Transgresiones I

Dibujo: María Lublin

Melina Martire escribe una pequeña historia de esas que se dan al margen de la cuarentena. 

 

Cruzando Lafuente en diagonal, la mochila hace un ruido latoso. Las cervezas descartables chocan con los aerosoles. En el bolsillo más chico llevo guardado un stencil hecho con una radiografía que encontré dentro de la biblioteca, de cuando de pendejo me llevaban al médico por el tema este del asma. Son las dos menos cuarto de la mañana. Zona de clubes, canchas de fútbol y del cementerio de Flores. Mi presencia en la esquina desierta de Riestra no pasaría desapercibida, si alguien me estuviera viendo. Me apoyo en la persiana de un almacén y prendo un pucho. Miro para los dos lados, espero un rato. Cuando sé que no  va a pasar nadie, levanto la mochila del suelo y saco un aerosol rojo y el stencil, apoyo la birra en el escalón, bato el frasco y le doy con ganas al pulverizador con la mano izquierda, mientras que con la derecha sostengo el calado de la plantilla sobre una pared del almacén. Estampo ahí el escudo quemero. Doy tres pasos hacia atrás para chequear la impresión. Estoy conforme. Pienso en esos cuervitos que la estaban bardeando los otros días acá en esta esquina, pienso en cuando vean mi obra y les quede bien clarito que este es nuestro lugar. Me pongo la capucha de la campera y arranco a caminar lento para no pudrirla. Un round ganado.

Bajo por Portela y ahí nomás se me cruza un patrullero. Se bajan dos canas y me preguntan por qué estoy donde estoy y qué hacía. Me hablan buena onda dentro de todo. Dicen que recibieron el llamado de un vecino que me vio deambulando. ¡Qué viejo choto! ¿qué tenía que andar de madrugada mirando por la ventana? .

Dos semanas después salió una nota en un diario que contaba historias de transgresiones en cuarentena. Una vieja que salió a tomar sol, otra a andar en bicicleta, dos tipos que saltaron el muro de una cancha de tenis para ir a jugar, una pibita que se metió en el baúl de un taxi para llegar a lo de su novio, un chabón que se calzó el traje de surf y se metió a nadar en Chubut, ahí por donde andan las ballenas. Y entre todaos esas historias estaba la mía. Hasta pusieron lo que le dije a la cana cuando me vino a buscar: «hice esta estupidez porque la gente de Huracán es la más linda». Corté el pedazo del diario para mandarseloa a mi viejo, quemero de alma. Se va a poner contento, sobre todo ahora que está sólo ahí en la clínica, desde que arrancaron los contagios en el barrio.

Escribe Melina Martire

Soy licenciada en Artes Combinadas (UBA). Realicé la Especialización en Diseño y Planificación de Proyectos Culturales en la Alianza Francesa. Cursé el Posgrado en Gestión Cultural y Comunicación en FLACSO. En actuación me formé con Lorena Szekely, Pablo Mariuzzi, Paco Redondo, Diego Cazabat. Clown con Marcelo Katz, Marcos Arano y Pablo Fusco. Trabajé en diversas obras de teatro como actriz y gestora de prensa. Fui redactora de Revista Cultural Originarte. Publiqué en Revista Telón de Fondo. Fui redactora estable de críticas del área escénicas de Revista Funcinema, Revista Mutt, y Revista Feminacida. Actualmente escribo para Revista Colofón. Tomo clases de escritura creativa con Juliana Corbelli, ambito en el que estoy desarrollando un compilado de cuentos. En el 2019 estrené como actriz  la obra teatral Boicot en el Bauen, concebida en creación colectiva con la Compañia Irredentas. Formo parte desde hace tres años de un proyecto de investigación escénica llamado Haber Sabido con dirección de Gonzalo Facundo Lopez. En el 2020 estrené como actriz la miniserie web Una calle nos separa por Nube Cultural.

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El fantasma verde 5

Todos contentos: Lena la llamaba «le pâtisserie», el Flaco «la confi» y los ministros de la iglesia mormona «the bakery», la cuestión era que el barrio entero desfilaba para comprar los productos que salían del horno de Doña Tota

Un Comentario

  1. Linda historia Melina. El barrio, la peste, el corazón del quemero.

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