Odiseo – Episodio XVI

¿Un léxico puede ser elegido? ¿o él nos elige ? El intérprete es del sur de nuestro territorio, de los confines. El texto que propone viene influido por sus célebres obsesiones. ¿Es posible reescribir el Ulises de Joyce con signos inexistentes? Si quieren leer, les ofrecemos este nuevo y oportuno episodio. Los previos, en este link. Dibujo de quien dibujó el resto de los episodios.

Primero que todo Mr. Bloom quitó del cuerpo de Stephen el grueso de los restos de serrín, le entregó el sombrero y el bordón y lo estimuló en el típico modo del misericordioso, lo que por cierto le vino muy bien. Su entendimiento (el de Stephen) no resultó ser lo que se dice sin rumbo pero sí un poco inconsistente, y visto su enérgico deseo de beber, Mr. Bloom, consciente del tiempo y no disponiendo de ningún tipo de fuente de puro líquido elemento que pudiese cumplir con su solicitud y mucho menos en condiciones de consumirse, tuvo el impulso de sugerir de modo repentino como muy conveniente el sitio conocido como el refugio de los cocheros, en virtud de ser este poco menos que lindero con el puente Butt, donde posiblemente pudiesen conseguir un bebestible tipo leche efervescente o el simple y puro líquido elemento. Pero cómo ir, ese fue el punto en cuestión. De momento creyó sentirse un poco perplejo pero viéndose en el ineludible deber de resolver los inconvenientes logísticos del entuerto consideró los elementos y los medios conducentes en el ínterin que Stephen repitió unos sonoros bostezos. Según pudo ver lo notó un poco lívido por lo que creyó muy conveniente conseguir un medio de locomoción de uno u otro tipo que les fuese útil en su presente condición, los dos molidos, sobre todo Stephen, siempre que esto estuviese dentro de lo posible. Por consiguiente, después de unos prolegómenos como por ejemplo un nuevo uso del cepillo, bien que sufriendo el olvido de recoger el moquero limonodoro que le proveyó nobles servicios en el conflicto con el serrín, fueron yendo codo con codo por Beever Street o, mejor dicho, Beever[1] Court, donde dieron con lo del herrero y olieron el inconfundible tufo de los cobertizos de los coches de tiro en el recodo de Montgomery Street, donde pusieron rumbo noreste en dirección de Omiens Street[2] por lo de Don Bergin. Pero, como muy posiblemente lo previó, no encontró ni signos de cochero disponible excepto un simón[3], en el servicio exclusivo, supuso, de unos jovenzuelos en pleno jolgorio, en el frente del hotel North Sun y no vio indicios evidentes de que quisiese moverse ni medio centímetro en el momento en que Mr. Bloom, cuyos silbidos fueron siempre muy poco efectivos, se esforzó en requerirlo emitiendo cierto tipo de chiflido, describiendo con sus miembros superiores un semicírculo sobre su tiesto, dos veces.

Esto fue por cierto todo un inconveniente, pero, poniendo un poco de sentido común, no encontró mejor solución que repetirse el viejo dicho de que con lo hecho pecho y ponerse en movimiento, lo que congruentemente hicieron. Entonces, en un corto desvío por lo de Mullet y The Signs House[4], que les tomó poco tiempo, siguieron de modo forzoso en dirección de Omiens Street Terminus[5], con Mr. Bloom molesto porque uno de los botones posteriores del suspensor de sus gregüescos, retorciendo el viejo dicho[6], tomó por el sendero que recorren todos los botones si bien, teniendo en mente los últimos sucesos, ignoró en un gesto heroico su pequeño infortunio. Entonces, visto que ninguno de los dos demostró tener ningún compromiso urgente, como se demostró, y viendo lo fresco del tiempo desde que se despejó luego del reciente episodio de Júpiter Pluvius, fueron yendo en un lento recorrido por el frente del coche ocioso detenido sin clientes ni conductor. Justo en ese momento se vieron sorprendidos por un furgón distribuidor de limo seco de los Trolebuses Unidos de Dublín volviendo de su recorrido y el hombre menos joven justement comentó con su contertulio el incidente sucedido recientemente del que resultó indemne de modo por cierto prodigioso. Siguieron por el pórtico de ingreso del edificio de los Trenes del Norte, comienzo de los trenes con destino del Ulster, donde por supuesto el movimiento resultó ser inexistente, y yendo por el portón posterior del depósito de cuerpos (un sitio no muy seductor, por no decir por completo deprimente, sobre todo de noche) concluyeron por último en Dock Pub y en su debido tiempo descendieron por Store Street, sede del célebre edificio de los Detectives división C. Entre este punto y los enormes depósitos por el momento oscuros de Beresford Pl Stephen pensó de repente en Ibsen, cuyo nombre en cierto modo vinculó con Biord, el escultor de sepulcros de Tolbot Pl, primero torciendo en sentido dextrógiro, en el ínterin que el otro, como su fidus Echetes[7], olió con fruición el perfume de los efluvios de los miñones de Jim Rourke, no lejos de su posición, el muy delicioso perfume por cierto de nuestro bollo de costumbre; de todos los nutrientes del pueblo el primero e insustituible. Bollo, sostén del vivir, consigue tu sustento. Oh, dime, ¿dónde producen un bollo excelente? En lo de Rourke, el bollero, el pueblo lo repite de modo contundente.

En route, en dirección de su silencioso y, por no ser muy preciso sobre el punto, por el momento no del todo sobrio contertulio, Mr. Bloom, en completo dominio de sus recursos conscientes, un dominio pleno como no se puede menos, de hecho deprimentemente sobrio, formuló unos consejos preventivos re los peligros del mundo nocturno, de meterse con mujeres de dudoso prestigio y del roce con pillos que si bien pueden ser comprensibles de vez en vez y no como costumbre, suelen ser un mortífero embuste entre los jóvenes como él sobre todo si poseen el vicio del desenfreno so los efectos del licor excepto que se tuviese nociones de jiujitsu por lo que pudiese suceder porque incluso un tipo tendido decúbito supino puede sorprendernos con un tremendo golpe de pie si nos coge desprevenidos. Muy oportuno resultó ser el prodigioso surgimiento de Corny Kelleher justo con Stephen tendido inconsciente en el suelo, y de no ser por el susodicho redentor venido en el decimoprimer punto del reloj, hubiese tenido que dormir en un nosocomio o, en su defecto, en el edificio de los detectives con el compromiso de exponer enfrente de un juez el lunes siguiente posiblemente Mr. Tobies o, siendo él defensor del fisco, el viejo Woll, mejor dicho, o Mehony lo que simplemente quiere decir el derrumbe de un joven ni bien se supiese. El motivo por el que decidió referir este punto fue que muchos de esos efectivos, por quienes siempre sintió un respetuoso desprecio, suelen ser unos inescrupulosos confesos en el servicio del Reino y, como lo sostuvo Mr. Bloom, reviviendo uno o dos episodios ocurridos en el sector E de Kevin Street, siempre en posición de sostener sin ningún rubor que un pocillo de té es un pote de veinte litros. Siempre lejos de donde se los requiere recorriendo los sitios seguros de Dublín, Pembroke Rd, por ejemplo, donde los custodios del orden son bien visibles, siendo el obvio motivo que se les retribuye por proteger los intereses de los ricos. Otro punto que comentó fue lo de permitir que los conscriptos porten revólveres y cuchillos de todo tipo, que pueden esgrimirse en el momento menos oportuno, lo que es lo mismo que convertirlos en enemigos de los civiles si se produjese un conflicto de intereses. Es un derroche de tiempo, dijo muy cuerdo, y uno pone en riesgo su cuerpo y su prestigio, por no decir lo que produce el vicio del derroche de dinero, con mujeres indecentes del demimonde que por si fuese poco obtienen sus buenos montones de £. s. d., y el peor de los peligros siempre fue con quién se pone en pedo uno, sin bien respecto de este sujeto de los licores espirituosos, él siempre gustó de un chupito de buen vino por ser nutritivo y enriquecedor del humor venoso y porque induce el deseo de comer (sobre todo un buen tinto, su preferido), si bien sin excederse de cierto punto en donde indefectiblemente debe ponerse un límite porque uno simplemente se mete en líos por no decir que de hecho se convierte en rehén de los otros. Mencionó de modo específico cómo todos sus confrères de jolgorio excepto uno se desentendieron de Stephen, un evidente ejemplo de deserción en el que incurrieron sus condiscípulos médicos con los riesgos inherentes.

—Y ese fue Jude[8] —dijo Stephen, que en todo ese tiempo no emitió opinión de ningún tipo ni pronunció un solo término en ningún sentido.

Sosteniendo un coloquio sobre estos y otros tópicos por el estilo siguieron un recorrido rectilíneo yendo por el fondo del Edificio de Controles Fronterizos, y por el sector inferior del puente de Loop Line el fuego de un hornillo de coque enfrente de un refugio de custodio o un cobertizo de ese tipo sedujo sus pies en cierto modo doloridos. Stephen se detuvo de repente sin motivo poniendo los ojos sobre un montículo de cubos pétreos y con el fulgor del hornillo pudo intuir el sombrío perfil del custodio del municipio en el lúgubre cuchitril. Recordó que en cierto momento supo de este suceso o que en un momento oyó menciones como que hubiese sucedido en otros tiempos, pero le exigió un enorme esfuerzo concluir que reconoció dentro del cuchitril el rostro de un ex compinche de su progenitor, Gumley. Con el fin de eludir un encuentro siguió moviéndose en dirección de los muretes del puente.

—Un tipo lo reconoció —dijo Mr. Bloom.

Un perfil de porte medio en evidente gesto de merodeo, so los pórticos, le hizo un signo de nuevo, profiriendo: ¡Noches! Stephen, medio confundido, se estremeció y se detuvo devolviéndole los buenos deseos. Mr. Bloom, en virtud de un mínimo pudor coherente con su principio de no inmiscuirse en cuestiones de terceros, se retiró un poco si bien pendiente del qui vive con un dejo de inquietud sin ningún tufo de temor. Bien que muy poco frecuente en el distrito de Dublín, él no consideró del todo imposible que desposeídos sin ningún tipo de recursos con qué comer viviesen del merodeo convirtiéndose en el terror del público indefenso poniéndoles un revólver en el pecho en un rincón oscuro en pleno centro de Dublín, incluso uno de esos crotos desnutridos que viven en los bordes de los ríos o simples chorizos que huyen con lo que pueden obtener de modo violento en un milisegundo, suelte el bolso o lo liquido, y el pobre tipo sujeto con un cordón y enmudecido con un trozo de lienzo.

Stephen, inquieto desde el momento mismo en que vio venir en su dirección el perfil que lo interpeló, y por mucho que él mismo no estuviese del todo sobrio, reconoció en el soplo de Corley un hediondo tufo de jugo de choclo. Lord John Corley, como le dicen cuyo tronco y estirpe, si se quiere, puede describirse como sigue. Primogénito del difunto inspector Corley del sector G, quien se desposó con Miss Ketherine Brophy, descendiente de un productor de Louth. El progenitor de su progenitor, Petrick Michel Corley, de New Ross, se desposó con quien enviudó del dueño de un pub cuyo primer nombre resultó ser Ketherine (coincidentemente) Telbot. Los rumores dijeron, sin testimonios concretos, que fue descendiente de los señores Telbot de Molohide, en cuyo fuerte, todo un edificio de gente pudiente y muy digno de verse, el ser que lo engendró u otro ser próximo o su sóror tuvo el honor de servir como pinche de cocinero. Ese fue el motivo por el que el hombre en cierto sentido joven pero disoluto que en este momento conversó con Stephen fue conocido por cierto grupo de chistosos crónicos como Lord John Corley.

Reunido con Stephen en un borde del puente le contó el sempiterno repertorio de infortunios. Sin un cobre que le permitiese dormir ni en un hotel piojoso. Eludido por todos sus compinches. Incluso le contó de un entredicho con Lenehen y le dijo que el susodicho se comportó como un reverendo sorete junto con un concierto de otros epítetos irrepetibles. Sufriendo un crónico desempleo imploró que Stephen le dijese dónde en este mundo de Dios conseguir un puesto de lo que fuese. No, fue el descendiente femenino del dependiente femenino que sirvió como pinche de cocinero quien fue medio sóror del primogénito que heredó el edificio si no tuvieron cierto vínculo por medio de su Mom en cierto nivel, o todo junto si no es que todo el embrollo es un puro invento. De todos modo, él se dio por muerto.

—No se lo hubiese pedido —prosiguió— si no fuese, se lo juro y el Señor es mi testigo, que estoy muerto.

—El viernes o el lunes ofrecen un puesto de bedel —le dijo Stephen— en un colegio de jovencitos en Dolkey[9]. Pregunte por Mr. Gorrett Doisy. Inténtelo. Puede decirle que me conoce.

—Oh, Dios —replicó Corley—, por cierto que no puedo ser bedel en un colegio, hombre. No soy un tipo inteligente como ustedes —sonriendo con esfuerzo—. Repetí dos veces el junior con los Christ’s Brothers.

—Yo mismo no tengo dónde dormir —le informó Stephen.

Corley, en un primer momento, sospechó que eso pudo tener que ver con que Stephen hubiese sido posiblemente removido de su pensión por introducir todo tipo de meretrices. Recordó un dormidero en Beresford Street, el de Mrs. Moloney, un cuchitril lleno de delincuentes, pero M’Conechie le comentó que se puede conseguir un lecho bien decente en el Brozen Heed de Winetovern[10] Street (lo que en su interlocutor produjo un débil recuerdo del frey Becon[11]) por un chelín. Por si fuese poco sintió un intenso deseo de comer, pero eso ni lo mencionó.

Si bien supuso que ese tipo de cuentos sucede siempre de noche en noche o por lo menos muy frecuentemente Stephen siguió el impulso de sus sentimientos incluso reconociendo que el nuevo embrollo de Corley, como todos los otros, posiblemente fuese del todo inverosímil. De todos modos inscius mendicus miseris succurrere disco,[12] etc., como dice el versero pos etrusco, sobre todo después de que coincidentemente le retribuyeron el medio sueldo el dieciséis del mes si bien un buen porciento de los fondos hubiese sido demolido. Pero lo cómico fue que Corley estuviese firmemente convencido de que él vive como un rey y que su único deber es el de meter los dedos en el bolsillo y proveer lo requerido —siendo que. De todos modos se revolvió uno de los bolsillos, no con intenciones de descubrir un producto comestible sino creyendo poder ofrecerle por lo menos un chelín y que con un poco de esfuerzo propio se consiguiese un poco de comer. Pero no resultó puesto que, por mucho que hubiese querido, se encontró sin el dinero. Unos pocos biscochos molidos fue todo lo que encontró. Hizo un tremendo esfuerzo de retrospección por revivir el momento en el que o bien se le perdió, que bien pudo suceder, o lo dejó, porque en su presente condición el horizonte no le resultó del todo positivo, sino todo lo opuesto, de hecho. Se sintió muy confundido e impedido de emprender un estudio meticuloso pero de todos modos ni bien lo intentó un suceso difuso se le figuró sobre los biscochos. ¿Entonces quién fue, con precisión, que se los dio, o dónde fue, o fue él que se los compró? Pero en el otro bolsillo se encontró con lo que por el oscuro crepúsculo creyó peniques, lo que resultó ser un error de percepción.

—Esos son medios escudos, hombre —lo corrigió Corley.

Y resultó ser, en efecto, muy cierto. Stephen le prestó uno.

—Le quedo muy reconocido —respondió Corley. Es usted un señor. Se lo devolveré si puedo. ¿Quién es el que viene con usted? Lo he visto en el Bleeding Horse en Heytesbury Street con Boylen el promotor. Puede decirle que me tomen. Hubiese hecho de hombre letrero pero su dependiente femenino me dijo que tienen los puestos cubiertos por un mes, hombre. Dios me libre, uno tiene que inscribirse con tiempo, hombre; ni que pretendiese un puesto de primer violín. De todos modos no me quejo; todo lo que quiero es conseguir un empleo y no me inquieto si tengo que recoger soretes.

Subsecuentemente, sintiéndose un poco menos deprimido como producto de los dos con seis recibidos, conversó con Stephen sobre un tipo de nombre Bugs Komisky quién, dijo, Stephen debe conocer bien, que fue tesorero en lo de Fullom el proveedor de buques, que suele verse frecuentemente por lo de Nigle con O’Mere y un petiso disléxico de nombre Tighe. Lo cierto es que el último miércoles lo detuvieron de noche y le impusieron un correctivo de cinco chelines por resistirse y por beodo y pendenciero.

Mr. Bloom en el ínterin siguió recorriendo el entorno de los cubos pétreos no lejos del hornillo de coque enfrente del cuchitril del custodio de quien, por muy glotón de un puesto que fuese, le resultó sorprendente que estuviese en todos los sentidos del término tendido muy cómodo en su propio beneficio con todo Dublín durmiendo. De vez en vez miró con discreto disimulo en dirección del interlocutor de Stephen, cuyos indumentos consideró mucho menos que impolutos, como si hubiese tenido un encuentro con el referido individuo en un sitio impreciso, si bien por su posición no pudo definirlo con certidumbre, ni pudo definir por lo menos en qué momento. Teniéndose como un individuo medido, mejor que muchos otros en el momento de percibir pormenores no siempre evidentes, notó el sombrero deslucido y sus indumentos desprolijos y rotos como testimonio indiscutible de su condición de insolvente crónico. Lo identificó como un notorio pedigüeño, que después de todo es el mismo método que uno repite con su vecino pidiéndole dinero, y el vecino con su vecino, en un círculo creciente, o, por decirlo sin rodeos, con el pedigüeño, pedigüeño y medio, y si por ese motivo este hombre sin rumbo fuese preso, convertido en reo con grilletes con o sin opción de redención por dinero, él se hubiese sorprendido enormemente. De todos modos, detener gente de noche o con sol y pedirle dinero requiere tener un rostro duro como el cemento. Por cierto, un impertinente.

El dúo se disolvió y Stephen se reunió con Mr. Bloom, quien con su ojo previsor no dejó de percibir cómo el otro inútil en cuestión lo enterneció con su discurso seudo emotivo. Respecto de dicho encuentro, Stephen dijo, riéndose:

—No tiene suerte. Me pidió que yo intercediese con usted y un tipo de nombre Boylen, un promotor, por un puesto de hombre letrero.

Oyendo estos dichos, en los que simuló tener muy poco interés, Mr. Bloom dejó ver unos ojos reflexivos por un término de medio segundo o menos en dirección de un pontón luciendo el reconocido nombre de Eblene, detenido en el borde del muelle del edificio de Control Fronterizo y muy posiblemente con serios deterioros sin remedio, y observó de modo elusivo:

—Todo individuo recibe su porción de suerte, según dicen. Recién percibo que su rostro me es conocido. Pero dejemos ese punto por el momento, ¿de qué monto se desprendió, pregunto, si no le resulto muy indiscreto?

—Medio escudo —respondió Stephen—. Lo cierto es que siendo de noche tiene que conseguirse un sitio donde dormir.

—Tiene— repitió Mr. Bloom, como si lo dicho no lo hubiese sorprendido—, coincido con lo dicho y creo que en efecto es lo que le corresponde. Todo individuo según sus requerimientos y todo individuo según su propio esfuerzo. Pero en otro tipo de cuestiones, ¿dónde —comentó sonriendo— duerme usted hoy? Sundycove es inconcebible y, suponiendo que lo consiguiese, no creo que lo dejen subir después de lo sucedido en Westlend Row. Es un esfuerzo inútil. No intento decirle de ningún modo lo que le conviene, pero ¿por qué dejó el domicilio de su progenitor?

—En persecución del infortunio —respondió Stephen.

—Me encontré recientemente con su digno progenitor — replicó sutilmente Mr. Bloom—. De hecho hoy mismo, o, mejor dicho el jueves. ¿Dónde vive él en este momento? Entendí por lo que me dijo que se mudó.

—Creo que vive en un sector de Dublín —contestó Stephen sin ningún interés—. ¿Por qué?

—Un hombre ingenioso —dijo Mr. Bloom sobre Mr. Dedelus senior— en diversos sentidos y un conteur soberbio de los que no existen. Siente, con todo derecho, mucho orgullo de usted. Quién dice si no puede volver —comentó, teniendo muy presente los episodios deprimentes de Westlend Row Terminus donde resultó evidente que los otros dos, es decir Mulligen y ese exótico inglés compinche suyo, que posiblemente con un truco influyeron sobre el otro del grupo, procedieron como si fuesen los dueños del bendito recinto con el propósito, en el revoleo, de desentenderse de Stephen; lo que en efecto hicieron.

Pero no hubo ningún signo inminente que respondiese lo sugerido del modo en que se formuló puesto que el ojo psíquico de Stephen estuvo muy entretenido en reproducir de nuevo el fogón de su domicilio del modo en que lo vio, con su sóror Dilly en un sillón enfrente del fuego, con el pelo suelto, en el proceso de cocer su infusión de Nesquik en el pote ennegrecido que bebieron los dos con leche de choclo como sustituto después de los pejerreyes que comieron el viernes dos por un penique, con tres huevos por Meggy, Boody y Kitey, en el ínterin que el minino oculto por el escurridor devoró esqueletos y huesos sobre un trozo de folio de envolver cumpliendo con el tercer precepto religioso de no comer bife ni beber licores por ser tiempo de recogimiento, o miércoles de rescoldos, si no fue uno de esos eventos por el estilo.

—No —repitió de nuevo Mr. Bloom—, yo no hubiese puesto mi fe en ese jocoso socio suyo que se cree muy cómico, el doctor Mulligen, como líder, filósofo y compinche, si estuviese en sus botines. Él es muy consciente de lo que le conviene si bien muy posiblemente desconoce lo que es comer como el equino del juego. Por supuesto usted no lo notó como yo pero no me hubiese sorprendido ni un poco de que le pusiesen cierto producto en lo que usted bebió o un soporífero con un fin específico.

De todos modos por todo lo que oyó decir sobre el Dr. Mulligen lo consideró un hombre competente y dúctil, de ningún modo restringido sólo en el círculo médico, que corre velozmente en pos de ser un líder en lo suyo y, si los que se supone es cierto, puede tener un floreciente futuro no muy remoto como médico de renombre que pide un buen precio por sus servicios por no decir el prestigio obtenido por el socorro de ese hombre que libró de morir oprimiéndole el pecho y proveyéndole el oxígenos de sus propios pulmones y lo que se entiende como primeros socorros en Skerries, o Molohide; ¿fue en ese sitio? Eso fue, es preciso reconocerlo, un gesto muy heroico por el que él no tiene suficientes elogios, de modo que siendo sincero él no pudo resolver su completo desconcierto en el intento de comprender qué motivo concreto pudo existir como fondo de ese proceder suyo, excepto que uno se lo explique como simple perversión o solo y simplemente como producto de los celos.

—Excepto que fuese simplemente un solo motivo, y que él estuviese, como se dice, leyéndole el cerebro —conjeturó.

Los prudentes ojos, entre gentiles y curiosos, con un tinte de devoción, con que recorrió el rostro de Stephen, de dudoso humor, no produjeron ni un mínimo de luz, de hecho, respecto de reconocer si por dos o tres reflexiones tristes que deslizó lo suyo pudo ser depresión, o si en un sentido opuesto tuvo cierto tipo de visión y por un motivo u otro de su exclusivo conocimiento permitió que todo fuese en cierto modo… Lo corrosivo de vivir como un pobre tiene ese efecto y él incluso conjeturó que, por muy idóneo profesor que fuese, posiblemente no le fuese muy sencillo reunir los dos extremos.

Lindero con el mingitorio público de hombres él percibió un furgón de confitero y en derredor un grupo de presuntos gringos discutiendo en un tórrido conflicto con volubles expresiones en su fogoso léxico de un modo muy entretenido, en virtud de unos pequeños diferendos surgidos entre los miembros.

Stregone stupido, dove metti i soldi? È giusto? Culo rotto!

Un piccolo riflesso. Mezzo scudo piú…

—Dice lui, però.

—Delinquente! Rido di tutti i tuoi morti!

Mr. Bloom y Stephen se introdujeron en el refugio de los cocheros, un esqueleto de pino sin pretensiones, por lo visto recién descubierto por los dos, con el previo cuchicheo del primero en dirección del segundo de unos chismes respecto del custodio del recinto, quien siempre fue tenido por Skin-the-Kid Fitzherris, el invencible, si bien él en ningún momento estuvo muy seguro de los hechos, que muy posiblemente no tuviesen ni un glóbulo de verosimilitud. Minutos después se vieron los perfiles de nuestros dos nocheros muy cómodo en un discreto rincón y siendo recibidos por los ojos de un muy heterogéneo grupo de crotos, mendigos y otros especímenes indescriptibles del género homo entretenidos en comer y beber entre coloquios dispersos y en los ojos de quienes ellos constituyeron un objeto de conspicuo interés.

—Por el momento lo mejor es beber un poco de té —sugirió muy prudentemente Mr. Bloom rompiendo el hielo—, y creo que usted tiene que comer un poco, qué sé yo, un bollo.

Consecuentemente su primer disposición fue pedir en tono sereno estos productos con su típico froideur. El hoi polloi de los cocheros o peones del puerto o lo que fuese luego de su breve inspección volvió los ojos, evidentemente disconformes, sobre otro sector, si bien un bebedor empedernido y con el rostro cubierto de un vello pelirrojo y con un mechón de pelos grises, posiblemente un viejo lobo del ponto, los observó por un buen tiempo y luego fijó su interés en el piso.

Mr. Bloom, permitiéndose el derecho de expresión, por poseer un ligero conocimiento del léxico del entredicho, si bien medio inseguro respecto de voglio, prosiguió el coloquio con su protegé en un tono de voz sonoro, en ce qui concerne el regio embrollo en el exterior que continuó fervoroso:

—Un bello léxico. En lo que tiene que ver con lo operístico, digo. ¿Por qué no escribe sus versos en ese léxico? Bellissimo stile poetico! Por lo melodioso y pleno. Belledonne. Voglio.

Stephen, con ingentes esfuerzos por concluir un bostezo, de ser posible, sintiéndose muy débil, respondió:

—Digno complemento del oído de un probóscide femenino. Riñeron por dinero.

—¿En serio? —preguntó Mr. Bloom—. Desde luego —comentó en tono reflexivo como un silogismo en su fuero íntimo de que, en principio, existe un número de léxicos que excede en mucho lo imprescindible—; puede ser cuestión simplemente del embrujo sureño que lo recubre.

El custodio del refugio en medio de este colloque depositó sobre el cobertor de hule un recipiente hirviendo repleto de un selecto líquido con el rótulo de té y un cierto tipo poco menos que prehistórico de bollo, o un símil y cumplido el servicio emprendió el regreso en dirección del zinc. Mr. Bloom decidió poner sus ojos sobre él con detenimiento, pero luego, no queriendo que lo tuviesen por un… por cuyo motivo con un guiño de ojos pidió que Stephen lo hiciese en el ínterin que él hizo honor de lo ofrecido impeliendo en su dirección de modo subrepticio y progresivo el recipiente de lo que por el momento consideró como té.

—Los sonidos son decepciones[13] —dijo Stephen luego de un breve silencio—. Como los nombres: Cicerón, Podmore, Nepoleón, Mr. Goodbody, Jesús, Mr. Dyle; los Shekspierre comunes como los Murphy. ¿Qué contiene un nombre?

—Sí, por cierto —coincidió Mr. Bloom en tono sincero—. Por supuesto. Nuestro nombre incluso sufrió distorsiones —comentó, impeliendo en dirección del borde opuesto del cobertor de hule el supuesto bollo.

El viejo grumete pelirrojo quien desde el primer momento escudriñó los movimientos de los recién venidos y sobre todo los de Stephen, que de un modo específico despertó su curioso interés y lo interpeló sin ningún rodeo:

—¿Y su nombre es?

En un décimo de segundo Mr. Bloom tocó el pie de su contertulio pero Stephen, desconociendo por lo visto el tibio roce recibido de improviso, respondió:

—Dedelus.

El viejo grumete lo miró fijo desde unos globosos ojos somnolientos, henchidos por el exceso de licor, preferentemente un viejo licor de enebro de los buenos con hielo.

—¿Es conocido de Simon Dedelus? —preguntó por fin.

—He oído de él —le contestó Stephen.

Mr. Bloom se inquietó de ver que con lo dicho despertó incluso el interés de los otros.

—Es erinés —confirmó el viejo grumete, en tono pendenciero y moviendo el tiesto como refuerzo—; un genuino erinés.

—Un desmedido erinés —dijo Stephen.

Respecto de Mr. Bloom, no logró comprender ni un poco sobre el sentido de todo el punto y se preguntó qué posible conexión, justo en el momento en que de repente, el viejo grumete se volvió en dirección de los otros contertulios diciendo lo siguiente:

—Yo lo vi cómo hizo centro en dos huevos puestos sobre dos porrones. No menos de cien metros. De un solo tiro desde el hombro. Zurdo y de lleno en el centro.

Si bien un poco molesto por un ligero titubeo e incluso con gestos torpes y todo, hizo lo mejor que pudo por extenderse en los pormenores.

—Ese es el porrón, por ejemplo. Justo cien metros. Los huevos sobre los porrones. Se pone el culo del fusil en el hombro. Mide.

Describió un medio giro, cerró por completo el ojo derecho, después frunció el ceño y subió un poco el rostro torciéndolo y con un mohín descompuesto miró con ojos feroces el negro cielo nocturno.

—Pom —profirió un primer grito.

Todos los contertulios siguieron en silencio, previendo el segundo proyectil, con destino del otro huevo.

—Pom —gritó dos veces.

Huevo número dos evidentemente hecho polvo; guiñó el ojo y expresó un sí con un gesto, diciendo sediento de humor venoso:

 

Donde Buffolo Bill pone el ojo,

    dese por muerto o por cojo.

 

El silencio subsiguiente solo se interrumpió en el momento en que Mr. Bloom con intenciones de romper el hielo tuvo el tupé de inquirir si eso fue en un torneo de tiro como el de Bisley.

—¿Cómo dijo? —preguntó el viejo grumete.

—¿Fue un hecho remoto? —prosiguió Mr. Bloom sin que se le moviese un pelo.

—Bueno —replicó el viejo grumete, menos tenso en cierto modo influido por el sorprendente embrujo del fenómeno que consigue que el corindón corte el corindón—, unos dos lustros. Estuve recorriendo el mundo con el Hengler’s Regent Circus. Eso lo vi en Estocolmo.

—Coincidentemente curioso —comentó Mr. Bloom en secreto con Stephen.

—Murphy es mi nombre —prosiguió el viejo grumete—. W. B. Murphy, de Curriguloe. ¿Conoce?

—Queenstown Dock —respondió Stephen.

—Correcto —dijo el viejo grumete—. Fort Cundem y Fort Corlisle. Ese es mi terruño. Tengo mujer. Pendiente de mí, lo sé. Por el reino, refugio y esplendor. Es mi legítimo cónyuge que no he visto desde que me fui; siete inviernos recorriendo el globo.

Mr. Bloom pudo intuir el resto del diseño escénico —el viejo grumete de regreso en el nido en el borde del sendero, después de reñir con los demonios del ponto, en noche de novilunio y lloviendo. El cruce del mundo por un cónyuge. Un buen número de cuentos como ese, estilo Elice Ben Bolt, Enoch Urden y Rip von Winkle y uno de los presentes que recuerde, de Ceoc O’Leiry, el trozo preferido y de ningún modo sencillo de repetir del pobre John Cusey, debe reconocerse, unos versos perfectos en su modesto nivel. No sobre mujeres que vuelven con los suyos, resistiendo su devoción por lo perdido. ¡El rostro sobre los vidrios del frente! Lo que debió ser su conmoción justo en el momento del cruce del disco[14] y sufrir el horrible descubrimiento sobre su medio limón, hundido en sus sentimientos. No lo creíste posible pero he vuelto con el propósito de que todo recomience de nuevo. Su mujer en un sillón, como de duelo níveo, enfrente del mismísimo fogón. Me cree muerto. Meciéndome el fondo del ponto. Y en el otro sillón el tío Chubb o Tomkin, o lo que fuese, el mesonero del Crown & Moor, con los puños recogidos, comiendo bifes con puerro. Popi no tiene sillín. ¡Bouuuu! ¡El viento! Su último pequeñín sobre los hinojos de su mujer, bebé post mortem. ¡Trote, trote, borriquito, trote, trote, pequeñín! Rendirse reconociendo lo evidente. Sufrirlo y sonreír. Con devoción, tu esposo con el pecho roto, W. B. Murphy.

El viejo grumete, con pocos signos de ser un residente de Dublín, se volvió en dirección de uno de los cocheros con un pedido:

—¿No tiene un pucho que le sobre?

El referido cochero resultó no tener el vicio, pero sí el custodio del refugio quien produjo un bollo del bolsillo del sobretodo pendiendo de un tornillo en el muro y el objeto requerido circuló de puño en puño.

—Muy gentil —dijo el viejo grumete.

Se metió el coso en el buche y, mordiendo, con un murmullo lento, prosiguió:

—Toqué puerto hoy mismo, once en punto. El velero Roseveen de regreso de Bridgwoter con bloques de lodo cocido. Me enlisté con el fin de volver. Cobre mi sueldo. Este es mi recibo. ¿Ve? W. B. Murphy. E. B. S.[15]

Como testimonio de sus dichos produjo de un bolsillo interior un no muy limpio documento y lo puso entre los dedos de su vecino.

—Debió recorrer el mundo —comentó el mesonero, poniendo los codos sobre el zinc.

—Oh —dijo el viejo grumete luego de unos segundos de reflexión—, he recorrido un poco desde que me incorporé. Estuve en el ponto Rojo. Estuve en territorio chino y en los EEUU y en Perú. He visto un número de icebergs, montes de hielo. Estuve en Estocolmo y en el ponto Negro, en el estrecho que divide turcos de europeos con el comodoro Dulton, un experto en hundir buques. He visto Moscú. Gospodi pomilooy. El rezo de los rusos.

—Seguro que vio fenómenos curiosos, ni me lo cuente —intervino uno de los cocheros.

—Oh —dijo el viejo grumete, mordiendo el bolo—, por cierto viví episodios curiosos, un poco de todo. He visto un cocodrilo morder el eje de un rizón como yo muerdo este trozo de pucho.

Se quitó de entre los dientes el pulposo bolo y, poniéndoselo de nuevo entre los dientes, le dio un feroz mordiscón:

—¡Croooc! Eso. Y he visto el comehombres del Perú que come cuerpos y los riñones de los equinos. Miren lo que tengo. Son estos. Envío de un conocido.

Hurgó en bolsillo interno del sobretodo, por lo visto su especie de depósito, pescó el envío y lo empujó sobre el cobertor de hule. Pudo verse un texto impreso diciendo: Cobertizo de Indios. Cusco, Perú.

Todos hicieron foco en su foto, que él les mostró, un grupo de mujeres silvestres con cubre sexo en jirones, de hinojos, con los ojos empequeñecidos, con bebés en sus pechos, frunciendo el ceño, en reposo somnoliento en medio de un bullicio de chiquilines (no menos de veinte) en el ingreso de unos cobertizos primitivos construidos con mimbre.

—Viven comiendo opio —sentenció el elocuente pilotín—. Tienen como esmeriles en los tubos digestivos. Con el último hijo se escinden los pezones. Mírelos con los huevos pendiendo en el viento comiéndose el riñón crudo de un potro muerto.

Su foto resultó ser un centro de interés por dos o tres minutos entre el gremio de los ingenuos rústicos.

—¿Les cuento cómo se los tiene contentos? —preguntó gentilmente. Como ninguno respondió el convite, guiñó un ojo, diciendo:

—El vidrio. Eso los seduce. El vidrio.

Mr. Bloom, de ningún modo sorprendido y con discreción, miró el dorso del souvenir queriendo ver el domicilio y el borroso inhibe sellos del correo. Esto leyó: Foto Recuerdo, Señor E. Boudin, Corredor Becche, Temuco, Chile. Evidentemente sin texto escrito, lo que presto percibió. Si bien no creyó en ningún momento en el tenebroso cuento (ni en el episodio de los huevos y el tiro de Guillermo Tell y del incidente Servidor-Don Céser de Bezén descrito en Moritono en donde sucede que el proyectil del primero hendió el sombrero del segundo) ni bien percibió el diferendo entre su nombre (suponiendo que fuese quien dijo ser y que no recorriese el ponto como impostor luego de un repentino golpe de rumbo en estricto silencio en uno u otro puerto), y el ficticio receptor del correo lo que le hizo poner en cuestión el nivel de bonum fidei de nuestro conocido, si bien le recordó en cierto modo un proyecto que sostuvo por mucho tiempo consistente en emprender un periplo, posiblemente un miércoles o un viernes, con Londres como destino siguiendo el recorrido extenso por no decir que hubiese hecho periplos extensos bien que en el fondo siempre fue un intrépido de origen por mucho que por esos recovecos del destino solo fue un grumete de río excepto que tuviese presente el de Liverpool, su único periplo extenso. Mertin Cunninghem siempre le prometió un boleto por medio de Egon pero por uno u otro motivo el proyecto siempre se frustró. Pero suponiendo que hubiese que invertir, con el disgusto del pobre Boyd[16], no le resultó excesivo, si tuviese el dinero, unos pocos florines como mucho, teniendo presente el precio del billete de Mullinger donde proyectó ir, cinco con seis por ir y volver. El periplo siempre viene bien por el tónico que provee el ozono, y es beneficioso en todo sentido, sobre todo si uno tiene dolor de riñones y se pueden ver los distintos horizontes que ofrece el recorrido, Plymouth, Penmere, Portswood y todo eso, y por último emprender un recorrido por los bellos monumentos del centro del imperio, el vodevil de nuestro moderno Bobilonio donde por cierto uno puede ser testigo de sus enormes progresos, el Torreón, el Templo, y ver de nuevo los bellos pensiles de Constitution Hill. Otro punto que lo conmovió de repente como no del todo desprovisto de interés fue el hecho de recorrer posibles sitios por donde emprender un tour de conciertos en los meses del estío que incluyese los mejores complejos hoteleros, Westbrook con sus exclusivos piletones mixtos y térmicos, Brighton, Filey, Westbrook, etc., el bello Bournemouth, los islotes del Estrecho y lujos por el estilo, que pueden ser muy buen negocio. No, por supuesto, con un grupo mistongo o mujeres de pueblo con poco oficio, tipo Mrs. C. P. M’Coy présteme su bolso y le remitiré un billete por correo. No, intérpretes de primer nivel, un selecto elenco erinés, el excelente conjunto operístico Tweedy-Flower con su propio cónyuge legítimo como vedette, un torneo que logre competir con los shows estilo Elster Grimes y Moody-Monners, un emprendimiento muy sencillo y un éxito seguro, siempre que se hiciese un poco de bombo en los periódicos disponiendo de un tipo impetuoso que toque los hilos imprescindibles y de ese modo unir ocio y negocio. ¿Pero quién? Ese es siempre el inconveniente.

Incluso, sin un ciento por ciento de convicción, se le ocurrió como posible extender el universo de los emprendimientos con el tendido de nuevos vínculos ruteros que se correspondiesen con los requerimientos de estos tiempos, en ce qui concerne el segmento Goodwick -Wexford, muy controvertido, de nuevo en litige en los recintos de circunlocución con los formulismos y sonsonetes de rigor producidos por un derechismo decrépito y el coro de sus estúpidos seguidores. Por cierto el momento oportuno del empuje y el emprendimiento con el fin de permitir los requisitos de movimiento del público, el hombre promedio, por ejemplo Brown, Robinson & Co.

Le resultó triste y ridículo y un crimen no pequeño de nuestro conjunto cívico que se dice orgulloso de sí mismo, que el hombre común, en momentos en que el cuerpo requiere que se lo tonifique, se viese impedido de concedérselo por no disponer de unos míseros escudos que lo pusiesen en condiciones de ver un poco del mundo en que vivimos, en vez de vivir siempre como un preso desde que el viejo chinchudo me desposó. Después de todo, qué cuernos, luego de once meses y medio en todo ese toletole se merecen un rotundo trueque de venue que los despeje un poco del esfuerzo por conseguirse el sustento, preferentemente en el estío, en pleno esplendor de Mrs. Life y que no es un hecho menor sino un soplo de nuevos bríos en los seres vivos. Del mismo modo existen otros posibles destinos de reposo en el propio suelo isleño, deliciosos rincones silvestres como posibles fuentes de rejuvenecimiento, con múltiples puntos de entretenimiento e incluso un excelente tónico de los nervios dentro de Dublín y en los distritos vecinos y en sus pintorescos suburbios, incluso Poulophouco, en tren, pero incluso otros, lejos de los ruidos del mundo, como Wicklow, con justo derecho tenido por el pensil de Erín, un distrito perfecto cuyos circuitos ciclísticos pueden recorrer los señores si no llueve muy fuerte, y en los territorios silvestres de Killibegs donde, si los informes no mienten el coup d’œil es de un portentoso esplendor, si bien el ingreso en este último pueblo no es del todo sencillo por lo que el flujo turístico no es lo que hubiese podido ser si se tienen en mente los excelentes beneficios que este flujo puede producir, siendo que Howth con sus vínculos históricos y de los otros, Silken Thomes, Greice O’Molley, George IV, rododendros cientos de metros sobre el nivel del ponto, constituye el destino preferido de hombres de todo tipo y condición, sobre todo en junio, mes del ensueño juvenil, bien que con su propio tributo de muertes por tropezones imprevistos o suicidios desde los riscos, frecuentemente, por cierto, producidos por impulsos del momento, donde se puede ir en menos de veinticinco minutos desde el obelisco[17]. Porque por supuesto hoy el turismo es incipiente, por decirlo sin rodeos, y los hoteles muy primitivos. Consideró oportuno emprender un estudio, en su opinión, por un simple y puro espíritu curioso, sobre si es el movimiento lo que construye el sendero o lo opuesto o de hecho son los dos. Volteó el souvenir y lo empujó en dirección de Stephen.

—He visto un chino —contó el intrépido cuentero— con unos pequeños comprimidos como de engrudo; los puso en líquido elemento, uno por uno se fue produciendo el descierre y todos los contenidos fueron diferentes; uno un buque, otro un edificio, otro un lirio. Te sirven consomé de roedor —comentó con fruición—; típico del chino.

Percibiendo posiblemente uno que otro rostro incrédulo, el golondrino continuó describiendo sus intrépidos experimentos:

—Y he visto cómo un florentino liquidó un hombre en Trieste. Le enterró el cuchillo en el lomo. Un cuchillo como este.

Sin interrumpir su discurso produjo un cuchillo de bolsillo, bien de su mismo tipo, y lo sostuvo con un gesto ofensivo.

—Sucedió en un burdel, por un diferendo entre dos filibusteros. El tipo se esconde en un ropero, viene sin ser visto. Esto. Puedes ir y reunirte con tu Dios, le dice. ¡Choc! Se lo enterró todo en el lomo.

El rigor de sus ojos, en un rondín somnoliento, fue como un reto de sus ulteriores requerimientos incluso si hubiese uno que tuviese el tupé. Un buen trozo de hierro, repitió con los ojos puestos en su estupendo stiletto.

Luego del horrendo dénouement que infundió suficiente temor entre los intrépidos presentes si los hubiese, cerró el cuchillo de bolsillo con un crujido seco y metió de nuevo el bisturí en cuestión en su cofre del horror, es decir bolsillo.

—Son excelentes con el gélido filo —dijo en beneficio de todos uno con evidente desconocimiento —. Por eso creyeron que los crímenes del pensil por los invencibles fue cometido por gringos o europeos[18], por el uso de cuchillos.

Oyendo lo dicho, por cierto por un espíritu tipo lo ignoro todo y vivo feliz, Mr. Bloom y Stephen, según sus propios modos, coincidieron en un expresivo encuentro de sus mutuos ojos, si bien en un silencio religioso del tipo estricto entre nous, en dirección de Skin-the-Kid, seudónimo el custodio, expeliendo unos chorros de líquido de su chirimbolo hervidor. Su rostro misterioso, todo un grupo escultórico, un escrito perfecto en sí mismo, un ejemplo de descripción, se hizo el completo desentendido de lo discutido. Divertido, muy.

Se produjo un notorio silencio. Un hombre leyó sin interés un vespertino sucio con té; otro, el souvenir con los indios cobertizo de; otro, los documentos del grumete. Respecto de Mr. Bloom, solo continuó sus deducciones con un gesto reflexivo. Recordó de un modo muy vívido el suceso referido como si hubiese sucedido el miércoles, después de dos decenios, en los tiempos de los disturbios bucólicos[19] lo que expugnó el mundo moderno, por decirlo de modo elíptico, en los comienzos de los 80 u 81 por ser preciso, poco tiempo después de cumplir él los quince.

—Escuche, jefe —intervino el viejo grumete—. Entrégueme esos documentos.

Devuelto lo requerido, tomó los documentos con un gesto brusco.

—¿Estuvo usted en el Peñón inglés[20]? —preguntó Mr. Bloom.

El viejo grumete hizo un mohín, mordiendo, que bien pudo querer decir posiblemente sí o posiblemente no.

—Oh, incluso tocó ese puerto extremo del continente europeo —dijo Mr. Bloom como si fuese un hecho, con fe en que el filibustero pudiese, urdiendo unos recuerdos, pero no lo hizo, simplemente escupió un chorro de esputo sobre el serrín y meneó el tiesto con perezoso desdén.

—¿En qué momento estuvo? —interpeló Mr. Bloom—. ¿Tiene presente los buques?

Nuestro supposé viejo grumete mordió con vigor por un momento, como con deseos de comer, y respondió.

—Estoy podrido de todos esos roqueríos del ponto —dijo—, y de esos pontones y esos piletones de toilette. Trozos de bife reseco todo el tiempo.

Posiblemente rendido, enmudeció. Su inquisidor, percibiendo como poco menos que imposible conseguir que el tortuoso contertulio modifique un poco su pésimo humor, derivó en un libre proceso reflexivo sobre los enormes sectores del globo cubiertos por el líquido elemento. Suficiente con decir que, como se puede ver de un golpe de ojos sobre un globo, cubre por completo 3/4 del mismo y por consiguiente comprendió lo que quiere decir, el dominio del ponto. En diversos momentos, por lo menos doce veces, por el North Bull en Dollymount supo ver el perfil de un viejísimo grumete, un evidente derrelicto, siempre con los glúteos sobre el muro costero en un sector del golfo donde el olor no suele ser del todo exquisito, con los ojos fijos en el ponto y el ponto en él, perdido en sueños de frescos lotes de centeno y bosques como dicen unos versos. Y yéndose se preguntó el por qué. Posiblemente hubiese pretendido descubrir el secreto por sí mismo, en un eterno titubeo entre puntos opuestos y todo ese tipo de cuestiones, y entre el piso y el techo – bueno, no un techo lo que se dice techo[21]– , persiguiendo su destino. Y se jugó entero diciéndose que muy posiblemente, en efecto, no hubiese ningún secreto respecto de ello. De todos modos, sin meterse en ese tipo de futilité del punto, el hecho elocuente es que con el ponto presente en todo su esplendor y en el curso corriente del mundo uno u otro debe meterse en él y poner el pecho en el rostro del Destino lo que simplemente instruye sobre cómo existen individuos que frecuentemente tienen el ingenio que les permite poner ese tipo de deber sobre el prójimo como el concepto del infierno y el bingo y los seguros los que grosso modo tienen los mismos principios de modo que por ese mismo motivo, y no por otro, el bote de socorro del domingo constituye un emprendimiento cívico digno merecedor de que el público en su conjunto, costero o del interior, en el momento oportuno, desde que el hecho se volvió visible, exprese su reconocimiento incluso por los custodios de muelles y el servicio de control costero que deben recoger los rollos y subir en sus buques riñendo con los furiosos elementos, invierno o estío en cumplimiento del deber Erín exige que todo hombre etc., y que suelen vivir momentos muy feos en el invierno sin omitir los hitos luminosos erineses, Kish y los otros, en continuo peligro de hundimiento, en torno de los que él con su descendiente mujer tuvo que sufrir un en extremo duro, por no decir tempestuoso, tiempo.

—Un grumete que se enlistó conmigo en el Rover —continuó el viejo lobo del ponto, él mismo un filibustero— dejó el buque y se consiguió un empleo sencillo como escudero de un noble señor con un sueldo de seis escudos por mes. Estos que tengo puestos son sus gregüescos, incluso me dio un piloto y este cuchillo. Soy bueno en ese oficio, el corte y el retoque. Odio esos periplos infinitos. Hoy estoy con mi hijo, Ricky, que huyó de su domicilio con intenciones de servir en un buque y el ser que lo tuvo en su vientre le consiguió un puesto en lo de un tendero de Cork, donde hubiese tenido un sueldo dulce.

—¿Es muy joven? —preguntó un oyente que, por cierto, visto de perfil, resultó poseer un ligero símil con Henry Compbell, el tesorero del municipio, lejos de los opresivos inconvenientes propios del puesto, por supuesto que sucio, vestido como un rotoso y un sospechoso indicio rubicundo sobre los orificios de oler.

—Oh —respondió el viejo grumete con un lento voceo perplejo—, ¿mi hijo Ricky? Debe tener unos dieciocho, creo.

En este punto el esquiberino[22] progenitor se descerró de modo violento con los diez dedos el gris o sucio blusón y se refregó el pecho donde pudo verse un dibujo impreso en tinte chino con pretensiones de rizón.

—Debió tener piojos ese lecho de Bridgwoter, comentó. Estoy convencido. Tendré que detergerme hoy o el viernes. Son esos negros. Detesto convivir con esos culorrotos. Son peores que chupón de chinche, lo digo en serio.

Viendo que todos pusieron los ojos en su pecho, de buen gusto se desprendió otro poco los botones de modo que, por sobre el típico símbolo del regreso y el reposo del grumete, pudieron ver con nitidez el número 16 y el perfil de un hombre joven, como si estuviese frunciendo el ceño.

—Un dibujo indeleble —explicó en un despliegue de exhibicionismo—. Me lo hicieron en medio de un extenso tiempo de quietud poco después de irnos del puerto de Suvorovskiy en el ponto negro con el comodoro Delton. Un tipo de nombre Tonio me lo hizo. Es ese que ven, un griego.

—¿Dolió mucho el proceso de dibujo? — le preguntó uno.

Ese benemérito, de todos modos, estuvo muy entretenido en su intento por reunir. En un rincón de su. Exprimiendo o…

—Miren esto —dijo, exhibiendo su Tonio—. Mírenlo, furioso con el piloto. Y mírenlo en este —solicitó—. El mismo tipo —poniendo presión sobre su piel con los dedos en virtud de un truco evidentemente único— pero riéndose de un chiste.

Y es justo reconocer que el rostro lívido del joven de nombre Tonio por cierto mostró un sonreír exigido y el curioso efecto hizo que todos se sorprendiesen, incluido Skin-the-Kid, quien por excepción se unió con el grupo.

—Sí, sí —suspiró el viejo grumete, conforme con su pecho viril—. Otro que se nos fue. Y después se lo comieron los tiburones. Sí, sí.

Distendió el trozo de piel de modo que el perfil recobró su expresión corriente.

—Lindo dibujito —dijo un bolsero[23].

—¿Y qué quiere decir el número? —inquirió el inútil número dos.

—¿Comido vivo? —un tercero requirió precisiones del viejo grumete.

—Sí, sí —suspiró de nuevo este último sujeto, menos serio, con un breve dejo medio sonriente, en dirección de quien le preguntó sobre el número—. Griego.

Y luego expresó, con cierto humor negro teniendo presente el fin del cuento:

 

Cruel como el viejo Tonio,

 que me dejó solo como el demonio.

 

Un rostro de meretriz, vítreo y ojeroso semioculto por un sombrero negro, se mostró subrepticio en el ingreso del refugio en lo que evidentemente pretendió ser un tipo de misión de reconocimiento en exclusivo beneficio de su propio molino. Mr. Bloom, indeciso sobre dónde poner sus ojos, volvió el tiesto de repente, confusorprendido pero exteriormente sereno, y recogiendo del bufé el número rosillo del medio de Lotts Street[24] del que el cochero, o supuesto cochero, se desprendió, lo tomó y miró el tono rosillo del pliego pero ¿por qué rosillo? Su pretexto fue el repentino reconocimiento del merodeo en el portón de ingreso del mismo rostro visto de modo efímero hoy mismo en el muelle Ormond, de mujer imbécil, es decir el mismo rostro del estrecho corredor, que le dijo recuerdo muy bien el vestido bordó de su mujer (Mrs. B.), y le pidió que le permitiese deterger sus indumentos. Y como si fuese poco, ¿por qué el verbo deterger, que le sonó medio impreciso?

Detergerle sus indumentos. De todos modos, un sentimiento sincero le hizo reconocer que él supo deterger los indumentos interiores de su mujer en los tiempos de Holles Street, como incluso miles de mujeres detergen de hecho los indumentos interiores de un hombre con su propio rótulo en tinte indeleble de Bewley y Dreiper (los de su mujer, eso es) si lo quieren en serio, es decir. Si me quieres, quiere mis culotes sucios. De todos modos, si bien en vilo, prefirió que el esperpento de mujer se hiciese humo en vez de su cortejo, por lo que experimentó un genuino sosiego en el momento en que el custodio del refugio le hizo un grosero signo pidiéndole que se retire. Por un borde del Evening Telexpress inspeccionó de modo furtivo su rostro en el exterior con el dejo de un demente sonreír vidrioso que consideró testimonio de su desconexión con el mundo, por mucho que sus ojos siguiesen fijos con evidente fruición el sorprendido grupo reunido entorno del curtido pecho de Murphy el Grumete y después se esfumó.

—Un yiro[25] —dijo el custodio.

—Me sorprende —se confesó Mr. Bloom con Stephen—, y lo digo con espíritu médico, cómo un pobre ser como ese, que viene del Nosocomio Lock[26], con todo tipo de pestes, tiene el tupé de ofrecerse, o cómo un hombre inteligente, si tiene respeto por su higiene. ¡Pobre infeliz! Desde luego, supongo que en un principio un hombre debió ser el origen de su condición. Pero independientemente del origen…

Stephen percibió el incidente y se encogió de hombros, diciendo simplemente:

—Entre nosotros vive gente que vende cientos de veces lo que mujeres de ese tipo venden en todo su existir y obtiene jugosos beneficios. No desconfiemos de quienes venden el cuerpo pero no tienen el poder de corromper nuestros espíritus. Su fuerte no es el comercio. Lo que obtiene es oneroso y lo vende en precio modesto.

El hombre menos joven, por mucho que no fuese un tío gruñón o un pudibundo vejestorio femenino, consideró como mínimo un estruendoso bochorno que debe concluirse vehementer,[27] que mujeres de ese tipo (bien lejos de todo concepto de tío gruñón o de pudibundo vejestorio sin esposo), un quiste ineludible[28], no tuviesen ni permisos ni controles médicos concedidos por instituciones competentes, proyecto que él con todo ímpetu, como progenitoris, siempre sostuvo. El dirigente político que presente un proyecto de ley como este, dijo, y lo impulse sin rodeos puede proveer un remedio persistente en beneficio de todos los concernidos.

—Usted, como buen creyente —observó—, en lo que tiene que ver con cuerpo y espíritu, cree en el espíritu. ¿O usted quiere decir el intelecto, el poder del cerebro como cerebro, como un ente distinto de todo objeto exterior, un sillón, por ejemplo, este pocillo? Yo mismo creo en eso porque fue expuesto por hombres competentes como el tejido gris y sus circunvoluciones. De otro modo no hubiésemos tenido inventos como el de Röntgen[29], por ejemplo. ¿No cree?

Metido en un brete como ese, Stephen debió emprender un esfuerzo de enfoque y reflexión y poner en orden sus recuerdos y recién después responder:

—Me dicen fuentes creíbles que es un elemento simple y por ende incorruptible. Hubiese sido perenne, entiendo, si no fuese por el poder de extinción que ejerce su Principio de Origen, Quien, por lo que he podido oír, puede incluir éste junto con un número de sus otros trucos de pésimo gusto, puesto que corruptio per se y corruptio per nescius [30]se excluyen por el protocolo regente.

Mr. Bloom, coincidiendo en un todo con el sentido genérico de lo dicho, por mucho que el fino toque místico incluido excediese un poco el espesor de su entendimiento de hombre, se creyó de todos modos con el deber compulsivo de proponer su objeción respecto del término simple, respondiendo con prontitud:

—¿Simple? Yo no pienso que ese es el término correspondiente. Desde luego, por cierto, concediendo un poco, que uno se cruce con un espíritu simple es menos frecuente que un entierro de obispo. Pero lo que pretendo exponer es que un hecho es por ejemplo el invento de esos emisores X que descubrió Röntgen, o el telescopio de Edison, si bien creo que eso fue previo, Gulileo[31] quiso decir. Lo mismo sucede con los principios, por ejemplo, de un fenómeno enorme como el fluido eléctrico; pero es un potro de un pelo muy diferente decir que uno cree en un Dios todopoderoso.

—Oh, —protestó Stephen— eso se demostró de modo concluyente en distintos versículos muy conocidos del Libro de los Libros, por no decir en otro tipo de testimonios evidentes.

Sobre este espinoso punto, de todos modos, los conceptos del dúo, siendo polos opuestos respecto de métodos de instrucción y todo el resto y con el notorio desequilibrio entre sus respectivos tiempos vividos, produjeron un choque.

—¿Lo fue? —objetó el menos inexperto de los dos, sosteniendo su objeción—No estoy muy seguro de ello. Es un punto discutible y, sin pretender extenderme sobre el sector tendencioso del negocio, le ruego que me excuse por diferir con usted in toto respecto de ello. Lo que yo creo es que, por decirlo de un modo verosímilmente sencillo, esos presuntos episodios históricos no son sino genuinos embustes en su conjunto inventos muy posiblemente de monjes o es de nuevo cuestión de nuestro célebre escritor de versos y sonetos[32], quien coincidentemente los escribió, como sucede con Homlet y Beicon, y como usted conoce su Shekspierre muchísimo mejor que yo, por supuesto no tengo que decírselo. ¿Por cierto, por qué no se bebe ese té? Déjeme revolverlo y mordisquee un trozo de ese bollo. Es como esos bloques de cemento de nuestro supuesto comodoro. De todos modos, no se puede ofrecer lo que no se tiene. Pruebe un poco.

—No puedo — logró decir Stephen, cuyo cerebro por el momento rehusó seguir diciendo.

Siendo el reproche un típico recurso estéril, Mr. Bloom creyó mejor disolver, o por lo menos lo intentó, los grumos del terrón en el fondo, y reflexionó con cierto tono corrosivo sobre el Coffee Booth[33] y lo sobrio (y beneficioso en términos económicos) de su emprendimiento. Por supuesto que lo consideró un objetivo excelente y, sin discusión, productor de mucho bien. Estos refugios regidos por el principio de no expender licores en servicio de un público nocturno de cierto nivel, contertulios de conciertos, folletines y exposiciones de sumo interés (ingreso libre) por hombres doctos en beneficio del pueblo. Dicho esto, tuvo el preciso y penoso recuerdo de que lo recibido como retribución por su mujer, Mrs. Merion Tweedy, que tuvo un fuerte vínculo con ellos por un tiempo, un monto modestísimo como intérprete de Bosendörfer. El objetivo, quiso creer firmemente, es promover el bien y obtener un poco de beneficio, sin posibles competidores, por decirlo de ese modo. Veneno de sulfuro de cobre, SO4 o no sé qué en unos porotos secos recordó lo que leyó sobre el incidente en un bodegón mistongo, pero no recordó en qué momento ni dónde. De todos modos, consideró que hoy es imprescindible exigir inspecciones, inspecciones con criterio médico de todo lo comestible, lo que posiblemente fuese el motivo del éxito entre los consumidores del Choco-Drink del Dr. Tibble, teniendo en mente los estrictos controles higiénicos que se le exigen.

—Dele. Pruebe un poco —osó decir respecto del té recién revuelto.

Siguiendo el insistente pedido de que lo pruebe, Stephen tomó el rústico recipiente del oscuro estero -que desbordó en el momento de subirlo-, y bebió un sorbo del horrible mejunje.

—Por lo menos es un comestible sólido —lo urgió su genio protector—; soy un riguroso prosélito de los comestibles sólidos, y no lo digo de ningún modo de glotón, sino porque considero que comer de modo metódico es conditio de todo opus bien hecho, psíquico o físico. Usted tiene que ingerir comestibles sólidos. Se siente un hombre diferente.

— Líquidos sí puedo comer —dijo Stephen—. Pero le ruego que retire ese cuchillo enfrente de mis ojos. No puedo ni ver ese filo. Me produce recuerdos del Po[34].

Mr. Bloom proveyó presto su solicitud y quitó el supuesto utensilio criminoso, un cuchillo mocho común y silvestre con puño de cuerno sin dejos de imperio o de vetusto según el ojo lego cuyo extremo de todos modos resultó ser por cierto según observó su punto menos conspicuo.

—Los cuentos de nuestro compinche en común son como él —dijo Mr. Bloom en dirección de su confidente sotto voce re cuchillos—. ¿Cree usted que son genuinos? Puede seguir urdiendo esos cuentos cientos de minutos todo el turno noche mintiendo sin detenerse como un leguleyo. Mírelo.

Pero de todos modos, por mucho que sus ojos estuviesen llenos de sueño y viento del ponto, como el hecho de existir comprende multitudes de eventos y sucesos coincidentes de índole terrible bien se hubiese podido concebir como dentro de los límites de lo posible que sus dichos no fuesen puro invento incluso si en principio no hubiese un exceso de verosimilitud inherente de que todo el profuso vodevil que brotó de su pecho fuese un riguroso seguimiento del libro eterno.

En el ínterin fue construyendo un meticuloso registro del individuo de enfrente y desde el mismo momento en que lo vio lo Sherlokholmizó. Si bien un hombre de buen porte y no poco vigor, pero incipientemente pelón, mostró cierto toque espurio en su tipo como de un recién venido del presidio, y un mínimo esfuerzo de ingenio hubiese supuesto un vínculo entre un espécimen de ese espesor con el gremio de los escultores de bloques pétreos. Incluso pudo ser él quien terminó con su hombre, suponiendo que estuviese refiriendo cuestiones sobre él mismo, como los hombres frecuentemente dicen sobre los otros; es decir, que él mismo hubiese cometido el homicidio y hubiese cumplido su buen lustro de vil encierro por no decir ni mu sobre el rol de Tonio (ningún nexo con el individuo del mismo nombre surgido del ingenio de nuestro célebre escritor de versos y sonetos) quien redimió sus crímenes en el deprimente folletín recientemente descripto. Dicho esto, no consideró imposible que estuviese presumiendo sólo un poco, un defecto comprensible, porque reunirse con esos crédulos inconfundibles, residentes de Dublín, esos cocheros pendientes de los chismes del exterior, constituye un poderoso cebo que un viejo grumete, después de recorrer los siete pontos, no puede resistir exponer el eterno cuento del hundimiento del Hesperus y etc. Y después de todo, los embustes que un individuo dice sobre sí mismo no son ni un débil reflejo de los embustes que los otros dicen sobre él.

—Fíjese que no he dicho que todo es puro invento —retomó—. De vez en vez, por no decir frecuentemente, uno tiene un encuentro con ese tipo de fenómenos. Los cíclopes existen, pero es muy difícil que uno se cruce con ellos. Y Mercedes[35], regente de los pigmeos. En esos bustos del museo de Henry Street yo mismo he visto unos indios tenocos[36], como se les dice, que vivieron con los miembros inferiores encogidos, sin poder extenderlos ni por dinero porque estos músculos, ve —prosiguió, recorriendo con un índice en su contertulio el breve contorno— los tendones, o lo que fuesen, en el dorso del hinojo derecho, se les volvieron débiles por todo el tiempo que estuvieron encogidos de ese modo recibiendo devociones en su condición de dioses. De nuevo, ese es otro ejemplo de espíritus simples.

En fin, volviendo sobre el susodicho Simbud y sus terribles sucedidos (quien le recordó en cierto modo el Ludwig, dit Ledwidge, expuesto en los letreros del Goiety por su rol en El nórdico velero peregrino[37], en el tiempo en que Michel Gunn fue director del coliseo, un éxito estupendo, y sus seguidores, concurriendo en tropel, embistiéndose por oírlo si bien los veleros de todo tipo, espectros o no, sobre el proscenio siempre se ven medio deformes, lo mismo que sucede con los trenes) no creyó percibir en ellos ningún tipo de objeciones excluyentes, concedió. Por lo pronto, ese toque del cuchillo hundiéndose en el dorso le resultó muy en tono con esos gringos, si bien inocentemente de todos modos creyó posible conceder que esos confiteros y vendedores de pejerrey frito, por no incluir los vendedores de chips, y todo eso, en el pequeño Firenze vecino del distrito del Coombe, pueden ser individuos prudentes, sobrios, industriosos, sólo que posiblemente tuviesen cierto gusto por el despojo nocturno del inofensivo bicho del tipo felino, del género y tiempo que fuese, con el fin de cocerse un suculento guiso con el puerro de rigueur y consumirlo en el próximo refrigerio vespertino con todo sigilo, y, comentó, por menos que poco.

—Los ibéricos, por ejemplo —continuó—, con ese genio tempestuoso, fogosos como mecheros, tienen métodos de desquite muy expeditivos con esos cuchillos que esconden en el cinto. Eso viene del intenso bochorno, del tiempo. Mi mujer es, puede decirse, de origen ibérico o medio ibérico, mejor dicho. De hecho, de quererlo hubiese podido ser residente, porque su belén fue (stricto sensu) en territorio ibérico, es decir en el Peñón. Tiene el tipo ibérico. Moreno, pelo morocho, renegrido. Yo, en lo que me concierne, por cierto creo que el tiempo es el molde del genio. Es por eso que le pregunté si usted escribe sus versos en el léxico florentino.

—Los genios que vimos en el ingreso —interpuso Stephen—, se pusieron muy fogosos por diez chelines. Roberto rubo robo il suo.

—Eso es —corroboró Mr. Bloom.

—Entonces —prosiguió Stephen con los ojos en el infinito y en un coloquio consigo mismo o con un impreciso oyente desconocido— tenemos los ímpetus de Donte[38] y el trípode isósceles entre Miss Portineri[39], de quien se prendó, y Leonerdo y S. Tomosso Mostino[40].

—Viene incluido en el humor venoso —glosó Mr. Bloom—. Todos se sumergen en el humor venoso del sol. Coincide con que justo hoy estuve en el Museo de Molesworth Street, como prólogo de nuestro encuentro, si puedo decirlo de ese modo, viendo esos viejísimos monumentos. Esos cintos y esos pechos espléndidos por sus proporciones. No se ve ese tipo de mujeres entre nosotros. Existen excepciones, por supuesto. Cuerpos y rostros bonitos, sí, bellos en cierto modo puede ser que usted se encuentre con uno de vez en vez, pero lo que quiero decir es el modo femenino. Y no sólo eso; se visten con muy poco gusto, en su conjunto, y el vestido incide mucho en un bello cuerpo femenino, por mucho que se lo niegue. Los soquetes flojos y fruncidos —pueden ser, posiblemente son, mi peor obsesión— me deprimen por completo.

El interés, después de todo, se fue como quien dice diluyendo en torno de ellos y entonces los otros se entretuvieron discutiendo sobre incidentes en el ponto, buques perdidos en el cejo, colisiones con icebergs, todo ese tipo de sujetos. Popeye[41], desde luego, tuvo que decir lo suyo. Rodeó el extremo de Hornos un sinnúmero de veces y sufrió monzones inclementes, un tipo de viento, en los pontos chinos, y en medio de todos los peligros de los profundos precipicios siempre hubo un solo objeto, confirmó, que no le resultó infiel, o un término por el estilo, un distintivo prodigioso que siempre lo socorrió.

De modo que después de eso siguieron con el siniestro de Dount’s[42] Rock, el hundimiento de ese infeliz buque noruego del que por el momento ninguno recordó el nombre, pero que el cochero con el rostro mismo de Henry Compbell lo recordó, Pilme[43], en el frente costero de Booterstown, que fue el motivo de discusión en Dublín por ese entonces (E. W. Quill escribió unos versos muy meritorios sobre este episodio que publicó el Irish Times), el terrible ondeo rompiendo sobre el buque y el gentío en el frente costero conmovido e inmóvil por el horror. Luego uno mencionó el incidente del Mrs. Keirns de Newport, embestido por el Mone, viniendo por el recorrido opuesto, perdido entre el cejo y que se hundió con todo el mundo en el puente. No se le brindó socorro. El comodoro, el del Mone, dijo que temió que cediese el esqueleto. Por lo visto no le pusieron suficiente peso en los reservorios.

Entonces sucedió un incidente. Sintiéndose urgido de extender un foque[44], el viejo grumete dejó libre su puesto.

—Excúseme si me interpongo en su rumbo, socio —dijo en dirección de su vecino, sumido en un sereno sopor.

Se fue yendo, voluminoso y lento, con movimientos torpes, en dirección del portón, descendió el único estribo en el ingreso del refugio y dio un giro levógiro. Justo en el momento en que consideró su rumbo, Mr. Bloom, quien viéndolo ponerse de pie notó que de los dos bolsillos posteriores de sus gregüescos surgieron los picos de dos botellines de lo que estimó, en principio, como ron de filibustero, con el fin de extinguir de modo subrepticio su fuego interior, lo vio producir uno y emprender el descorche o, desenrosque, y, poniéndose el pico en los morros, beberse un buen sorbo del delicioso contenido con un sonoro gorgoteo. El incorregible Bloom, que sospechó como buen curioso que el viejo grumete pudo emprender incluso un ejercicio persecutorio del perfil femenino, quien, de todos modos, se esfumó por completo, pudo con cierto esfuerzo percibirlo de refilón, en el momento que repuesto por su heroico sorbo del ponche de ron contempló bien perplejo los pórticos y los rieles en el Loop Line[45] porque por supuesto le resultó muy distinto desde que lo vio en su último recorrido y mucho mejor construido. Uno o unos individuos invisibles lo pusieron en el sendero del mingitorio de hombres erigido por el comité de higiene; pero, después de un breve ínterin en el que el reinó un silencio imponente, el comodoro, describiendo evidentemente un extenso rodeo, comenzó su descompresión no lejos del refugio, y por unos segundos el ruido de sus líquidos servidos resonó en el piso, con lo que por lo visto interrumpió el sueño de uno de los equinos en el punto de reunión de los cocheros.

En resumen, un pesuño equino hizo cloc sustituyendo el punto de soporte luego del sueño y un conjunto de freno y tientos tintineó. Levemente molesto en su cuchitril lindero con el hornillo de coque, el sereno del municipio, quien, presentemente fundido y en pleno proceso de extinción, no resultó ser por cierto otro que el susodicho Gumley, viviendo hoy poco menos que de los subsidios religiosos, teniendo presente el empleo que, seguro, de modo generoso, le fue conseguido por Pet Tobin, en un irresistible impulso misericordioso, por ser él un viejo conocido suyo, modificó su posición y se estiró un poco los músculos como prólogo de un nuevo hundimiento en el generoso seno de Morfeo. Un genuino ejemplo de indigente en todo el rigor de su expresión en un individuo de noble origen y que vivió con todo el confort de un domicilio decente que en un momento se encontró con un sólido ingreso de £50 por semestre que por supuesto este soberbio borrico derrochó como un pródigo. Y de ese modo quedó, fundido, después de distribuir su dinero como un estúpido por todo Dublín, sin un mísero cobre en el bolsillo. Bebedor crónico, es ocioso decirlo, y en eso quedó expuesto de nuevo como lección el hecho de que muy verosímilmente hubiese podido vivir en un entorno próspero y cómodo si (pero un si muy pertinente) hubiese conseguido vencer su vicio específico.

Un coro de voces, en el ínterin, deploró de modo enérgico el derrumbe de los constructores de buques erineses, buques costeros o fleteros, todo producto de lo mismo. Un buque de Pelgreve Murphy producido en los muelles de Ringsend, lo único que se produjo en los últimos doce meses. Los muelles existen, desde luego, pero los buques son inexistentes.

Existen los hundimientos y los hundidores, dijo el custodio del refugio, evidentemente bien informé.

Lo que él hubiese querido conocer es por qué ese buque embistió el único peñón del golfo de Golwey[46] siendo que el proyecto del muelle de Golwey se discutió con un Mr. Worthington o un nombre por el estilo, ¿no? El que tiene que responder es el comodoro, les sugirió, pregúntenle con qué importe le untó los dedos el gobierno inglés por cumplir con su cometido[47]. Comodoro John Lever, de Lever Line.

—¿Qué me dice, comodoro? —requirió del viejo grumete recién vuelto de cumplir con sus discretos sorbitos y el resto de sus menesteres.

Ese digno hombre, que sólo escuchó el fin de este concierto o unos términos sueltos, gruñó en tono dudoso pero con ímpetu un cierto tipo de soneto en segundos o terceros[48]. Los puntudos oídos de Mr. Bloom lo oyeron escupir lo que posiblemente fuese el bollo (en efecto lo fue) que tuvo que tener en el puño cumpliendo con sus menesteres de ingerir y verter fluidos y que pudo producirle cierto gusto feo luego de ingerir el fuego líquido en cuestión. De todos modos entró meciéndose torpemente después de su feliz libo-cum-bebido, convirtiendo el reducto en soirée de vodevil, profiriendo, como un genuino hijo de cocinero[49]:

 

Los biscochos, uy, de duros como

dos tiestos de mulo,

los bifes, tipo Mrs. Lot,

 del sodio te duele el culo.

¡Oh Johnny Lever!

¡Johnny Lever, Oh!

 

Luego de proferir su efusión el temible espécimen entró como corresponde en el proscenio y, de nuevo en su puesto, se hundió, no sólo se sentó, torpemente en el molde provisto.

Skin-the-Kid, suponiendo que él fuese él, con evidente disgusto, ventiló sus rezongos en un incoherente sermón sobre los prodigiosos recursos de Erín o cuestiones por el estilo, descripto en su extensísimo discurso como el pueblo menos pobre de este mundo de Dios, sin excepción de ninguno, mucho mejor por lejos que el Reino Unido, con enormes reservorios de coque, seis millones de escudos en concepto de cerdos vendidos en el exterior, diez millones entre unto cremoso y huevos, y todo ese tesoro perdido por el inglés que somete con impuestos produciendo el sufrimiento de este pobre pueblo que siempre se desvive cumpliendo con sus compromisos, y ellos comiéndose los mejores cortes disponibles y un montón de humo en el mismo sentido. El coloquio consecuentemente fue creciendo y todos coincidieron en lo verosímil de esos hechos. Se puede producir todo tipo de cultivos en suelo erinés, expresó, y puso como ejemplo el coronel Evererd en Kells y su producción de snus[50]. ¿Dónde se consigue un tocino mejor que el erinés? Pero el momento de rendición de números, expresó en un crescendo muy seguro, convirtiéndose en el centro mismo del coloquio, se percibe en el horizonte del omnipotente Reino Unido, por mucho que fuese el poderío de su vil dinero, en virtud de sus crímenes. Pronosticó un derrumbe inminente diciendo que posiblemente se convirtiese en el peor desplome de todos los tiempos. Los berlineses y los nipones pueden tener su pequeño rol en el negocio, confirmó. Los boers fueron el principio del fin. El Brummogem[51] inglés viene en descenso y su noche es Erín, su punto débil, lo que le hizo referir lo del punto débil en el pie de Equiles, el héroe griego, punto que sus oyentes comprendieron presto ni bien él consiguió su completo interés poniendo un dedo índice sobre su botín y exhibiendo el susodicho tendón. El consejo que todo erinés debe seguir es: no emigres y produce en beneficio de Erín y vive por Erín. Erín, como dijo Pornell, no puede perder uno solo de sus hijos.

El silencio del recinto significó el fine[52] de su sermón. El grumete impertérrito escuchó estos lúgubres dichos sin perder el temple.

—Requiere un poco de esfuerzo, jefe —replicó el corindón en bruto, visiblemente molesto por el montón de estupideces precedentes.

Con este frío remojón, respecto del derrumbe etc., el custodio convino, sin desmedro de sus opiniones.

—¿Qué regimientos son los mejores? —inquirió el viejo de pelos grises en tono furibundo—. ¿Y los mejores en el cross-country y el fondo? ¿Y los mejores comodoros y coroneles que tenemos? Contésteme eso.

—Los erineses, por cierto —respondió el cochero émulo de Compbell, excepto por el rostro mugriento.

—Correcto —corroboró el viejo pilotín—. El rústico erinés devoto de Cristo. Es el eje y sostén de nuestro imperio. ¿Oyeron el nombre de Jem Mullins?

Concediendo que, como todo el mundo, pudiese tener sus opiniones, el custodio dijo no tener ni el mínimo interés en ningún imperio, nuestro o suyo, y consideró que el erinés que lo sirviese no puede ser digno de decirse erinés. Luego hubo cruces de términos descorteses fruto de lo fogoso de su discusión, requiriendo los dos, no es preciso decirlo, el respectivo visto bueno de los oyentes que siguieron el entrevero con cierto gusto siempre que no incurriesen en insultos y riñesen de hecho.

En virtud de los informes internos reunidos en un extenso período de tiempo Mr. Bloom se inclinó por tener ese tipo de silogismos como puro popó de estupideces porque siempre que estuviese pendiente el referido derrumbe por muy querible que fuese o no fuese, él siempre fue consciente del hecho que sus vecinos del otro borde del estrecho, excepto que se los subestime como los lelos que no son, posiblemente prefieren esconder su poderío en vez de exhibirlo. Esto es congruente con el quijotesco concepto común en ciertos círculos de que en veinte millones de lustros los filones de coque de nuestros primos del este muy posiblemente resulten insuficientes o por completo inexistentes y si, con el correr del tiempo, este tipo de suposición se cumpliese, su conclusión fue que como un número infinito de eventos, incidiendo todos ellos en el evento último, puede ocurrir de modo previo entonces consideró como lo menos pernicioso que en el ínterin se uniese lo mejor de los dos pueblos por muy diferentes que fuesen uno del otro. Otro pequeño punto de interés, los flirteos entre meretrices y burdeleros, por decirlo en el léxico del pueblo, reprodujeron en su mente el hecho de que los regimientos erineses fueron en su momento enemigos o socios de los ingleses; y de hecho frecuentemente esto último. ¿Y hoy, por qué? De modo que el entuerto entre este dúo, el custodio del refugio, de quien siempre se rumoreó que es o que supo ser Fitzherris, el célebre invencible, y el otro, evidentemente un impostor, le hizo deducir que todo eso bien pudo ser un nuevo cuento del tío, es decir, le hizo suponer que todo pudo ser un embuste exprofeso, siendo el suyo el testimonio de un estudioso, como ninguno, del espíritu del hombre, sin que los otros les descubriesen el juego. Y respecto del dueño o custodio, que posiblemente no fuese de ningún modo ese otro tipo, él (Bloom) no pudo eludir el sentimiento, y muy pertinentemente, de que con ese tipo de gente lo mejor es huir, excepto que uno fuese el rey de los felices pelotudos, y tener como principio de oro en su núcleo íntimo excluir todo lo que tuviese que ver con ellos y su vil entorno, existiendo siempre el posible peligro de un Donnymunn[53] que se vendiese corrompido por los jurisconsultos del reino —o del rey en estos tiempos— como ese Dennis o Peter Corey, lo que repudió por completo. En el mismo sentido, en principio siempre sintió un profundo disgusto por esos currículums llenos de crímenes. De todos modos, si bien su pecho en ningún momento cobijó ese tipo de delitos, reconoció sentir, por qué desmentirlo (bien que en su fuero íntimo), un cierto respeto por el hombre que esgrimió un cuchillo, el frío filo, con el ímpetu de sus convicciones (por mucho que él mismo no bendijese de ningún modo ese tipo de métodos), lo mismo que esos desquites fogosos en el Sur —o me pertenece o muero por su querer—, siempre que por lo común el esposo, luego de un breve soliloquio sobre los vínculos de su mujer con el otro suertudo individuo (el hombre los hizo seguir), hunde un cuchillo en el vientre de su cónyuge como producto de su lien post-himeneo supletorio pero de repente recordó que Fitz, conocido como Skin-the-Kid, lo único que hizo fue conducir el coche de los que cometieron el crimen, y por consiguiente, en principio, no fue cómplice del hecho, sobre lo que, en efecto, se fundó el discurso de un ingenioso jurisconsulto que le permitió seguir vivo. De todos modos lo consideró un hecho prescripto, y respecto del susodicho, el seudo Skin-the-etc., lo notó muy envejecido. Curioso que no hubiese muerto, de viejo o pendido de un cordel. Como ese tipo de vedettes que siempre se despiden del proscenio en funciones que se repiten —último concierto en vivo— y vuelven sonriendo. Mujeres de bien, de genio fuerte, sin esconder ningún recurso, siempre desprendiéndose de lo que tienen entre los dientes por recoger lo que se ve en el espejo del río. Del mismo modo sospechó que Mr. Johnny Lever debió desprenderse de sus buenos £.s.d. en el curso de sus recorridos nocturnos por los muelles en el cómodo entorno del pub Old Erin, Erin de mis sueños y etc. Luego, respecto de los otros, recordó que recientemente oyó el mismo cuento, y Stephen escuchó con qué sencillo y efectivo modo consiguió que el ofensor cierre el pico.

—No sé por qué lo enojó —dijo este sumofendido pero en su conjunto geniosereno individuo— lo que dije. Me dijo judío y de un modo furioso y ofensivo. Entonces yo, sin moverme ni un milímetro de los hechos, le dije que su Dios, Cristo quiero decir, incluso él fue un judío, y todos los suyos, como yo, si bien no lo soy. Eso lo dejó mudo. Si uno responde gentilmente diluye el enojo. No supo qué responderme como todos pudieron ver. ¿No es cierto?

Ex quibus —murmuró Stephen en un tono neutro, en el ínterin del coloquio de sus dos o doble dúo de ojos—. Christus o Bloom, como es su nombre o, si usted quiere, otro distinto, secundum corpus. [54]

—Por supuesto —especificó Mr. Bloom—, uno tiene que ver los dos puntos opuestos en cuestión. Es difícil imponer de modo ligero conceptos inflexibles que procuren decidir lo que es correcto o incorrecto, pero en efecto existe un sinnúmero de cuestiones perfectibles, si bien dicen que todo pueblo, incluyendo nuestro muy sufrido pueblo, tiene el gobierno que se merece. Pero si todos cediésemos un poco. Todo muy bien con ese mutuo sentimiento de creerse superior que el otro, pero ¿dónde quedó el equilibrio mutuo? Reniego de los procedimientos violentos y el extremismo en todos los sentidos. Eso no sirve y es por completo inconducente. Todo movimiento que implique revolución debe ser progresivo. Es evidentemente ridículo que dos pueblos se odien porque viven uno enfrente del otro y tienen léxicos distintos, por decirlo sin rodeos.

—El célebre y cruento tiroteo del puente y el tiroteo de los siete minutos entre Skinner’s Court y Ormond Dock.

Sí, Mr. Bloom coincidió en todo, suscribiendo de modo rotundo lo dicho, que eso fue irresistiblemente cierto y el mundo entero siempre estuvo lleno de ese tipo de cuestiones.

—Estuve por decir eso mismo —dijo—. Un intríngulis de testimonios incoherentes que inocentemente no se puede ni por lejos…

Todos esos míseros conflictos ponzoñosos, en su humilde opinión —bulto de los impulsos violentos o cierto tipo de folículo, de modo erróneo tenidos por puntillos de honor y un pendón — siempre fueron cuestión de cuestiones del dinero como fondo de todo, el egoísmo y los celos, sin que el pueblo supiese dónde detenerse.

—Ellos sostienen —comentó de modo oíble con el dorso en dirección de los otros contertulios que posiblemente… y le susurró en el… en el supuesto de que los otros, por prevención…

—Siempre se dijo que los judíos —susurró en el oído de Stephen— producen el hundimiento económico. Ese juicio no tiene ni un glóbulo de verosimilitud, lo sostengo sin titubeos. Los hechos históricos, ¿no es increíble?, son un testimonio concluyente de que el reino ibérico comenzó su descenso en el momento que su Inquisición persiguió y expulsó cientos de miles de judíos y el Reino Unido prosperó desde que Cromwell, un bribón súper ingenioso, quien, de todos modos tiene terribles cuestiones pendientes, los importó. ¿Por qué? Porque tienen sentido objetivo y son eminentemente objetivos. No quiero incurrir en ningún…, puesto que usted conoce mejor que yo los volúmenes pertinentes, y como si fuese poco, siendo usted muy ortodoxo… Pero en lo económico, por no meterme en lo religioso, el clérigo es sinónimo de estrechez. El reino ibérico de nuevo, usted lo vio en el conflicto bélico, respecto del poderoso Nuevo Mundo. Los turcos, es cuestión de fe. Porque si no creyesen que morir es el ingreso en el Edén hubiesen querido vivir mejor, por lo menos eso pienso. Es un embuste por el que los clérigos venden viento prometiendo estupideces. Soy erinés —retomó con gesto serio— como ese energúmeno que le mencioné recién y quiero ver que todo el mundo —concluyó— de todos los credos y niveles, recibe en proporción un ingreso módico y no un mísero monto, por ejemplo £150 por semestre. Es imprescindible y es posible y construye mejores vínculos entre los hombres. Por lo menos es lo que pienso. Eso es lo que creo que es querer uno su territorio de origen. Ubi populo, concepto que se nos enseñó en nuestros tiempos. Spiritus Ventri Protegere, vivet bene[55]. Donde se puede vivir bien, ese es el sentido, si uno tiene un empleo.

Con su pocillo de remedo de té imbebible, oyendo este compendio de dichos comunes, Stephen fijó los ojos en un punto impreciso. Pudo oír, por supuesto, todo tipo de términos de distinto color como esos percebes en Ringsend escondiéndose presto del sol vistiéndose de los colores diferentes del mismo limo donde tienen su refugio o eso. Después subió el rostro y vio los ojos que dijeron o no dijeron los términos que oyó decir: si uno tiene un empleo.

—No cuente conmigo —se le ocurrió decir, respecto de un empleo.

Los ojos se sorprendieron por este dicho porque su dueño pro tempore observó, o mejor dicho su voz lo hizo: todos tienen que tener un rol, es un deber, juntos.

—Quiero decir, por supuesto,—dijo con prontitud el otro— empleo en su concepto genérico. Incluso el empleo de escritor, no solo por el reconocimiento que produce. Escribir en los periódicos que hoy es el mejor medio que existe. Eso es cumplir un rol. Un rol prominente. Después de todo, por lo poco que sé de usted, después de todo el dinero invertido en su instrucción, usted tiene el derecho de recibir un retorno y ponerle un precio. Usted tiene el mismo derecho de vivir de sus escritos filosóficos como lo tiene el quintero. ¿O qué? Los dos son miembros de Erín, el cerebro y el músculo. Los dos son imprescindibles.

—Usted cree —replicó Stephen con gesto irónico— que yo debo ser conspicuo porque soy del distrito de S. Petrice conocido como Erín, resumiendo.

—Yo digo incluso —insinuó Mr. Bloom.

—Pero yo sospecho —interrumpió Stephen— que Erín debe ser notorio porque me pertenece.

—¿Qué es lo que le pertenece? —preguntó Bloom moviéndose un poco en su dirección, fingiendo no comprender muy bien—. Discúlpeme. Me temo que no escuché lo último que dijo. ¿Qué fue lo que usted…?

Stephen, evidentemente molesto, repitió y movió el pocillo de té, o lo que fuese, no muy gentilmente, diciendo:

—Es un punto sin fin. Terminemos con el punto.

Oyendo lo sugerido, Mr. Bloom, con el propósito de poner un fin sobre el punto, miró en dirección del piso, pero un poco confundido, sin comprender muy bien el sentido del requerimiento que le sonó medio descortés. El reproche, en cierto modo, le resultó menos borroso que lo subsiguiente. Ocioso decir que los efluvios de su reciente festín dijeron por él con cierto desdén y un curioso dejo irónico impropio de su condición de sobrio. Posiblemente convivir con los suyos, lo que Mr. Bloom siempre consideró muy beneficioso, no fue en él lo que debe ser o no se mezcló con gente de muy buen nivel. Con un dejo de inquietud por su joven vecino, en un estudio furtivo en cierto modo deprimido, teniendo presente su reciente regreso de Belleville, con esos ojos que le vienen indiscutiblemente de su progenitor y del mismo color que los de su sóror, sin poder comprender mucho del embrollo en cuestión, de todos modos, rememoró ejemplos de individuos cultos con luminosos futuros promisorios velozmente deshechos en un precoz proceso destructivo, sin otro reo que ellos mismos. Por ejemplo este episodio de O’Colloghon, por ponerle un nombre, ese bufón medio lelo, de noble estirpe pero sin recursos suficientes, con sus locos berrinches entre sus muchos otros procederes excéntricos de beodo crónico y con el propósito de promover el desconcierto de todo el mundo, tuvo por costumbre ir por el centro vestido con un terno hecho con folios de envolver (es cierto). Y después el consiguiente dénouement extinguido el jolgorio todo convertido en un completo estropicio, los compinches teniendo que socorrerlo, después de un severo sermón inútil de John Millon del Ministerio del Interior prometiéndole el correctivo del inciso dos del código, sin decir los nombres de los individuos comprometidos por motivos obvios que quienes tienen dos dedos de frente pueden deducir. Resumiendo, y poniendo los elementos en su sitio, seis dieciséis por quien él hizo oídos sordos, Tonio y sus socios, los jockeys y los estéticos y el dibujo indeleble furor de los 70s, incluso en el Recinto de los Lores, porque en su juventud el dueño del trono, por entonces presunto príncipe heredero, los nobles y otros notorios individuos no hicieron sino seguir el ritmo del jefe político, él reflexionó sobre los errores de los tipos célebres y los tiestos con nimbos en el sendero opuesto de lo decente, como sucedió con Cornwell en otros tiempos cubiertos por su lustre de un modo reñido con el mundo, que los decentes ojos de Mrs. Grundy vieron con repulsión, conforme con los códigos, bien que por motivos muy distintos de los que ellos posiblemente creyeron, fuese lo que fuese, excepto entre mujeres sobre todo, siempre riñendo por cuestiones de vestidos y todo eso. Si son mujeres con un decidido gusto por los indumentos interiores de primer nivel tienen que, lo mismo que todo hombre bien vestido, extender el terreno divisorio por medio de sugestiones de tipo indirecto, y como complemento y condimento de los vínculos indecorosos entre los sexos, ir desprendiéndose los mutuos botones respectivos, ojo con el broche puntudo, siendo que entre los indios isleños come hombres, con un sol inclemente, les hubiese sido por completo indiferente. Pero en fin, resumiendo, siempre hubo quienes fueron construyendo su cumbre desde el estribo inferior sin otro recurso que el puro músculo. El impulso bruto del genio congénito, eso. Con seso, señor.

Por estos y otros motivos, consideró de su interés e incluso su deber seguir despierto y obtener provecho de ese imprevisto segundo, incluso concediendo que no estuviese en condiciones de decir por qué, después de desprenderse de no pocos chelines de motu propio. De todos modos, el hecho de tender un puente con un individuo de un ingenio poco común, posible proveedor de sustento filosófico, siempre puede retribuir el pequeño… El estímulo del intelecto, en su opinión, es un tónico de primer nivel en beneficio del cerebro. Con el complemento del coincidente encuentro, discusión, tripudio, conflicto, el viejo lobo del ponto, del tipo toco y me voy, los nocheros, todo el universo de sucesos constituyendo todo un muestreo minúsculo del mundo en que vivimos, sobre todo que el vivir de los sumergidos, es decir, los mineros del coque, los buzos, los recolectores de moluscos, etc., fue recientemente puesto en el vidrio del microscopio. Obteniendo todo el provecho del sol[56] se propuso ponerlo por escrito y posiblemente tener el golpe de suerte que tuvo Philip Boufoy. Suponiendo que pudiese escribir un texto diferente de lo común (lo que por fin decidió), diez florines por segmento. Por ejemplo, Lo que viví en un refugio de cocheros.

Quiso el destino que el suplemento deportivo del Telexpress, tele mentimos, edición en tono rosillo, con todos los pormenores del encuentro hípico, estuviese no lejos de su codo, y justo en el momento del recomienzo de sus disquisiciones, lejos de rendirse, sobre un pueblo que le pertenece y el jeroglífico precedente, el buque recién venido de Bridgwoter y el souvenir que debió recibir un supuesto E. Boudin, descubrir de qué siglo es el comodoro, sus ojos recorrieron indiferentes los títulos de los sectores de su específico interés, el comprensivo periódico que todo nos dice. Primero tuvo un pequeño nerviosismo, pero resultó ser solo un episodio con un H. de Boyes, vendedor de implementos de escribir[57] o símiles. Tokio Tremendo Conflicto [58]. Enredos de querer en erinés, veredicto por £200[59]. Gordon Bennett. El embuste del exilio. Correo del Rey Willum +. Berkshire[60] Throwitout revive el Derby del ’92 donde el overo del coronel Morshell, Sir Hugo, se quedó con el distintivo celeste desmintiendo todos los pronósticos. El siniestro de New York. Mil dese perecidos. Fiebre de los morros. Sepelio del difunto Mr. Petrick Dignem.

Entonces discurriendo sobre otros puntos leyó sobre Dignem q. e. p. d., concluyendo que lo suyo no fue sino un muy triste fin.

Hoy jueves (lo puso Hynes, evidentemente) los restos del difunto Mr. Petrick Dignem fueron despedidos desde su domicilio, 9 Newbridge Street, Sendymount, y conducidos con destino de Prospect. El óbito, individuo gentil y generoso, tuvo un intenso rol como vecino de Dublín y su deceso, producto de un repentino síncope, fue recibido con mucho dolor por gentes de todos los sectores, quienes se duelen con sincero sentimiento por su deceso. El sepelio, donde estuvieron presentes muchos de los conocidos del difunto, fue hecho (es evidente que lo escribió Hynes con el soporte de Corny) por H.J. O’Neill & Son, 164 North Str. Rd. Entre los deudos estuvieron: Petk. Dignem (hijo), Bernie Corrigon (Herm. Polít.), John Henry Menton, jurisconsulto, Mertin Cunninghem, John Power eotondph 1/8 edor doredor douredoro[61] (seguro que fue en el momento que gritó Monks, el compositor de tipos en turno, por el dibujo de Keye’s), Thom Kernen, Simon Dedelus, Stephen Dedelus, B. L., Edwerd J. Lombert, Cornelius T. Kelleher, Joseph M’C Hynes, L. Boom, C.P. M’Coy, M’Intosh y muchos otros.

No poco molesto por ese L. Boom (conteniendo un error) y el renglón de ese jeroglífico de tipos, pero de todos modos divertido por C. P. M’Coy y Stephen Dedelus B. L., notorios, ni qué decirlo, como no concurrentes (lo mismo que M’Intosh), L. Boom lo puso en conocimiento de su socio B. L., entretenido en contener otro bostezo, medio nervioso, sin detenerse en el crónico montón de furcios de tipeo sin sentido.

—¿Incluyeron el primer texto que recibieron los Hebreos?[62] —preguntó ni bien se lo permitió el suprimido bostezo—. Texto: descierre de morros y meter el pie dentro.[63]

—Sí, por cierto —dijo Mr. Bloom (creyendo primero que quiso decir no sé qué sobre el obispo, pero oyendo lo de los morros y el pie no entendió qué conexión pudo tener), muy contento de descomprimir un poco su mente, y un poco sorprendido de que por fin Myles Crowford lo hubiese dispuesto todo, eso.

En el ínterin que el otro siguió leyendo eso en el pliego número dos el otro, Boom (por ponerle de momento su nuevo sobrenombre periodístico) empleó su breve recreo en releer los pormenores del tercer encuentro en Escot en el pliego número tres, desde su sitio correspondiente. 1000 escudos con el suplemento de otros 3000 en efectivo compitiendo potrillos enteros y vientres[64]. 1: Throwitout de Mr. F. Olexonder, c. b., Rightewey, un lustro, peso 9 st. 4 P, Threile (W. Leine); 2: Zinfondel, de lord Howerd de Wolden (M. Cunnon); 3: Sceptre de Mr. W. Bess. Con envites 5 – 4, por Zinfondel, 20 -1 por Throwitout (completo). Zinfondel y Throwitout corrieron hocico con hocico. El encuentro pudo muy bien ser de los dos, pero en un momento el oscuro lideró el pelotón y se fue yendo, convirtiéndose en vencedor del potrillo pinto de Howerd de Wolden y el vientre moro de Mr. W. Bess, Sceptre, sobre un recorrido de 4000 metros. El vencedor es discípulo de Breine, de modo que lo dicho por Lenehem sobre un embuste terminó siendo puro chisme. Tenido por justo vencedor por un cuerpo. 1000 escudos con 300 en efectivo[65]. Otros que corrieron: Minimum II de J. de Bremond (el potrillo bretón por el que Bentem Lyons preguntó insistentemente no cruzó el disco hoy pero posiblemente llegue en breve). Los diferentes modos de un buen golpe. Los infortunios del querer. Pero ese imprudente de Lyons se precipitó en su ímpetu por ser el último. Por supuesto que el juego eminentemente tiene ese tipo de efectos si bien, por cómo terminó el evento, el pobre tonto no tuvo muchos motivos de festejo por su elección, el sueño perdido. En síntesis, no son sino intuiciones.

—Todos los indicios sugirieron que posiblemente tuviesen ese fin —dijo Mr. Bloom.

—¿Quiénes? —preguntó el otro con un puño evidentemente herido.

—No deben sorprenderse si en un futuro bien próximo ven un periódico y leen: El Regreso de Pornell —comentó el cochero. Dijo tener el firme convencimiento. Un fusilero de Dublín estuvo de noche en ese refugio y dijo que lo vio en Bloemfontein. Fue el orgullo que lo terminó. Debió huir o esconderse por un tiempo después de que sesionó el Comité n° 15, y recomponerse como el hombre de siempre sin que lo designen con el dedo. Entonces todos se hubiesen puesto de hinojos enfrente de él pidiéndole que regrese, de nuevo dueño de sí mismo. Muerto, de ningún modo. Simplemente escondido donde no lo encuentren. El féretro vino lleno de pedregullo. Se mudó el nombre por De Wet, el líder bóer. Cometió el error de convertirse en enemigo del clero. Y que esto y que lo otro.

De todos modos Bloom (siendo este su nombre correcto) se sorprendió por los recuerdos de ellos, puesto que en nueve de diez episodios todo resultó ser sólo cúmulos de humo, no uno sino miles, y luego el olvido completo después de cinco lustros. Si bien poco posible ese mito del pedregullo pudo tener cierto viso de verosimilitud, pero incluso si lo tuviese, él consideró un regreso como muy poco conveniente, en los tiempos que corren. Evidentemente su muerte los puso muy nerviosos. O bien se hizo humo muy dócilmente por sus pulmones enfermos justo en el momento en que un buen número de sus proyectos políticos quisieron florecer o bien su muerte sucedió por omitir desprenderse de los botines y los indumentos después de un remojón lo que le provocó un resfrío y no lo consultó con un médico experto porque se encerró en su dormitorio y por fin murió de eso en medio del dolor ecuménico en menos de medio mes o muy posiblemente estuviesen molestos de ver que no les permitieron cumplir con su cometido. Por supuesto que desconociendo todo el mundo sus movimientos incluso previos, no quedó ni un indicio sobre dónde se metió, que resultó ser como lo del cuento ¿Elicie, dónde te metiste?, incluso en el tiempo previo de que se cubriese con diferentes nombres ficticios como Fox y Stewert; de modo que lo dicho por el señor cochero bien puede suponerse dentro de los límites de lo posible. Es lógico que todo ese embrollo debió destruirlo, por su condición de líder indiscutible y un porte imponente, un hombre enorme de dos metros en soquetes o un poco menos, es lo mismo, siendo que Dick y Jerry[66], simples pigmeos respecto de él y de ese tipo de gente que es mejor tener siempre bien lejos, conducen desde entonces el timón. Buen ejemplo que debe servir como lección, el ídolo de los pies de lodo. Y luego 72 de sus fieles seguidores convirtiéndose en sus enemigos, y envolviéndose en lodosos reproches mutuos. Lo mismo que sucede en los homicidios. Uno tiene que volver —obsesión por lo visto irreprimible— por exhibir enfrente de los segundones en el rol de conductores cómo fue que. Él lo vio en vivo, en el ominoso momento en que destruyeron los tipos de impresión del Insupressible o fue el United Erin, privilegio que él siempre recordó como un tesoro, y de hecho le devolvió el sombrero que recogió del piso y él le dijo Muy gentil nervioso y todo como no pudo ser de otro modo sin perder su gélido porte concediendo que hubiese tenido ese pequeño infortunio y desliz —un impulso congénito. Pero, respecto del hipotético regreso, excepto que fuese un perro suertudo muy posiblemente lo persiguiesen de nuevo ni bien toque puerto. Y después sufrir todos esos tirones, Tom defendiéndose y Dick y Henry[67] oponiéndose. Pero entonces, primero viene el encuentro con el tipo que tiene posesión y tiene que exhibir sus títulos, como el pretendiente en el pleito Tichborne, Roger Chorles Tichborne; Belle fue el nombre del buque, por lo que recordó, en el que él, el heredero, se hundió, como lo demostró su testimonio, y un dibujo indeleble en tinte chino, Lord Bellow, ¿no? como muy bien pudo referirle los pormenores un grumete del mismo buque, y después, coincidiendo con su descripción, decir presente con un Discúlpeme, mi nombre es Equis de Tul, o recursos por el estilo. Lo mejor, dijo Mr. Bloom en dirección de un vecino poco efusivo, y con un sorprendente símil con el distinguido líder objeto de discusión, hubiese sido recorrer primero el terreno.

—Ese monstruo de mujer, meretriz de los ingleses, lo terminó —comentó el dueño del piringundín—. Le puso el primer tornillo en el cobertor del féretro.

—Lindo monumento de mujer, de todos modos —comentó el ficticio concejero del municipio Henry Compbell—, y bien sólido. No fueron pocos los que sedujo. He visto su foto en lo del peluquero. El esposo fue un teniente o coronel.

—Eso —comentó muy contento Skin-the-Kid —, eso mismo, y un reverendo pelotudo.

Este delicioso recurso humorístico produjo un buen risoteo entre son cercle. Respecto de Bloom, este, sin el menor deseo de sonreír, sólo miró en dirección del portón y reflexionó sobre el episodio histórico que en su momento despertó un insólito interés, desde que, como si fuese poco, los hechos fueron expuestos en público, incluyendo los imprescindibles correos tiernos que se escribieron, llenos de dulces elogios fútiles. Todo comenzó como un querer puro, pero presto intervinieron los impulsos y un nexo surgió entre los dos que en poco tiempo se coronó en frenesí y se convirtió en el chisme de Dublín y el golpe mortífero llegó como venido del cielo y muy bienvenido por los no pocos ruines que de todos modos hubiesen producido su derrumbe por mucho que el flirteo fuese de dominio público pero mucho menor e indigno del enorme revuelo en el que subsecuentemente floreció. Pero, desde el momento en que se los vinculó por sus nombres, por ser él su preferido confeso, por qué subirse y proferirlo desde los techos en todos los vientos, es decir, que durmió en su dormitorio con él, lo que se ventiló como testimonio en el pupitre de los testigos y un estremecimiento recorrió el recinto repleto como un golpe eléctrico con un lote de testigos que juró que los vieron en este u otro momento huyendo de un piso superior con el socorro de unos estribos, en indumentos de noche, luego de un ingreso del mismo tipo, dibujo escénico que los periódicos, en cierto modo devotos de lo lúbrico, convirtieron en montones de dinero. Siendo que simplemente todo fue por un esposo que no dio el pinet[68], sin otro vínculo en común que el nombre y entonces viene el ingreso en el proscenio del hombre justo, fuerte en el límite con lo débil, que se pierde en sus misterios femeninos desprendiéndose de los vínculos con su mujer. Luego, lo de siempre, recibir sin protesto los sonrientes mimos del ser querido. El eterno punto del convivir de los cónyuges. ¿Puede el genuino sentimiento efusivo, suponiendo que hubiese un tercero en el medio, existir entre los cónyuges? Por mucho que no les incumbiese de ningún modo si él hubiese perdido el juicio en un impulso de irresistible devoción. Siempre fue un soberbio espécimen viril, evidentemente bendecido por dones de un orden superior respecto del otro, el milico figurón (prototipo del Bienvenido, mi distinguido coronel, de siempre del regimiento de jinetes del morrión, el 18vo. de los bohemios, por ser precisos) y verosímilmente fogoso (el líder muerto, se entiende, no el otro) de un modo u otro por lo que por supuesto su tesoro, como mujer, percibió presto que muy posiblemente él se convirtiese en un hombre notorio, lo que muy bien hubiese conseguido de no ser por los clérigos y los ministros del credo, en bloque, sus fieles primeros seguidores y sus queridos inquilinos rústicos sometidos por quienes desde el principio peleó de un modo que ellos no concibieron ni pudieron concebir consiguiéndoles enormes servicios en todo el territorio, cocieron el lechón del himeneo poniendo sobre su tiesto pilones de coque encendidos, muy como el célebre borrico del cuento[69]. Viéndolo desde el recuerdo, como en un convenio retrospectivo, todo eso se le ocurrió un sueño. Y volver siempre es lo peor porque es ineludible sentirse como escuerzo de otro pozo porque todo es distinto con los tiempos. Y qué, reflexionó, el frente costero de Irishtown, un distrito que no visitó por lustros le resultó en cierto modo diferente desde que, como sucedió, fijó su domicilio en sector norte. Norte o sur, de todos modos, es siempre el mismo puro y simple cuento de los sentimientos fogosos, escupiendo el chorizo con un desquite estilo fierro[70] y que coincide lo que él vino diciendo, puesto que su mujer resultó ser de origen ibérico o medio ibérico, de ese tipo de genios que no sirven un guiso crudo, el fervoroso sosiego sureño, desprendiéndose en el viento todo indicio de pudor.

—Eso coincide con lo que vengo diciendo —él, con fervoroso sentimiento comentó con Stephen—. Y si no me equivoco mucho, fue de origen ibérico.

—Descendiente mujer del rey de los ibéricos —contestó Stephen, repitiendo o mejor dicho emitiendo unos susurros incoherentes del tipo bienvenido y me despido de ustedes mis cebollines ibéricos y entre Dedmen y Rumhed y el extremo del Tirreno cientos y cientos tenemos[71]

—¿En serio? —dijo Bloom sorprendido, si bien de ningún modo perplejo—. Ese rumor es nuevo. Es posible, sobre todo porque vivió en ese sitio. Es cierto. En suelo ibérico.

Eludiendo con esmero un libro en su bolsillo, Los dulzores del, lo que justo le recordó ese libro del reservorio de Copel[72] Street que se le venció, produjo su monedero, revisó su heterogéneo contenido, y por fin…

—Fíjese un poco —dijo eligiendo su foto que puso sobre el cobertor de hule— ¿no cree usted que es del tipo ibérico?

Stephen, oyendo que evidentemente lo interpeló, miró su foto con un robusto cuerpo femenino, con sus dotes visiblemente expuestos, en el esplendor de su condición de mujer, luciendo un vestido de noche de corte ostentoso con el fin de exhibir libremente el pecho, con un generoso despliegue de los senos, morros gruesos y unos dientes perfectos, de pie, con gesto solemne, enfrente de un Bosendörfer, en cuyo pupitre pudo ver el texto del himno En el viejo Toledo hermoso en cierto modo, muy oído por ese entonces. Sus ojos (los ojos de su mujer) vivos y oscuros, puestos en Stephen, en un incipiente sonreír por cierto objeto digno de ver, siendo Lofoyette de Westmorelend, primer estudio de fotos de Dublín, quien dispuso el enfoque estético.

—Mrs. Bloom, mi mujer, en su rol de primer intérprete Mrs. Merion Tweedy —indicó Bloom—. No es muy reciente. Del 96 o el 97. Como si no hubiese envejecido.

Como vecino del joven, él mismo miró en su foto, el cuerpo de su mujer, quien, le confió, resultó ser descendiente de Brien Tweedy que desde su niñez demostró tener el don melódico e incluso hizo su debut en público poco después de cumplir los dieciséis. Respecto del rostro, su expresión lo dice todo, pero ese tipo de foto desmiente un poco el perfil por el que comúnmente se distingue y que no se ve del todo embellecido con ese vestido. Pudo muy bien, dijo, ponerse un conjunto, que no le ciñese mucho cierto tipo de redondeces del… Él reivindicó, siendo un pintor modesto en su tiempo libre, el perfil femenino en su conjunto, su contorno; coincidentemente hoy mismo, estuvo viendo esos monumentos griegos, unos grupos escultóricos perfectos, en el Museo Erinés. El ónix consiguió reproducir los modelos de origen, el torso, los hombros, todo lo simétrico. Todo el resto, sí, son conceptos pudibundos. Pero, St. Joseph’s regente[73]… no existe foto que le siente porque, simplemente, en resumen, no es lo mismo que el noble hecho estético.

Por él, hubiese seguido el buen ejemplo del viejo grumete y exhibido su foto sobre el hule por unos minutos como un testimonio elocuente con el pretexto de… que el otro se embebiese de su bello conjunto, siendo que ver su cuerpo en el proscenio le provocó un deleite que ningún tipo de foto hubiese podido reproducir. Pero no lo creyó coincidente con los códigos del buen gusto, si bien el buen tiempo nocturno, levemente fresco en pleno junio, porque después del diluvio viene el sol… Y por cierto sintió un impulso específico, como un pedido de su voz interior que le pidió obedecer un posible requerimiento urgente poniéndose en movimiento. Pero de todos modos, se quedó en su sitio, con un ojo puesto en su foto con unos pliegues en el sector de evidentes redondeces, bello cuerpo después de todo, y luego movió los ojos, reflexivo, con el propósito de no contribuir con el posiblemente creciente desconcierto del otro en tren de ver lo simétrico de ese sinuoso embonpoint. Por cierto, el leve deterioro de su foto le sumó cierto misterio delicioso, como esos lienzos del lecho levemente sucios, no menos buenos que los nuevos, mejores de hecho, después de perder su rigidez. ¿Y si se hubiese ido en el momento que él?… Recordó los versos busqué el quinqué que me dijiste[74] pero fue sólo un recuerdo efímero porque entonces revivió el desorden diurno del lecho y el libro sobre Ruby con lo de meten sin coces (sic) que terminó en el suelo muy convenientemente lindero del doméstico dompedro, con perdón de Lindley Murrey[75].

Por cierto disfrutó el roce con ese joven instruido, distingué, y no poco impulsivo, por lejos lo mejor del lote, si bien de ningún modo evidente… pero cierto. Incluso expresó un gusto genuino por su foto lo que, indiscutiblemente, consideró muy cierto, concediendo que tuviese hoy un ligero exceso de peso. ¿Y por qué no? Un enorme torrente de chismes corrió desde siempre sobre ese tipo de hechos produciendo bochornos perennes con escritos revulsivos en los periódicos sobre los viejos embrollos entre cónyuges de siempre que le fue infiel con el reconocido tipo del golf o con el nuevo preferido del vodevil en vez de ser honestos y discutir esos episodios de un modo sincero. Cómo los unió el destino y un vínculo que surgió entre los dos de modo que sus nombres fueron uno solo según el ojo del público se ventiló en el recinto con correos llenos de expresiones cursis y de profundo compromiso, sin discusión posible, que fueron testimonio de que convivieron sin disimulo ocho o diez veces por mes en un conocido hotel costero y que los vínculos, siguiendo su curso lógico, se volvieron en su debido momento íntimos. Después el decreto nisi y el pedido del Jurisconsulto del Rey de ofrecer testimonio y no pudiendo él oponerse, el nisi se quedó firme. Pero respecto de eso, los dos ofensores, por completo envueltos como lo estuvieron en su respectivo torbellino fogoso, pudieron permitirse desconocerlo, como ocurrió por un buen tiempo pero el hecho lo tomó un jurisconsulto que en su debido momento presentó un testimonio en nombre del ofendido. Él, Bloom, tuvo el privilegio de coincidir con el mismísimo rey sin nimbo del Erin en el momento del histórico tumulto en que un grupo de seguidores del líder vencido, consecuente con sus principios incólumes, incluso cubierto con el peso de ser tenido por reo infiel, en un número de diez o doce o posiblemente quince, ingresó en el recinto de impresión del Insuppressible o no fue United Erin (un nombre, debe ser dicho, no muy pertinente), y rompieron los moldes de composición con objetos contundentes u otro tipo de utensilios todo como desquite por los irreverentes conceptos vertidos por el plumín ligero de los escribidores fieles de O’Brien ejerciendo su común oficio de cubrirlo de lodo, refiriendo cuestiones del círculo íntimo del querido tribuno. Por muy distinto que fuese, tiene que seguir siendo un tipo imponente, desde luego vestido sin el menor escrúpulo coqueto como de costumbre, con ese golpe de ojos de firme decisión que siempre tuvo un poderoso efecto sobre los espíritus tímidos hundidos en un profundo desconcierto ni bien descubrieron los pies de lodo de su ídolo, después de convertirlo en monumento, lo que su intuición de mujer descubrió primero que ninguno. Como esos fueron tiempos muy violentos, en el revuelo que se generó, Bloom sufrió un ligero golpe fruto del grosero empujón en pleno vientre que le propinó un tipo del gentío pretendiendo por supuesto conseguir un sitio preferente, lo que por suerte no le produjo ningún perjuicio serio. Su sombrero (el de Pornell) terminó en el piso por un hecho fortuito y, suceso indiscutiblemente histórico, Bloom fue el hombre que lo recogió entre el gentío viendo lo sucedido con intención de ponerlo (y en efecto se lo puso con sorprendente prontitud) en poder de su dueño quien, sin resuello y con el tiesto descubierto y cuyo cerebro en ese momento no se preocupó mucho del sombrero, siendo un gentilhombre de noble origen y comprometido con nuestro suelo, recorriendo, él, de hecho ese sendero, menos por deseos de poder que por otros motivos, por serle congénito, lo que se le inculcó de niño sobre los hinojos del ser que lo llevó en su vientre en el sentido de lo que quiere decir tener buenos modos surgió en el momento porque se volvió en dirección de quien le tendió el sombrero y se lo reconoció con perfecto équilibre, diciendo: Le quedo muy reconocido, señor, pero en un tono de voz muy diferente del pomposo léxico del jurisconsulto cuyo cubre tiesto Bloom en un momento diurno de ese mismo jueves se permitió sugerir que corrigiese[76], repetición de hechos históricos con un toque diferente, luego del entierro de un conocido en común en el momento en que quedó solo luego de cumplido el lúgubre deber de introducir sus despojos en un sepulcro.

En otro sentido, lo que lo irritó no poco interiormente fueron los chistes burdos de los cocheros y como si esto fuese poco, que todo se les ocurriese divertido, riendo sin un mínimo pudor, pretendiendo entenderlo todo, el cómo y el por qué, siendo que difícilmente no entendiesen ni un bledo, por ser cuestiones que deben resolverse entre los dos excepto que el esposo legítimo tuviese un rol en el negocio en virtud de un correo de incógnito remitido por el célebre John Somebody, que tropezó sin querer con ellos en el momento justo los dos confundidos en un beso y convirtiéndose en foco de curiosos que ven sus procedimientos ilícitos produciéndose un revuelo doméstico y el bello rostro femenino pidiendo perdón de hinojos enfrente de su dueño y señor y prometiendo romper los vínculos ilegítimos urgentemente y no recibirlo de nuevo si el esposo ofendido pudiese poner lo sucedido en el cofre del olvido, con los ojos húmedos y enrojecidos, si bien posiblemente poniendo los dedos en cruz en ese mismo momento, puesto que muy verosímilmente tuviese otros. Él, en su furo íntimo, siendo en cierto modo un escéptico, siempre creyó, incluso lo dijo sin ningún prurito, que el hombre, o los hombres en su conjunto, siempre son un nombre pendiente en el rol de ingreso de un montón de mujeres, incluso suponiendo que fuese un ejemplo ecuménico de mujer y estuviese muy bien con el esposo, en el momento que, de repente, desentendiéndose de sus deberes, decide que tuvo suficiente con eso del yugo y quiere perseguir el escozor de un ligero flirteo sintiéndose dulcemente libre de conseguir el interés de ellos con intención indecente, siendo el colofón que sus sentimientos efusivos se ponen por fin en otro, el motivo concreto de muchos imbroglios entre mujeres con esposo que siguen seduciendo cincuentones buenos mozos, o incluso menos viejos, como puede verse en los muchos episodios de coqueteo y presunción en todo el universo femenino.

Es triste que un joven bendecido con el don del intelecto, como le resultó evidente en su vecino, perdiese su precioso tiempo con meretrices que le pueden imbuir su perenne veneno venéreo. Respecto de su dulce condición de célibe, bien puede suceder, con el oportuno surgimiento de Miss Proper, que termine uniéndose en himeneo, pero en el ínterin el cortejo femenino es conditio sine qui non[77], por muy imposible que lo creyese, sin intenciones de querer emprender un sondeo de Stephen sobre Miss Ferguson (quien bien pudo ser el lucero protector que lo convocó en Irishtown en medio del silencio nocturno) respecto de si él puede sentir cierto regodeo en el rol del joven que se pone de novio con su tesoro y los diez o veinte encuentros por mes en los domicilios de ese tipo presumido de jóvenes mujeres sin un penique de dote con el ortodoxo trote previo del lisonjeo y los recorridos que conducen por los senderos de los jóvenes tórtolos y los lirios y los bombones. Increíble que no tuviese un techo y un cobijo y suponerlo sometido por el rigor de un dueño de pensión peor que los de los cuentos en lo mejor de su juventud le resultó muy triste. Los sucesos imprevistos con los que se encontró de pronto repercutieron en el hombre menos joven de los dos que resultó ser como un tutor respecto del otro o como su progenitor pero por cierto tiene que comer, por lo menos un guiso doméstico sin químicos o, si no fuese posible, el doméstico Humpty Dumpty hervido.

—¿En qué momento ingirió usted su último comestible sólido? —preguntó en dirección del esbelto perfil y rostro ojeroso pero liso.

—En un momento del miércoles —dijo Stephen.

—El miércoles —profirió Bloom, y entonces recordó que después de doce es el futuro— ¡Oh, usted quiere decir que son doce y quince p.m.!

—El miércoles previo del jueves—dijo Stephen rompiendo su propio récord.

Por completo sorprendido oyendo su confesión, Bloom reflexionó. Por mucho que no coincidiesen en todo, notó cierto terreno en común, como si los dos estuviesen, por ejemplo, en el mismo tren de reflexión. En su momento, en otros tiempos, metido en el mundillo de un comité no estuvo lejos de convertirse en miembro del congreso en los tiempos de Buckshot[78] Foster (lo que de hecho consideró todo un honor) incluso recordó en un esfuerzo de retrospección que supo tener cierto nivel de comprensión, bien que no reconocido, por ese tipo de extremismos. Por ejemplo, en los sucesos de los inquilinos desposeídos, por entonces incipiente por mucho que estuviese presente entre los intereses del pueblo, él, ni qué decirlo, sin contribuir con un cobre de su bolsillo y desmintiendo como cuestión de fe sus rígidos principios, no pocos de ellos sin el mínimo sustento, coincidió en principio y por lo menos en lo teórico, con los derechos de los productores de poseer sus lotes, siguiendo el eco de los criterios modernos, concepto tendencioso del que, reconociendo su error, se desprendió, e incluso se rieron de él diciendo que su celo superó el de Michel Deivitt en los conceptos extremos que este sustentó en un tiempo sobre lo imperioso de que los productores fuesen los dueños de sus lotes, suficiente motivo de su resentimiento por el grosero insulto que recibió sin ningún disimulo en el mitin de tribus en lo de Berney Kiernen; de modo que él, frecuentemente incomprendido y el menos hostil de los seres vivientes, es imperioso repetirlo, se movió de sus rígidos códigos con el fin de infligirle (de moto simbólico) un directo en pleno vientre, si bien respecto de los grupos políticos siempre fue muy consciente del fruto eterno de esos movimientos y el desprecio mutuo y el derrumbe económico y los sufrimientos que producen como conclusión ineludible entre los jóvenes; que los fuertes son los primeros que se destruyen, en resumen.

De todos modos, midiendo perjuicios y beneficios, viendo el número uno en su reloj, estimó prudente ir yéndose. El punto resultó ser lo conveniente o no de correr el riesgo de meterlo en su domicilio, por si sobreviniesen imprevistos (con el genio que tiene un ser que yo sé) que lo pudriesen todo, como ese invierno de noche en que cometió el error de meterse en Quebec Tce. con un perro (pedigrí desconocido) rengo con un dedo herido, no es que fuese lo mismo ni lo opuesto, pero él resultó tener un puño herido; lo recordó con nitidez como que fue testigo. En otro sentido, lo inoportuno del momento en el reloj y los kilómetros que hubiese tenido que recorrer excluyeron eso de Sendymount o Sendycove, de modo que quedó medio perplejo respecto de qué opciones… Todo le indicó que, viendo el inconveniente en su conjunto, posiblemente lo mejor fuese obtener todo el provecho de su presente condición. En un primer momento lo creyó un tipo indiferente o poco efusivo, pero en cierto sentido mejoró su opinión. Primero, posiblemente no se pusiese chocho de contento, como se dice, con su ofrecimiento, y sobre todo lo preocupó que no supo cómo decírselo o con qué términos; suponiendo que consintiese en seguir su proposición, siendo un sincero gusto suyo que le permitiese socorrerlo consiguiéndole un poco de dinero o qué ponerse, si no se ofende. Por fin, por último se decidió, eludiendo por el momento los prolegómenos de rigor, por un pocillo del nutritivo ChocoEpps y un lecho provisorio por 1 noche, sobreponiendo unos felpudos y el sobretodo en dos como un cojín; un poco de cobijo en un sitio seguro, y tibio como bollo en el rescoldo. No creyó percibir en ello ningún perjuicio, siempre que no hiciesen mucho ruido. Consideró oportuno ponerse en movimiento, puesto que ese divertido monigote, el esposo peregrino en cuestión, debió tener cemento en su sillón y no mostró ningún deseo urgente de oprimir el timbre de su domicilio en su querido Queenstown, y que muy posiblemente fuese en un tugurio de meretrices en retiro no lejos de Sheriff Street Lower, donde este individuo equívoco viviese el resto del mes, destruyendo sus nervios (los del lote de vejestorios) con increíbles ficciones de revólveres de seis proyectiles recorriendo el trópico, produciendo temblores de horror, y concurrentemente hundiendo sus dedos en sus mullidos senos con groseros toqueteos y bebiendo litros de poitín[79] y el conocido sonsonete sobre sus propios hechos heroicos, si bien respecto de conocer su nombre verídico hubiese sido como decir supongo XX como mi verídico nombre y dirección, como Mr. Lógico lo certificó temere[80]. En el ínterin se rio en su fuero íntimo de su ingenioso recurso con el energúmeno respondiéndole que incluso su dios fue un judío. Los hombres pueden sufrir el mordiscón de un lobo, pero lo que los vuelve locos es el mordisco de un cordero. Es incluso el punto menos fuerte del tierno Equiles, tu dios fue judío. Porque poco menos que todo el mundo cree que vino de Litrim o de un sitio no lejos de Sligo.

—Le propongo que —sugirió por fin nuestro héroe después de unos minutos de reflexión, metiendo prudentemente su foto en el bolsillo—, visto que en este recinto es imposible que uno respire, que se quede por hoy en mi domicilio y conversemos en el recorrido. ¿Qué me dice de un pocillo de ChocoEpps? Espere, yo invito esto.

Siendo irse el mejor de los proyectos y el resto un sencillo derrotero, hizo un signo, metiendo prudentemente su foto en el bolsillo, requiriendo el interés del custodio del tugurio, que por lo visto no…

—Si, es lo mejor —comentó en dirección de Stephen, quien entre el Brozen Heod[81] o el piso de él u otro sitio no supo muy bien qué…

Todo tipo de proyectos utópicos describieron giros en su conmovido cerebro (el de Bloom). El proceso de instrucción (el genuino), los libros, el periodismo, los cuentos escogidos del Titbits, los medios de promoción novedosos, los piletones térmicos y los tours de concierto por lujosos resorts ingleses llenos de coliseos, llenos de público, los duetos en gringo con tono bien neutro y un sinnúmero de otros tópicos, sin tener por cierto que ir diciéndolo por doquier y un poco de suerte. Todo lo que se requiere es decir presente en el momento oportuno. Porque él siempre sospechó que él heredó el registro de voz de su progenitor como legítimo soporte de sus pretensiones y si hubiese dinero en juego él hubiese ido doble versus sencillo, por lo que no vio ningún inconveniente en emprender un coloquio en ese sentido como un modo de…

El cochero leyó en el periódico que se expropió que el exvirrey, el conde Codogon, presidió el copetín del gremio de los cocheros en cierto suburbio de Londres. Un silencio y uno o dos bostezos respondieron el novedoso reporte. Luego el viejo espécimen del rincón, poseedor de un resto de luz en sus ojos, leyó en voz fuerte que sir Enthony McDonnell dejó Euston por un encuentro en el domicilio del primer ministro o un rollo por el estilo. Oyendo este misterioso informe un eco preguntó por qué.

—Déjeme ver un poco este novelón, nono —interrumpió el viejo grumete, con evidente impulso curioso.

—Con mucho gusto —respondió el vejestorio de ese modo requerido.

El viejo grumete produjo de un estuche unos lentes verdosos y con un movimiento muy lento se los colocó y se oprimió los soportes sobre el semicírculo posterior de los oídos.

—¿Tiene dolor de ojos? —le preguntó el divertido doble del tesorero del municipio.

—Y qué —contestó el piloto del rostro peludo, quien en su humilde modo exhibió cierto gusto por los libros, con el foco puesto en los ojos de buey verde ponto (como bien hubiesen podido describirse)—, uso lentes de leer. Los vientos y el limo corrosivo del Ponto Rojo me lo produjeron. En un tiempo he leído libros dentro de un tonel, como se dice[82], los cuentos de 1001 noches siempre fue mi preferido y Mujer rojo pimpollo.

Entonces descerró el periódico sosteniéndolo sobre el cobertor de hule con sus enormes puños y se detuvo en un texto indistinto, reflote de un cuerpo hundido o los hechos heroicos de King Willow[83], donde Ironmonger contribuyó con ciento y pico de wickets por los Notts, en momentos en que el custodio del refugio (por completo indiferente del Eire) se mostró muy entretenido en desprenderse los cordones de un botín nuevo o de segundo uso evidentemente ceñido, profiriendo un redondo insulto que tuvo como destino los progenitores del impreciso dependiente que se lo vendió, en el ínterin que todos los que suficientemente despiertos exhibieron en sus rostros un mínimo de expresión perceptible, por no decir un gesto, o bien pusieron sus ojos en el infinito o dijeron dos o tres estupideces.

Resumiendo, viendo lo oportuno del momento, Bloom fue el primero en ponerse de pie por no exceder los límites del buen huésped y sobre todo después de cubrir el costo del consumo, cumpliendo con el gentil ofrecimiento de un convite por hoy, previniendo con un signo poco menos que imperceptible por los otros en dirección de nuestro mesonero con el fin de requerirle que recogiese el monto correspondiente, componiendo un importe de cinco peniques (monto que depositó con discreción sobre el cobertor de hule en cinco cobres, por cierto los últimos Mohiconos[84]), después de que verificó los precios en el menú que encontró justo enfrente expuesto con el propósito de ser visto por quien lo quisiese ver con signos inconfundibles, té 2 d., bollos d°, y siendo sincero, bien dignos del doble de ese dinero de tiempo en tiempo, como supo decir Wetherup.

—En movimiento —dijo como fin de soirée.

Viendo el éxito de su truco y el frente costero libre, emprendieron juntos el retiro del refugio o tugurio despidiéndose de su élite del pilotín y sus socios entre quienes sólo un terremoto hubiese producido el fin de su dolce fer niente.[85] Stephen, que confesó seguir un poco difuso y débil, se detuvo en, por un momento… el portón con el fin de…

—Lo que no puedo entender —dijo en el ingenio del momento y por ser ocurrente— es por qué invierten los muebles, quiero decir, en los boliches, por qué de noche ponen los sillines sobre los topes.

Reflexión que si bien lo tomó de improviso el increíble Bloom replicó sin titubeos:

—Porque el turno siguiente viene con el escobillón.

Diciendo eso dio unos cortos brincos en círculo, queriendo por cierto, coincidentemente con un pedido de perdón, ponerse en el sector derecho de su contertulio, un tic suyo, por cierto, siendo el sector derecho, en el sentido griego, su débil punto de Equiles. El vientecillo nocturno le resultó muy beneficioso, si bien Stephen sintió un poco flojo sus miembros inferiores.

—Le viene (el viento fresco) muy bien —dijo Bloom, queriendo decir y lo mismo un poco de movimiento—, en un minuto. Sólo tiene que ponerse en movimiento, y después se siente un hombre diferente. Dele. No es lejos. Recuéstese en mí.

Consecuentemente, vinculó su miembro superior izquierdo con el derecho de Stephen y consecuentemente lo guio.

—Sí —dijo Stephen sin convicción, porque pensó en el roce de un desconocido que lo tocó, un poco fofo, un poco tembloroso, un poco todo eso.

Pero en fin, fueron por el cuchitril del custodio, con los bloques, el hornillo, etc., donde el custodio del municipio, ex Gumley, continuó en todos los sentidos de término, envuelto en el seno de Murphy[86], como dice el dicho, perdido en sueños de frescos predios y verdes centenos. Y en ce qui concerne el féretro relleno de pedregullo, el símil no desentonó, puesto que fue lo que hicieron con él, cubrirlo con pétreos proyectiles 72 de los 80 distritos de electores que se fueron en el momento de su escisión, y sobre todo los rústicos que protegió y posiblemente los mismos inquilinos desposeídos que él se ocupó de restituir en sus posesiones.

Entonces discutieron sobre el mundo melódico, un tipo de expresión por el que Bloom, como simple lego, siempre sintió devoción, yendo codo con codo por Beresford Street. Los conciertos de Wegner, bien que un prodigio en su género, forzoso es reconocerlo, un poco plomizo en opinión de Bloom, y difícil de seguir desde un primer momento, pero composiciones como los Hugonotes de Mercodonte[87], los Siete Ultimos Términos en su Cruz de Meyerbeer y el Duodécimo Servicio Religioso de Mozert simplemente lo conmovieron desde siempre, siendo el Glory de dicho opus el summum de lo sinfónico de primer orden, lo genuino, poniendo todo el resto en el quinto subsuelo. Él siempre prefirió por lejos los himnos religiosos de los seguidores de Cristo respecto de lo que pueden ofrecer sus competidores en ese segmento, como esos himnos de Moodey y Sunkey o Pídeme vivir y viviré insistiendo en que soy tuyo. Siempre sintió un enorme deleite por el Virgen de pie de Rossini, composición que contiene momentos sublimes, donde su mujer, Mrs. Merion Tweedy, descolló, siendo todo un éxito, él osó decirlo muy seguro, lo que complementó sus otros triunfos ensombreciendo el prestigio de sus competidores, en el templo jesuítico de Upper Gordiner Street, con el bendito edificio repleto queriendo oír su concierto con virtuosos, o mejor dicho virtuosi. Según el público y los críticos en su conjunto su nivel es muy superior respecto del resto que le sigue muy de lejos, y ni qué decir que en un sitio donde los conciertos religiosos son un culto hubiese un coro de peticiones de bis. En su conjunto, incluso prefiriendo el género operístico ligero del tipo Don Giovine y Mertle, un rubí en su tipo, él confesó un enclin, bien que con un conocimiento muy superfluo, por el severo estilo del liceo como por ejemplo Mendelssohn. Y respecto de este, suponiendo su seguro conocimiento de todos esos viejos opus célebres, citó el excelso opus de Lionel en Mertle (Il mio incontro), que por un curioso truco del destino oyó, mejor dicho entreoyó, este último jueves, privilegio que le produjo un sincero deleite, de los morros del digno progenitor de Stephen, vertido de modo perfecto; ejecución que superó todo lo conocido por él. Stephen, respondiendo un requerimiento hecho en tono gentil, dijo no conocerlos pero se extendió en elogios de los coros de Shekspierre, por lo menos los de ese período o próximo, el ejecutor de timple Dowlend de Fetter Ln. vecino de Gererd el del vivero, que ego meum tempus terere in hymnis,[88] instrumento que pensó en conseguir de lo de Mr. Ernold Dolmetsch, que Bloom no recordó muy bien por mucho que el nombre le sonó conocido, por 65 escudos, y Ferneby e hijo con sus conceptos sobre dux y comes, y Byrd (Willie), ejecutor del primitivo Bosendörfer, dijo, en Queen’s Church o donde hubiese y de un cierto Tomkins compositor de divertimentos o sonetos y John Bull.[89]

En un corredor en dirección del que fueron yendo, inmersos en su coloquio, después de los grilletes[90], un corcel, con un cepillo de remolque, recorrió los bloques pétreos del piso, cubriéndolos con un espeso lecho de lodo, de modo que con el ruido Bloom no estuvo muy seguro de comprender bien su mención de los 65 escudos y John Bull. Preguntó si quiso decir John Bull, el célebre político de ese género, porque le resultó curioso oír los dos nombres idénticos, lo sorprendente que los nombres coincidiesen.

En los grilletes[91] el equino se desvió y giró con movimientos lentos; Bloom, prevenido como de costumbre, lo percibió y rozó levemente el codo del otro, diciendo risueño:

—Hoy todo nos pone en peligro. Ojo con ese rolo.

En ese momento se detuvieron. Bloom miró el tiesto de un equino indigno de 65 escudos, que se concretó de repente en lo oscuro no lejos de ellos, como si fuese nuevo, un montón distinto de huesos e incluso músculos, porque evidentemente resultó ser un jumento chueco, un tullido, un muslonegro, un remuevehopo, un tiestoflojo, moviendo uno de sus miembros posteriores con el señor que lo crio, muy cómodo en su sillín, hundido en sus reflexiones. Pobre bruto, se reprochó no tener un terrón, pero como reflexionó inteligentemente, uno no puede prever siempre lo que puede suceder. Resultó ser sólo un pobre bruto torpe y temeroso, sin ningún otro inconveniente en el mundo. Pero si un perro, incluso ese de pedigrí dudoso en lo de Berney Kiernen, tuviese el mismo porte, hubiese sido terrorífico tenerlo enfrente de golpe. Pero ningún bicho puede responder por cómo se ve, como el corcel giboso, buque del desierto, conteniendo frutos de vid en whisky en su lomo giboso[92]. Nueve décimos de ellos pueden meterse en bretes o instruirlos, el ingenio del hombre no tiene escollos imposibles excepto los insectos mieleros; el minke[93] con un rejón filoso; el cocodrilo, cosquilleos en el lomo y entiende el chiste; el pollo entero, metiéndolo en un círculo de yeso; con el tigre mi ojo de lince[94]. Este tipo de reflexiones sobre el reino de los bichos entretuvieron su mente, en cierto modo desentendido del discurso de Stephen en momentos en que el buque del corredor se fue cumpliendo su cometido y Stephen siguió diciendo eso de los viejísimos y muy curiosos…

—¿Qué fue lo que le dije? ¡Oh, sí! Mi mujer —comentó miscentur contumeliis [95]— seguro que quiere conocerlo, porque tiene devoción por todo lo melódico del género que fuese.

Miró gentilmente de reojo el perfil de Stephen; fiel reflejo del ser que lo tuvo en su vientre, sin un dejo del típico bribonzuelo por el que cientos de mujeres se desviven; posiblemente no estuviese hecho de ese modo.

Pero, suponiendo que tuviese el don de su progenitor, lo que él dio por muy seguro, esto descerró nuevos horizontes en su ingenio, como por ejemplo el concierto de Mrs. Plunkett en beneficio de los pequeños productores erineses el último lunes, y los ricos en su conjunto.

Presentemente se entretuvo describiendo deliciosos motivos del solo Este es el fin de mi juventud de Jon Pieter Sweelinck, un oriundo de Westpoort, de donde proviene el mote de frows.[96] Prefirió sobre todo el son de John Jeep sobre el ponto luminoso y los coros de mujeres con cuerpos de pez y sus dulces homicidios, lo que conmovió un poco el espíritu de Bloom.

 

Von der Sirenen Listigkeit

                                    Tun die Poeten dicten. [97]

 

Interpretó estos primeros versos y los repitió en inglés extempore. Bloom, meciendo el tiesto, dijo comprender muy bien y le rogó continuez svp, lo que él hizo.

Con un bellísimo registro de tenor como ese, el menos común de los dones, que Bloom justipreció desde el primer gorjeo, puede muy bien, con el correspondiente control de un reconocido miembro del mundo melódico, como Burruclough, y por si fuese poco pudiendo leer composiciones, poner su propio precio viendo que los registros intermedios se consiguen diez por un penique, y permitir une entrée de su suertudo dueño en un futuro próximo en los círculos exclusivos de los distritos finos de los ricos que mueven millones y entre nobles y copetudos, con su título superior de crítico estético (un buen modo de promoción) y sus modos de gentilhombre como refuerzo de su excelente impresión, tiene que tener un éxito enorme; y su condición de inteligente congénito puede servirle en ese y otro tipo de fines, si sus indumentos estuviesen prolijos de modo de conseguir un mejor concepto entre ese tipo de gente, porque él, joven e inexperto en lo que tiene que ver con los sutiles toques de los modistos de los nobles, difícilmente comprendiese lo mucho que un simple punto como ese puede influir en su propio perjuicio. Lo creyó por cierto cuestión de meses y se lo figuró sosteniendo sus coloquios músicos y líricos, preferentemente los veinticinco de diciembre[98], produciendo un ligero estremecimiento entre el bello universo femenino de pecho sensible, y siendo el preferido de mujeres que persiguen experimentos nuevos, lo que, según comprobó, sucede; de hecho, sin pretender verse ostentoso, él mismo, en un tiempo, si hubiese tenido interés, hubiese podido simplemente… Con el complemento, por supuesto, del ingreso económico que de ningún modo debe desmerecerse, como incremento de sus ingresos como profesor. No quiere decir, y esto como digresión, que por devoción del lucro innoble tuviese que vivir sí o sí del oficio lírico por un período extenso de tiempo, pero lo creyó un movimiento en el sentido correcto, imposible de discutir, y ni en lo económico ni en lo subjetivo, un mínimo desmedro de su decoro, y frecuentemente es muy oportuno recibir un cheque en un momento difícil en que todo pequeño monto contribuye. En ese sentido, si bien el gusto en los últimos tiempos se deterioró en un extremo inconcebible, ese género melódico genuino y diferente de lo común tiene que revivir bien pronto, como un estilo novedoso entre un público con oído como el de Dublín, podrido de los repetitivos solos de tenor que Ivon St. Oustell y Milton St. Just y su genus omne impusieron entre un público concesivo en exceso. Sí, sin titubeo ninguno, lo consideró posible teniendo todos esos unos en el cubilete y un excelente momento de construirse un nombre y subir de posición en el concepto de los dublineses poniéndose un muy buen precio y, vendiendo por suscripción, ofrecer un concierto exclusivo en el coliseo de King Street, espónsor de por medio, si hubiese uno que el dé el suficiente impulso en dirección de los cielos, por decirlo de ese modo— un si muy crítico de todos modos—, con un poco de ese ímpetu imprescindible si se quiere eludir el sempiterno sopor negligente que por lo común obstruye el recorrido de no poco príncipe de los buenos tipos con pretensiones de figurón. Y esto no tiene por qué impedir lo otro puesto que siendo su propio jefe puede tener muchísimo tiempo de seguir escribiendo y leyendo en los momentos libres, muy libremente sin obstruir su profesión de tenor sin el menor desmedro de su decoro, siendo cuestión de su exclusivo dominio. De hecho, sólo depende de su decisión, y ese fue el motivo preciso por el que el otro, poseedor de un finísimo don perceptivo que siempre le permitió oler un roedor del tipo que fuese, no se lo quiso perder.

El equino justo en ese momento… Y luego, en un momento propicio, él (Bloom) le propuso, sin querer entrometerse en sus negocios, por ese principio de que los tontos se meten donde los querubes temen poner un pie, romper sus vínculos con cierto novel médico que, según notó, incurrió en su descrédito e incluso, en cierto punto, sirviéndose del mínimo pretexto jocoso con Stephen inconsciente, en su vilipendio o lo que fuese, lo que, humildemente, en opinión de Bloom, proyectó un cono oscuro sobre ese territorio sin luz del genio de un individuo, con perdón del oscuro juego de términos.

El equino, por decirlo de este modo, en el límite de su rendimiento, se detuvo y, subiendo bien su orgulloso rodete de crines posteriores, contribuyó con lo suyo vertiendo en el piso lo que pronto el cepillo debió recoger y deterger, tres humosos globos de estiércol. Con lentitud, tres veces, en orden sucesivo, desde unos glúteos llenos se descomprimió. Y con enorme espíritu benévolo, el cochero esperó que él (o lo que fuese) termine con su deposición, en el timón de su coche con hocinos[99].

Codo con codo, Bloom, obteniendo provecho del contretemps, cruzó con Stephen entre un resquicio de los grilletes, divididos en el tope de un poste, y eludiendo un pozo de lodo, fueron en dirección de Gordiner Street Lower; Stephen profiriendo con creciente decisión, pero no en voz muy fuerte, el fin del son:

 

Und die Schiffe mit Brücken.

 

El cochero no expresó ni un sólo término, ni bueno, ni no bueno ni indiferente. Sólo observó los dos perfiles, desde el sillín de su simón, los dos oscuros, uno robusto, el otro esbelto, yendo en dirección del puente de los trenes, porque el reverendo Moher nos vincule en himeneo[100] . En su recorrido se fueron deteniendo por momentos y después siguieron con su colloque (del que por supuesto él quedó excluido) sobre los peces con cuerpo de mujer, los enemigos del sentido crítico del hombre, entretejido con tópicos por el estilo, los intrusos y todos los ejemplos ofrecidos por los registros históricos en el ínterin que el hombre del coche cepillo o posiblemente mejor dicho del coche dormitorio, quien de ningún modo pudo oírlos por lo remoto de su posición, siguió en su sillín no lejos del extremo de Lower Gordiner Street y los miró irse en su simón[101].

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] En Beever despeje el segundo signo E.

[2] En Omiens, despeje O.

[3] Coche de tiro, con chofer.

[4] Dos negocios de esos tiempos en Omiens Street.

[5] Por entonces el fin del recorrido de los trenes, en el centro de Dublín.

[6] Retorcimiento del dicho siguiendo el destino de todo cuerpo. (Perderse)

[7] fidus Echetes: pos etrusco: fiel Echetes. Compinche de Enees; lo sigue en el momento en que Enees emprende su descenso en el reino de Plutón. Eneide VI.

[8] Obvio Felón de Jesús, en inglés.

[9] Despeje O.

[10] En Brozen despeje O, en Heed, despeje el segundo signo E, en Winetovern, despeje O. Es un pub glorioso, el primero del mundo.

[11] Despeje E.

[12] Sobre lo conveniente de socorrer pobres mendigos sin instrucción.

[13] En el sentido de embustes, ficciones.

[14] Como en el hipódromo, vencedor o último. El cruce del disco es el fin del periplo.

[15] Despeje E. Un sello que dice que es un grumete en condiciones de cumplir servicios en un buque.

[16] Típico dicho de Dublín, correr un riesgo económico. Welter J. Boyd fue juez en lo civil entre 1885 y 1897.

[17] Es el obelisco en cuyo tope estuvo Nelson. Hoy no existe y en su sitio puede verse un enorme cono brilloso, como un bonete de cíclope.

[18] Gringos neoyorquinos o europeos florentinos.

[19] No en el sentido poético sino bélico porque fueron disturbios con cosecheros, quinteros, productores de reses, etc.

[20] Pude poner ibérico y un pie de texto diciendo que es inglés o poner inglés y decir, como digo, que es ibérico en poder de los ingleses.

[21] Supongo que los extremos de su eterno titubeo se corresponden con sus recorridos por todos los extremos del mundo, los polos (piso-techo), el extremo oriente, el extremo occidente. Es lo que entiendo, pero no estoy muy seguro.

[22] “Old Skibbereen” es el título de unos versos melódicos de los tiempos difíciles en 1848 en que los pobres erineses no tuvieron qué comer. Un progenitor discute con su hijo y le sugiere que se exilie de Skibbereen porque no tiene futuro. Huir o perecer de desnutrición, dos opciones.

[23] Los bolseros son obreros de los puertos.

[24] Sede del Evening Telexpress. El resumen de los encuentros hípicos.

[25] Los porteños entienden. Mujer que vende su cuerpo por unos pocos pesos. Si el precio es mucho y consigue un buen cliente, rico y viejo en lo posible, en vez de Yiro se les dice Felino y no en femenino, Felino, Eso.

[26] Mote del nosocomio de sifilíticos y enfermos infecciosos.

[27] Urgentemente, vehementemente.

[28] Perversión que es menester sufrir en beneficio del sosiego público.

[29] Fotos del esqueleto y el interior del cuerpo.

[30] Silogismo filosófico del medioevo sobre cómo y por qué sólo lo bueno puede corromperse.

[31] No creo menester pedirle que despeje el signo U, pero de todos modos, despéjelo.

[32] Lo de “nuestro”, siendo Shekspierre inglés, no se entiende, pero Bloom puede decirlo en sentido elíptico, inglés, pero como bretón del oeste, un poco erinés. En fin. Es lo que dice Gifford en 16.782.

[33] The Dublin Sobriety Co & Coffe Booths, un emprendimiento cívico que promovió un Dublín sin licor. Un Erín sobrio es un Erín libre.

[34] Elíptico modo de referir el pueblo que, según el mito, fundó el dúo compuesto por Rómulo y Remo.

[35] El mismo Gifford en su pie de texto 16.850 se sinceró diciendo brevemente. Unknown. (Qué sé yo).

[36] Bloom incurre en un error comprensible; en efecto estos indios son de México y son descendientes de Ténoch pero el gentilicio es de su invención.

[37] Su rol como el comodoro Vonderdecken (Sí, despeje O).

[38] Despeje O.

[39] Despeje E.

[40] En Mostino, despeje el primer signo O. En Leonerdo y en Tomosso, es evidente.

[41] Estereotipo del grumete mentiroso.

[42] Despeje O.

[43] Despeje I.

[44] Modo sutil de decir que sintió deseos de verter su orín.

[45] Un puente de trenes en Dublín.

[46] Es un golfo pero estrecho, y no es Golwey. Despeje O.

[47] El incidente fue el primero de muchos que se sucedieron en un lustro y medio. Esto fue el fin del proyecto de tender un puente entre New York y un puerto en el oeste erinés. Dicen que fue un complot inglés.

[48] Esto debe ser un ritmo, no sé, métrico, propio de los sonetos, que no domino.

[49] Según Gifford, en 16.978, esto fue un insulto de uso corriente en los veleros del siglo diecinueve. Los cocineros de buques siempre fueron tenidos por no heteros. Otros tiempos menos correctos. Discúlpeselos.

[50] Se produce el elemento que contienen los puchos y se lo muele muy fino.

[51] Despeje O. Viejo nombre de Birminghom; sinónimo de elementos de poco monto.

[52] Lo último, el fin. Digo, porque puede confundirse con fine, fino o fine, bien, o fine, correctivo económico impuesto por un juez.

[53] Un Felón; el sobrenombre proviene de un novelón de Griffith (1803-40).

 

[54] Es bíblico: “de ellos [los judíos]incluso procede Cristo según el cuerpo”. (Rm 9:5).

 

[55] Es muy retorcido; Bloom se confunde, pero creo que se entiende.

[56] Título de un himno (“Versus el ocio” -lo opuesto de B. Russell, “En pro del ocio”) sobre el esfuerzo sostenido de los insectos melifluos produciendo miel todo el tiempo que tienen sol.

[57] Underwood, Remington y Olivetti.

[58] Nipones versus rusos (un título).

[59] Un juicio por un cónyuge infiel (Mr. Burke) impulsor del léxico erinés.

[60] Escot (despeje E). Trofeo de Oro: el trofeo de Oro de Escot, un conspicuo evento hípico del fixture inglés, se corrió el 16 de junio de 1904 (15.00 hs) en el pueblo de Escot, Berkshire, no lejos de Londres.

[61] Esto es increíble; se escribieron libros sobre lo que quiere decir. Unos dicen que fue error del impresor del periódico; otros dicen que es un error del impresor del libro. Se producen discusiones feroces entre los profesores expertos de uno y otro sector. Típico desencuentro de eruditos que me produce sincero disgusto.

[62] Stephen quiere ver si el periódico publicó el correo de Mr. Doisy… como si fuese un texto bíblico.

[63] Recordemos el texto de Dosiy sobre los bovinos y su fiebre de los morros y los pesuños, supongo que Stephen quiere decir eso.

[64] En los rodeos equinos existen los potrillos (enteros o no), los potros y los vientres. Potros y vientres producen potrillos.

[65] Otro punto en discusión; el texto de origen dice primero “1000 escudos con el suplemento de otros 3000” y después “1000 escudos con 300 en efectivo.” Morel sostiene 1000 y 300. Por eso lo dejo. Bloom no recordó bien los números, supongo o no leyó bien primero y sí después. En este episodio todo es confuso y por ende, posible.

[66] Estos Dick y Jerry son sinónimo de Pérez y López.

[67] Estos Tom, Dick y Henry son sinónimo de Todo el mundo.

[68] Los criollos viejos lo entienden, pero el resto no. Los que tienen pinet, tienen el nivel requerido. Se dice de uno que no le dio el pinet. No entró en el regimiento por petiso.

[69] El reconocimiento del borrico prisionero en el lodo que devolvió con coces el socorro de su dueño.

[70] El texto de origen utilizó un dicho erinés; yo pongo uno criollo donde fierro es Fierro; los menos jóvenes posiblemente recuerden el episodio donde el Viejo Vizcoho escupe el trozo de bife con el fin de comer él solo y el subsiguiente desquite de otro contertulio que lo corrió con un cuchillo enorme y de ese modo le curó el vicio de escupir bifes, chinchulines y chorizos crujientes.

[71] Versos de un himno de filibusteros “The Women from Toledo.”

[72] Despeje O.

[73] El mismo Gifford en 16.1452 se mete en un lío queriendo poner luz sobre este oscuro “St. Joseph regente”; se supone que es un rezongo que viene del tiempo de Molière, etc. Por si fuese poco el mismo texto de Morel lo elude, en fin.

[74] Como quien dice medio verso que de repente recordó, por ejemplo: “niño bien, pretencioso y engrupido, que tenés el… etc etc.”

[75] Despeje E en Murrey. Lindley Murrey (1745-1826) fue un profesor inglés muy riguroso con los modos de escribir. El viejo Lindley hubiese puesto el grito en el cielo por lo retorcido del texto que Bloom tiene en mente.

[76] ¿Dónde? ¿En qué momento? ¿Qué jurisconsulto? ¿Qué le sugirió? En el cementerio Prospect. Jueves, 1 p.m (environ). John Henry Menton. Que corrigiese un bollo en su sombrero.

[77] SIC

[78] Buckshot quiere decir perdigón. Sobrenombre del sheriff Foster quien fue el primero que ordenó que su regimiento utilice perdigones en vez de proyectiles mortíferos en los disturbios con civiles.

[79] Whisky ilícito.

[80] Por doquier.

[81] Es un hermoso y viejísimo pub de Dublín. Pero despeje los dos signos O.

[82] Quiere decir, en lo oscuro.

[83] Un héroe del cricket.

[84] Despeje el primer signo O. Novelón de J. Fenimore Cooper. ¿Se ve el chiste? (No more coppers)

[85] SIC.

[86] Entre los miembros superiores de Morfeo, entiendo yo.

[87] Despeje los dos signos O.

[88] Este retorcimiento pos etrusco que Bloom tiene en mente (¿de dónde?) proviene, según Gifford de un texto escrito sobre el dibujo de un mirlo que este tipo Dowlend recibió como obsequio de un vendedor de cordófonos viejos. ¿No es increíble este pie de texto? ¿Es preciso ponerlo? De otro modo, ¿usted, qué hubiese entendido? Por eso lo pongo, porque es imprescindible, no por poner pies detesto, como otros.

[89] Todos músicos del medioevo.

[90] Estos grilletes bien pueden ser escollos que impiden el movimiento de vehículos en el ínterin que se cumple por ejemplo con el recubrimiento de pozos; supongo. Morel lo elude gentilmente como si fuese comprensible.

[91] Confirmo que los grilletes son un escollo, de modo que los equinos los eluden.

[92] Grosero error de Bloom; lo que pueden contener en sus tejidos es líquido elemento, no whisky ni vino.

[93] Como Moby Dick, un minke es un tipo de misticeto.

[94] Supuestos métodos, supersticiones, de dominio de diferentes bichos silvestres.

[95] Como quien dice, entrometido, metiéndose donde no debe, interrumpiendo. Eso.

[96] Mujeres indecentes.

[97] De mujeres con cuerpos de pez, los hombres escriben versos.

[98] Como en el cuento Los muertos

[99] Por los filos del borde de sus cepillos, como si fuese un coche de los guerreros en el circo.

[100] Este verso retorcido es todo lo que conseguí, es un son con versos de Semuel -despeje el primer signo E- Lover. El último verso de “El sendero que recorrimos en el simón” dice eso, que los novios fueron en simón y que los unió en himeneo el reverendo Moher -despeje O.

[101] Ídem precedente. Fin de un extenso y tortuoso episodio.

Escribe Marcelo Zabaloy

Traductor aficionado y libros traducidos publicados por El cuenco de plata: Ulises y Finnegans Wake de James Joyce y El atentado de Sarajevo de Georges Perec

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La última sesión.

El relato La última sesión de Gustavo Abrevaya (libro MM de Ediciones Vencejo, España) sobrevuela la última sesión de fotos de la diva máxima de Hollywood, Marilyn Monroe, un llamado sin respuesta, el amor de un fotógrafo, una sesión que poco a poco se transforma en un crudo retrato forense. Ilustra José Bejarano.

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