sentimientos de Yorkshire

Por mi dulce pimpollito de Yorkshire.

Boroobum.

 

 

Del otro borde del muro, los corredores del esprint de los quinientos metros lisos, M. C. Green, H. Thrift, T. M. Putey, C. Scoife, J. B. Jeffs, G. N. Morphy, F. Stevenson, C. Edderly y W. C. Huggerd, fueron recibiendo por turno sus órdenes de inicio. Con ritmo presuroso, por el hotel de Finn, Cushel Boyle O’Connor Fitzmorice Tisdoll Ferrell envió un furibundo golpe de ojos por el centro de su monóculo que yendo por entre los intersticios de los coches terminó en el tiesto de Mr. M. E. Solomons en los postigos del edificio del vicecónsul vienés. En lo profundo de Leinster Street, por el foso de Trinity, un fiel súbdito del rey, Hornblower, se tocó el gorro de perseguidor de zorros. En medio de los corcovos de los lustrosos equinos por Merrion Grounds, el joven Petrick Eloysius Dignem, en suspenso, vio los gestos de reconocimiento en dirección del gentilhombre con bombín e incluso subió su nuevo gorro negro con los dedos oleosos por el envoltorio de los bifes de cerdo. Incluso el cuello se le subió. El virrey, teniendo por destino el evento de Mirus en beneficio del nosocomio Mercer, desfiló con su cortejo en dirección de Lower Mount Street. Se cruzó con un joven ciego enfrente de lo de Broedbent. En Lower Mount Street, un individuo con mcintosh bruno, comiendo un bollo duro, cruzó velozmente, ileso, el recorrido del virrey. En el puente del Regio Ducto[151], desde el letrero, Mr. Eugene Strutton, con gruesos morros sonrientes, les ofreció su benevolente recepción en el distrito de Pembroke. En el recodo de Huddington Rd dos mujeres con restos de limo se detuvieron, con un cubretiestos y un bolso con el ruido de once berberechos, queriendo ver con rostros sorprendidos el desfile del señor intendente y su cónyuge sin su lèontine de oro. En Northumberlond y Londsdowne Rd, Su Eminente devolvió con minucioso esmero los gestos de reconocimiento de los pocos individuos presentes, los gestos reverentes de dos pequeños del colegio en el portón de ingreso del domicilio que se dice recibió el elogio del difunto cónyuge regente en su recorrido por Dublín con su esposo, el príncipe consorte, en 1849 y el reconocimiento de los robustos gregüescos de Olmidono Ertifoni engullidos por un portillo que se cerró.

 

[1] Vere dignum et iustum est: “Por cierto es justo y menester”

[2] Últimos dichos del Obispo Thom Wolsey (1475-1530), uno de los poderosos consejeros de Enrique VIII, que murió porque no bendijo el primer divorcio del rey. (Enrique VIII III.ii.455-457).

[3] En welsh es Deffyd.

[4] ¿Desconoce el buyo? Busque. Es un dentífrico muy poco conocido, hecho con nueces y yuyos.

[5] Usted entiende que Merion no es Merion ni Mery; despeje E en Mery. Es sencillo, Es un juego.

[6] Deo volente: “Si Dios quiere”.

[7] Despeje E. El derrochón noble fue Lord Eldborough que construyó ese edificio con un costo exótico pero no lo ocupó porque su mujer no quiso vivir en el medio de un bosque y lejos del centro.

[8] Busque en Google. El eje que crece desde el suelo y se convierte en centeno.

[9] Con el debido respeto, por cuestiones que destilo, debo, tengo, que pedirle que despeje los dos primeros signos E de este benemérito nombre de un devoto servidor de Dios Nuestro Señor, y le prometo que en este rubro, no soy cínico, ni cómico, ni irónico. Père, donnez moi.

[10] Lo mismo digo de Egethe, despeje tres E.

[11] Entre nosotros, lector porteño, esto de meterse un objeto, con esmero, en el ojete, es medio truculento; coincido con usted, y sobre todo en un contexto religioso como este, pero un ojete, en el mundo ibérico, en México, en Perú, en Chile, es un orificio, como un ojo pequeño, en el que uno mete, por lo común, un botón.

[12] En este puente, donde se detiene el troley, primero despeje O, siendo que O no es O, ni E, ni I, ni U, y después crúcelo sin miedo.

[13] Nom de Plume, mote o sobrenombre de un intérprete estunidense (sic) Eugene Ougustus Ruhlmenn (1861-1918); en sus shows hizo el rol del típico negro de morros gruesos.

[14] Le rigorisme, le nombre des élus…(1899) , libro del religioso jesuítico Costelein, donde se dijo que poco menos que todo el mundo recibe su perdón eterno en el Último Juicio. Con su riguroso rigorismo, los rigurosos religiosos se lo quisieron comer crudo, pobre hombre.

[15] Henry II (1133-89), rey de los ingleses, otorgó en concesión, en beneficio de lord Telbot (despeje E), el territorio de Molohide (despeje dos O), doce kilómetros en el norte de Dublín, y los sectores costeros contiguos.

[16] Libro del Reverendo Conmee; “un recuerdo utópico pero no sensiblero, de un viejo modo de vivir, simple y bucólico, que tiene como centro el pueblo de Lueinford” (despeje E), según Kevin Sullivon (despeje O).

[17] Muy bien. Es menester poner en este punto un nuevo pie detesto, digo, de texto. Sucede que Mery Rochfort (1720-1790) se desposó con el coronel Robert Rochfort (1708-1774), quien fue hecho (supongo que fueron los ingleses que lo pusieron en ese puesto, ¿quién si no?), primer conde de Belvedere en 1753.  En 1743 Mery Rochfort tuvo que responder en un juicio por un supuesto idilio con el mellizo de su esposo, de lo que, dicen, fue inocente. Su inescrupuloso esposo, prometiéndole el divorcio, forzó su confesión, pero después no cumplió con lo prometido. Entonces, con el soporte de los jueces y su mellizo en el exilio, el funesto coronel hizo lo que quiso con su mujer que vivió en el encierro en el predio de los Rochfort por el resto del tiempo que vivió su esposo, muerto, como dijimos (¿por qué diré “dijimos”, digo?), en 1774, es decir poco menos de seis lustros. Un horror. Si bien no existen reportes fidedignos de que hubiese vivido en Belvedere House, que recién construyó el segundo conde de Belvedere en 1785, el Reverendo Conmee tiene esto en mente porque su nombre, el de Mery Rochfort, siempre se vinculó con ese “domicilio jesuítico”, símbolo de los religiosos seguidores de Jesús.  Esto, lo supe por don Gifford, 10.163 porque de otro modo lo hubiésemos, usted y yo, desconocido por completo. Como pensó el Reverendo Conmee, hubiese sido un buen cuento, o un extenso novelón digno del Nobel y por qué no un filme con un Oso de Oro como premio, obtenido en el Congreso Ecuménico de Cine de Berlín. Me extendí un poco, le pido que me disculpe.

[18] Los lutrinos se esconden entre los yuyos, en los bordes de los ríos, temerosos de que los hombres con rifles los despellejen y terminen exhibidos sobre unos esbeltos hombros femeninos, en el vestíbulo de un prestigioso recinto de conciertos. Sus pieles son el sueño de todo peletero.

[19] En un feliz entorno de himeneos, novios y reverendos, vemos surgir los heminópteros, insectos que contribuyen con los floricultores difundiendo el polen y producen miel. Himeneos, heminópteros, mieles. Este es el tipo de pies de texto que no detesto, que disfruto enormemente. Espero que usted, querido lector insomne, los disfrute como yo.

[20] Moutonner, poético verbo que describe un conjunto de nubes en movimiento que lucen como corderos (moutons).

[21] Los oriundos de Limoges, son lemosinos y sus vecinos del pueblo de Mouton, por extensión, supongo, reciben el gentilicio de moutoninos o motoninos, o motonenses, comme vous le voulez.

[22] Oficio Divino, rezo que se repite en momentos específicos, diurno, vespertinos y nocturnos.

[23] Despeje U.

[24] Rezo previo del vespertino.

[25] Motete (himno, elogio, loor) 119, conocido como Benedixitque purissimum por sus primeros versos, que el Reverendo Conmee dice leyendo su oficio; Res – vigésimo signo del léxico hebreo–, es el título de vigésimo versículo.

[26] Sin es el vigésimo primer signo del léxico hebrero y es el título del siguiente versículo del motete 119, cuyo principio contiene estos versos: “Unos príncipes me persiguen sin motivo,/ pero mi cuore sólo teme tus edictos.”

[27] Este robusto miembro superior, desde un primer piso en Eccles Street, es de Molly Bloom. Un grumete tullido recibe un cobre. Se lo explico porque es difícil de percibir y es uno de los leitmotivs del libro.

[28] Droguero, en Dorset Street Lower.

[29] Despeje los dos primeros signos O.

[30] El orozuz es un fruto fibroso y dulzón, que crece en el borde de los ríos. Es el fruto predilecto de los pobres.

[31] Esto del beibidol lo expliqué dos o tres veces; es un vestido íntimo muy sexy.

[32] No se me objeten estos dos Dock, desde el momento mismo que entre nosotros tenemos Dock Sud. Por eso mismo los usé.

[33] Con un rojo y pulposo licopérsico y un puerro uno puede componer un delicioso tuco y vertirlo  sobre los ñoquis.

[34] Explico; H, E, L, Y y ‘S son cinco hombres poster que promueven, yendo y viniendo por el centro de Dublín, el negocio de sobres, biromes, blocs, folios y registros que tiene por nombre HELY’S. Un empleo poco digno de un hombre, pero es lo que consiguieron los pobres tipos. Su destino, por el momento, es St. Stephen’s Green (St. Stephen’s, this is my Green!)

[35] Todo reloj de bolsillo pende de un léontine. Puede ser de oro o de niquel o de bronce o cobre.

[36] Despeje el segundo signo E.

[37] Por poco explico; pero mejor no. Usted puede deducirlo.

[38] ¿Le dije qué son los prunus pérsicos? Tiene piel como de terciopelo, son redondos y dulces, y tiernos como ellos solos.

[39] Es decir que el insolente le pidió que le preste un momento el teléfono del negocio. No que le dé su teléfono, como creí en un momento.

[40] El monumento de Oliver Goldsmith (1728-1774), escritor erinés, por el escultor John Henry Foley (1818-1874); se colocó dentro del predio del Trinity College.

[41] “Yo supe tener ese tipo de sueños, porque fui joven como usted. Entonces me convencí de que el mundo es un chiquero. Es terrible. Pero su voz… puede ser su fuente de ingreso, en serio. Pero, usted sufre en exceso”.

[42] “Esperemos. Pero, escúcheme. Piense en ello.”

[43] Típico uniforme escocés.

[44] Mujer de níveo: (1860) novelón de misterio del escritor inglés Wilkie Collins (1824-1889).

[45] Los jóvenes posiblemente no recuerden este nombre. Olivetti Lexikon 80, Tekne 3 y Tekne 4, Remington y Underwood fueron implementos de escribir, con rodillos y tipos de plomo.

[46] Miriem (no Merion) Hulcombe; uno de los héroes femeninos del novelón Mujer de níveo.

[47] Mery Cecil Heye (despeje primer signo E en Mery y en Heye, 1840-1886), exponente típico del sensiblerismo de entonces.

[48] Explico lo que de otro modo usted no puede entender; ¿puede un disco tener ojos? ¿puede ser que mire? ¿puede ser que observe benévolo? Mire, es un dispositivo que un inventor exhibe y pretende que unos clientes se lo compren. El dispositivo recibe chelines por un surco y le responde qué función -de cine, folletín o vodevil- se ve en el momento que usted entró en el boliche, pub, cine o recinto donde se exhibe el número. En ese entonces fue muy novedoso y útil porque los números se exhibieron en funciones sin interrupción, en contínuo.

[49] El monumento de Wolfe Tone (1763-1798) no estuvo porque no se terminó y sólo se colocó un podio en 1898.

[50] El muelle Kingstown fue un sitio de encuentro con conciertos y shows en los meses de junio y julio, en pleno estío.

[51] Despeje I en Nigle; los Nigle fueron dueños de un pub en Dublín y posiblemente progenitores, tíos o primos de Susy; es decir, impreciso y por ende no es preciso extenderse sobre imprecisiones inconducentes

[52] 27 chelines y 6 décimos o £1 7 chelines y 6 décimos.

[53] Lord Tom Fitzgerold, Silken Tom, se rebeló en 1534 y se enfrentó con Enrique VIII.

[54] Se equivocó por poco; Tom “el Sedoso” hizo otro recorrido en dirección del centro de Dublín, queriendo tender un sitio, lo que no consiguió. Pero esto no tiene mucho interés. Don Gifford se extiende sobre esto con los pormenores históricos en 10.415. Puede verlo.

[55] El mismo Don G, dice que lo del torreón de los Kildere es incierto, inverosímil, increíble, es decir que es un invento, y que, si se hizo, hoy no existe por lo que es inútil discuirlo, excepto que los borrofesores sueñen con discutirlo en un congreso sobre lo que Yohice hubiese querido decir, pero no dijo; digo yo.

[56] Me detendré un segundo en un minúsculo corpúsculo de este ciclópeo texto: en el texto de origen, que se publicó el 22 de febrero de 1922, dice “HIS followed his guest to the…”; Morel, en su torducción dice: “IL suivit son hôte…” , como si HIS e IL fuesen sinónimos; los textos subsiguientes (Egoist Press, The Odyssey Press, Bodley, etc),  retienen el HIS o lo sustituyen por un HE, como sucede con el supuesto TEXTO DEFINITIVO de HWG en torno del que Don Gifford edificó su monumento. Yo no seguí este proceso, sino que opté por seguir el texto de origen y, en los orificios oscuros, el texto de Morel, que revisó el demonio mismo, quiero decir Mr. JJ. Muy bien, es este punto, quiero seguir con el HIS, que supone que quien se despide del huésped es el SUYO, SU rostro, el rostro de Mr. Lumbert y no Mr. Lumbert himself.  Recordemos que este evento comenzó con: Dos rostros rosillos se volvieron teñidos por el fulgor del pequeño cirio. Ergo… De todos modos, podemos discutirlo en un congreso en tu luz (Toulousse, to loose or too loose), Herr Borrowfessor, con fondos del JJQ o del JJC, o del JJS. Menos con mis fondos, por supuesto. Yo, urgentino.

[57] El néré, que le diré neré, porque lo descubrí y es justo que lo nombre, es un típico fruto del continente negro y es delicioso, según dicen. Busque, si quiere.

[58] O’Connor & Wexford, fleteros. Es lo que el hombre lee en el furgón. No sé si estos pies detesto son procedentes, creo que no, pero como Don Gifford lo pone en 10.435, y supongo que el Herr Borrow Fesser lo puso en sus dos volúmenes, que, en serio, no leí, no leo y no leeré, yo lo explico. Y fíjese que no me extiendo, como Don G en decirle qué, cómo, dónde y por qué Wexford y O’Connor y el lobo feroz y los tres cerditos, etc.

[59] Los Fitzgereld (despeje el segundo signo E, donde E no es E, ni I, ni O, ni mucho menos U) son un conspicuo grupo histórico de Erín, descendientes de Gereld, es decir fils o fitz de Gereld, como John’s son). Su estirpe proviene del siglo XII. Lo que se dice un puro de pedigree. Ver D.G. 10.438 y otros.

[60] Un complot por el que los ingleses seguidores del Sumo Pontífice y por ende opositores del rey Jim the First, King Jimmy I, con motivo de unos dimes y diretes sobre cuestiones de religión, quisieron encender fuego en un polvorín repleto de explosivos en un túnel del Congreso el 5 de noviembre de 1605.

[61] Despeje U.

[62] Mor en erinés quiere decir el supremo.

[63] Despeje el signo E del medio, pero los otros dos, déjelos en su sitio.

[64] Despeje el primer signo E; es el cementerio y el evento referido, el entierro del pobre Dignem (despeje E).

[65] Iojebed es el bíblico nombre hebreo del ser que llevó en su vientre un niño que después conocimos como Moisés.

[66] Dispositivo del inventor ficticio Tom Rochford que tiene como objetivo exhibir el número de función en curso. Como lo expliqué ut supr.

[67] No toque, si escribí portfolio, escribí portfolio. ¿O usted no conoce lo que es un portfolio? ¿Qué tipo de CEO es usted? Che.

[68] Jeu de mots en el que Boylen tiene similitud de sonido con boiling, hirviendo. Tom Rochford quiere reunirse con Boylen y venderle este invento. Supongo.

[69] Despeje U en Crumpton.

[70] Despeje el segundo signo O.

[71] Estrecho corredor no lejos del célebre pub de Dublín

[72] Fruto que se come frito (fruto frito) o en crudo, o se bebe con leche. Muy del gusto de los niños y los monos.

[73] Leopoldo or the Bloom is on the Rye; lo de florecido es por bloom, y , obvio por el nombre de Leopold, y lo del centeno es el título de unos versos.

[74] Refugio de menores delincuentes.

[75] En Cumeron, despeje U; en Chorles, es muy obvio.

[76] Este licor lo incluyo porque no lo probé, pero sé que es terriblemente fuerte. El del texto de origen es muy dulzón. Por eso no lo pongo.

[77] No sé muy bien si en Dublín conocieron los ponchos en esos tiempos, pero son térmicos y cubren.

[78] Es un modo de decir; el género que el género femenino, se pone en torno

[79]El nene se me puso firme” es un dicho porteño que tiene un fuerte contenido libidinoso, erótico, medio grosero, imposible de oír en estos tiempos; es increíble, pero en otro siglo fue un piropo común. En este contexto es comprensible, por el lujurioso roce de Molly dentro del coche con el cuerpo de este pobre buen señor.

[80] Insisto en decir que Ourse es el lucero señero del Polo Norte.

[81] El hombre se perdió el el Sendero de Leche, el prodigioso universo de cuerpos celestes del que nuestro mundo es un microscópico miembro.

[82] Ficticio, si bien muy difundido reporte sobre hechos vividos en un convento (1836).

[83] Supuesto corpus de Eristóteles; pretendido libro médico, un resumen con los pormenores de los principios del sexo. Se publicó primero en 1694; fue muy difundido en el ex Reino Unido, hoy hundido.

[84] Leopold von Sucher Musoch (despeje sigos U).

[85] Un minué, por ejemplo, es un tripudio.

[86] Un sobrenombre de fuste: Love+Fuste ; chirlos en los glúteos, embozos, sexo violento.

[87] Un regente, es decir un rey, en su momento se cotizó veinte chelines y un penique.

[88] Un escudo de oro puro es lo mismo que un regente o un rey.

[89] El folleto que Bloom tiró, fluye por el río.

[90] Despeje E.

[91] Despeje U.

[92]Verso de Recuerdos de muerte (1843), del escritor erinés John Kells Ingrem (despeje E en Ingrem,  1823-1907).

[93] Stepehen, como siempre volviéndolo todo complejo, tiene en mente unos versos bíblicos del Fin de los Tiempos donde se describen los querubes perdidos, en el Edén perdido de John Milton.

[94] Esto coincide con lo que ve Stephen en el episodio tres; fíjese.

[95] Lo escribí, lo repetí, lo escribo, lo digo y lo repito por si fuese menester: este es mi texto y en mi texto Bloom, Stephen y Molly tienen cuore. El resto puede, según el contexto, tenerlo, o tener pecho o centro de su pecho, o fuero interno, etc; pero cuore, lo que uno entiende como cuore, sólo ellos tres. Si usted, Borrwfessor no coincide, se jode. El buen lector insomne todo lo entiende, se ríe de usted y sus serios dos volúmenes y me permite presque tout, quoi.

[96] Lo que Stephen tiene en mente es lo que pensó en el episodio 9 sobre el dios verdugo. Ver 9.266 (si quiere).

[97] Stephen ve el frente del negocio del relojero Wolsh (Despeje O), en 1 Bedford Row. ¿Qué tiene esto que ver con lo que sigue? Lo desconozco. Ese te lo debo, como dijo un ex presidente de los nuestros, célebre por torpe.

[98] Otro recuerdo de Stephen, repitiendo unos versos de Homlet: (II. ii. 405-7). Eso es lo que dice Gifford en 10.830.- El Borrowfessor, que tordujo todo Shekspierre se hubiese extendido, si es que no se extendió, sobre estos versos con mil y un pormenores sin respeto por su sueño y sus bostezos, querido lector insomne, pero yo no.

[99] En los dos contendientes, despeje O.

[100] Ers no es Ers, despeje E. El resto, no tiene sentido que le explique.

[101] Stephen mezcló léxicos queriendo decir: “¡Mi Divino cielo femenino! ¡Quiéreme solo mi yo! ¡Bendito! Omen.” ¿Qué léxicos mezcló Stephen? Ese, te lo debo. Gifford debe tener el secreto.

[102] Estos son los pies de texto que no detesto porque me permiten extenderme y sonreír un poco con usted, querido insomne; Gifford dice (10.850) que después de que investigó todo tipo de fuentes, no pudo descubrir quién fue este reverendo, pero que en un volumen de Los libros ocho y nueve de Moisés, que encontró en Berlín,  se dice que este Solonko (despeje O, O y O) no fue reverendo sino un reconocido prior de Burgos oriundo de Solomonco (despeje O, O y O) y que no fue Peter sino posiblemente lo que quiso decir el que lo escribió fue Progenitor (en posetrusco). Como ve, todo es muy confuso en el espíritu de Stephen. Supongo que el que te dije escribió dos o tres folios de pies detesto sobre este ítem. Los dos tomos requieren contenido, incluso de este tipo. Y de ese modo los libreros que no leen dicen que su versión contiene un profundo dispositivo crítico (¿o críptico?). De todos modos, el mundo es extenso y puede contener múltiples versiones de un mismo texto. Buen provecho, Borrowfessor, buenos vientos le soplen.

[103] Esto tiene que ver con los mismos recuerdos de Stephen en el episodio 3, perdido en sus reflexiones en medio de su recorrido costero, sobre herejes y ese tipo de entuertos filosófico-religiosos. Los libro de un curso filorreligioso en detrimento de mi prestigio como recolector de pies detesto.

[104] Churles (despeje U) I el Eminente, segundo rey  Estuordo (despeje O) de los ingleses (1605-49).

[105] Otro ilustre desconocido, según Don Gifford. No merece que se le dedique un congreso, por el momento.

[106] ¿Debo decir de nuevo qué sentido tiene esto de los dese perecidos? Lo he dicho por lo menos diez veces y si no fueron diez fueron nueve, pero seguro que no lo dije menos de cinco veces o, si usted quiere, tres. Es porque torduje un libro de Georges Perec cuyo título es El de ese Perec ido, que ningún editor quiso leer por creer que ese tipo de torducciones es imposible o que, si fuese posible, hubiese sido el exótico esfuerzo inútil de un pobre impostor. Pobres tipos, qué infelices son ciertos editores, ¿no?

[107] Este Reuben es el jurisconsulto del cuento de Bloom en el episodio 6, dentro del coche fúnebre que sigue el furgón mortuorio con el féretro de Peddy Dignem. Reuben J. Dodd, cuyo hijo por poco se hunde en el Liffey si no hubiese sido por el botero que lo socorrió. El progenitor, como reconocimiento, le obló unos pocos peniques. Le explico con el fin de extenderme un poquitín en mis pies detesto, no de irrespetuoso ni porque lo considere un lector perezoso. Otros escribieron Ulysse, mode d’emploi, Ulysses’ insides up & down, Ulises por dentro, Cómo leer el Ulises, Instrucciones imprescindibles en el momento de leer Ulises, y cientos de títulos pomposos por el estilo y se hicieron ricos, conocidos, prestigiosos, recorren el mundo, etc. Yo, como Groucho, tengo mis principios, pero si usted quiere, puedo venderle otros.

[108] Refino, refinen, refiné, refinó. Todos procesos hechos por refineros que vuelven fino lo grueso, ¿o no?

[109] Los Fitzgereld.

[110] Lo mejor es ver en Google los dos sitios, el Tholsel y el Ford of Hurdles; dos hitos de los orígenes del Dublín que fundó el vikingo (fueron muchos, pero es un modo de decir, como el presente histórico: Rommel vence en Egipto y los ingleses huyen, por ejemplo).

[111] Gifford dice que no encontró ningún milico con el nombre de Rock. Por eso no me extiendo.

[112] Lobengulo (despeje último O): (1845-1894) rey del pueblo motobele quien repelió los intentos europeos de someter sus territorios; Lynchehoun: dit Jim Wolshe, feroz delincuente erinés convertido en mito como hombre duro e ingenioso. El tipo cometió un crimen y recibió un durísimo veredicto; entonces huyó de prisión, se filtró en un buque de polizón, vivió un tiempo en New York, y el gobierno estunidense (sic) lo protegió porque lo consideró un perseguido político. De regreso en Dublín, lo descubrieron vestido de religioso y en el momento que quisieron detenerlo se hizo humo de nuevo. Por fin se convirtió en un mito y John Millington Synge lo convirtió en modelo de uno de sus éxitos escénicos: El Mujeriego de Occidente. Un bicho de estos es digno de ser descripto con todos los pormenores. Lynchehoum; qué tipo, ¿no?

[113] Dice Gifford (10.961) que el cochero dio el golpe de tientos, el equino se despertó de su sopor -esto me lo figuro yo, no lo dice Gifford- se puso en movimiento, recorrió unos 100 metros y se detuvo en Lord Edwerd Street donde Cunninghem y Power subieron. Fíjese qué preciso que soy.

[114] Siempre según Gifford (10.967), este sencillo Touch me not, que yo hubiese creído que quiere decir que Boyd es de los que no se les puede pedir mucho y menos dinero, tiene que ver con lo dicho por Jesús después de que resucitó, No me toquéis, que no me he reunido con mi Progenitor. No puedo desmentirlo.

[115] De los que ponen dinero en beneficio de los deudos de Peddy Dignem.

[116] Primero nótese que existen los consejeros, miembros de un Consejo, y los concejeros, miembros de un Concejo; luego, en Ibrihim, despeje I, I e I.

[117] Shylock exige de Tonio que oble el documento que le debe en el término convenido, siendo el interés punitorio medio kilo de su propio lomo. Tonio le responde: “Conforme, lo juro. Firmo ese documento, / y diré que el judío es generoso.” (El vendedor de Véneto I.iii.153-154). Muy bien, Herr Borrowfessor, ¿qué me dice de este pie detesto? Y eso que sólo digo lo que dice Gifford en 10.980, porque hubiese podido extenderme folios y folios.

[118] Es el pobre Bob Doren, que estuvo de jolgorio y viene medio ebrio. Bod Doren, despeje E, es un individuo que podemos ver en “Dublineses”.

[119] El levitón que viste y los gregüescos son chicos y le ciñen el cuerpo.

[120] El distrito de los focos rojos es o fue conocido como The Liberties. Bridgefoot Street y Oliver Bond Street, no lejos del centro de producción de Guinness, es hoy un distrito de buen nombre, pero no siempre lo fue. Espero que el que te jedi no se enoje porque pongo “libertinos”

[121] Despeje O.

[122] Son pies, por lo que entiendo, que requieren intervención urgente de un podólogo. Digo, por eso de los “pies indecisos”.

[123] Fonning, irónico, le pide un informe sobre un encuentro entre consejeros del municipio de Dublín, productores y hombres de negocio; lo de “progenitores conscriptos” tiene que ver con Bruto, en el 510 previo de Cristo, es decir, no tiene sentido que yo se lo explique; lo puede ver en Gifford 10.1004.

[124] Eso es lo que quise decir en 117 y no recordé el nombre; bunio. Los bunios en el dedo gordo del pie son muy dolorosos.

[125] Este este, que bien pudo ser un éste, supongo que es el escudo de sus dedos que, después de mover un peón, puso sobre su frente. El impreciso este es confuso.

[126] Julius P. Pokorny, estudioso de los mitos erineses, dedujo ciertos pormenores sicológicos del pueblo erinés en su libro Erín Histórico (1916); fue profesor en un instituto suizo desde 1914 y en Berlín desde 1921. Fuente: Gifford. Oh, y quiero decir que, en el texto de origen, Heines dice curioso dos veces. No soy yo, el que repite es él.

[127] Sewell’s & Son, vendedores de equinos.

[128] Este es un Mr. Ley en English (Philip H. L. Smith), pero como es un estudio jurídico y él un jurisconsulto, le puse Mr. Ley Smith.

[129] El College referido es Trinity College. Su verdes pensiles son deliciosos.

[130] Donde vivieron los progenitores de Wilde, en 1 Merrion Sq. North.

[131] Don Gifford nos dice, en 10.1109, que el sitio referido es un poco confuso. Por ende, no deseo extenderme sobre este punto, por no contribuir con mi confusión.

[132] No es muy remoto, Leinster House, menos de doscientos metros desde su posición. En fin.

[133] Término jurídico: “Sometido, consentí.” Es decir, que sufriendo presión firmé un convenio que me perjudicó.

[134] M. J. Bloom, odontólogo. No tiene vínculo con Leopold Bloom.

[135] Recordemos que un escudo de oro puro es lo mismo que un regente o un rey y que un regente o un rey en su momento se cotizó veinte chelines y un penique.

[136] En este punto me desvío y tomo en sentido izquierdo, por Suffolk Street.

[137] Comprendo el sonreír burlón de mis queridos lectores criollos, pero un ojete es como un pequeño ojo, un orificio en el que uno puede meter, por ejemplo, un botón, siempre que este botón no resulte ridículo por lo pequeño. Otro sonreír de los criollos burlones.

[138] Segundo En El Terreno (se entiende que el señor no es el primero en el terreno en un conflicto bélico, sino el segundo)

[139] Doctor en Leyes.

[140] Experto en Diseño.

[141] En Devon despeje O. Este hombre fue un ejecutivo del municipio que se hizo conocido por su discutido y discontínuo proyecto de vertederos de Dublín.

[142] Un retrete público en el extremo este del muelle Ormond Upper.

[143] Spring & Sons, gestión de inmuebles, distribución de coque y flete de muebles; por eso el furgón es voluminoso. Los muebles, eso sí, después de un flete en un furgón que llevó coque…

[144] Lundy, Foot &Co., vendedores de puros (sólidos y en polvo fino).

[145] Si quiere busque y compruebe; protegido del sol, lo sombroso no es sombrío.

[146] Cruz de Gentilhombre Victorie Order, un distintivo del reino.

[147] Colorete en exceso, coloretemente excedido en colores.

[148] Vendedor de libros de leyes y novelones

[149] Es un jocoso estribillo sobre un bochornoso enredo donde dos hombres se refieren sus respectivos tesoros femeninos, pero luego comprenden que sus tesoros son uno y el mismo; por si fuese poco, el tesoro de Yorkshire tiene esposo.

[150] Como Nossou Street es un símbolo de Dublín, despeje los dos signos O y disfrute del desfile del Virrey.

[151] El Regio Ducto describe un signo T con el Liffey en su intersección con Guild Street; el puente hoy recibe el nombre de S. Beckett. Coincidentemente, Guild es Gremio, y Beckett fue compinche de Joyce y los dos del mismo gremio.

Escribe Marcelo Zabaloy

Traductor aficionado y libros traducidos publicados por El cuenco de plata: Ulises y Finnegans Wake de James Joyce y El atentado de Sarajevo de Georges Perec

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El fantasma verde 5

Todos contentos: Lena la llamaba «le pâtisserie», el Flaco «la confi» y los ministros de la iglesia mormona «the bakery», la cuestión era que el barrio entero desfilaba para comprar los productos que salían del horno de Doña Tota

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